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Domingo, 31 de marzo de 2013

ENTREVISTAS > OMAR MOLLO: M.A.M., MAMBO, SUMO, DROGAS, DIVIDIDOS, RICARDO Y TANGO

EL REY DEL MAMBO

En los ’70, fundó y comandó M.A.M., una banda de sonido pesado y alma hippie que sonaba increíble y que los productores perseguían, pero que nunca tocó en vivo ni grabó un disco hasta 30 años después. Su legado: de ahí saldría la base con que Luca Prodan armaría Sumo y de lo que después sería Divididos. Mientras, Omar Mollo seguía su camino de drogas y misticismo en Brasil, volvía a la Argentina, se distanciaba de su hermano y –por sugerencia de rockeros pero también de tangueros de ley– se dedicó al canto de arrabal. Hoy, reparte su tiempo entre Amsterdam y Ramos Mejía, es respetado en las dos veredas musicales y gira por Europa, donde lo presentan como “el Ozzy Osbourne del tango”.

 Por  Mariano del Mazo

Sexo, droga, rock and roll, mente, alma & muñeco. La prehistoria de Omar Mollo es casi el comienzo y desarrollo de un cuento de Hans Christian Andersen. Porque el patito feo del rock pesado se transformó en un cisne de exportación del tango. Patito Mollo lo llamaban justamente de chico, por aquello de a cada paso una cagada. Ahora lo reciben embajadores. Pero ahora, ahora, este buen cantor con matriz inequívocamente goyenecheana está fumando en un bar de Palermo y diciendo: “En un momento me dediqué a vivir la vida loca. Estuve diez años metido en cualquiera. Si no me morí, no fui preso y si no me volví loco fue de pedo”.

La prehistoria de este menjunje donde metieron la cuchara el gurú Maharashi, Pappo, Antonio Carrizo, Sumo y Rubén Juárez –todo atravesado por un accidente de autos mortal que le cambió la vida del modo más extraño y oblicuo posible– habrá que rastrearlo en una fábrica de calzado de Pergamino. Mejor dicho, en el incendio de esa fábrica. El padre de Omar y Ricardo había puesto justamente la mente y el alma en su orgullosa pyme y entre las cenizas decidió rehacerse en El Palomar. “Yo ya en Pergamino hacía tango y folklore desde los cinco años. También bailaba malambo. En la esquina de casa vivía Tatín Sarlinga, que era guitarrista de Antonio Tormo. Tomaba clases con él. A los seis agarré la guitarra y se formó un grupito con chicos de mi edad, Los romanceros de Achalay. Llevamos a grabar un casetito. Hasta salió una nota en el diario de Pergamino. Figuro como el Patito Mollo. Cuando tenía siete nació Ricardo, y me vino una regresión de la gran flauta. Cacé de nuevo la mamadera, el chupete... Fue el primer quilombo que tuve con mi hermano.”

Ante la desaprobación de su padre, en El Palomar profundizó el berretín por el folklore. Un fileteador famoso en el pago chico, el Tano Peretta (“un artista en serio”), lo escuchó y pidió permiso a la familia para llevarlo a un concurso que tenía Antonio Carrizo en Radio El Mundo. “El programa se llamaba El Mundo de la guitarra. Fui cinco veces y gané las cinco. Gracias a Carrizo me hice de cinco guitarras. Mi viejo no me demostraba ningún orgullo, al contrario: me decía ‘te falta’. Después con los clientes y los proveedores se le caía la baba.”

Combinaba música, trabajo en la fábrica y escuela hasta que, como todo nacido en 1950 y caminador del legendario lejano oeste del Conurbano, fue mordido por el rock. A los 17 formó una banda, Año biciesto, que lo tenía a D’Artagnan Sarmiento en teclados. Hacían covers de Santana, Beatles. Llegaron a trabajar en el circuito marplatense de verano, en el sótano del boliche Jet, enfrente del Casino. A 400 kilómetros Ricardo Mollo podría haber parafraseado aquello de Serrat: crecía imitando a su hermano. Y superándolo. En la soledad de El Palomar se transformó en un guitarrista notable. Omar, en tanto, después de una actuación en el Canal 8 de Mar del Plata, se enteró por el diario que había salido sorteado para el servicio militar. “Fue un golpe en la nuca. Volví a casa, y ahí lo veo a Ricardo que la estaba rompiendo y que tenía ganas de formar un grupo. Cuando terminé la colimba armo M.A.M.”

Mente Alma y Materia, o Mente Alma y Muñeco, explica, sin aclarar la insólita diferencia entre “materia” y “muñeco”; “es indistinto”, agrega apenas. Omar Mollo se zambulló en el espíritu de la época e hizo todo lo que marcaba el manual del rocker. Hippismo, I Ching, Castaneda, Gurú Maharashi. “El M.A.M. viene del I Ching, que lo aprendí de un grupo de artistas de Castelar. Me fue cambiando el bocho, organizaba reuniones en casa. Además de la banda, que completaban un batero llamado Juan Rodríguez –que no era el de Sui Generis, otro– y Raúl Lagos en bajo, había una cosa muy espiritual. Con Ricardo hicimos un pacto, que después cada uno fue cumpliendo en la vida, sin que nos consultáramos. Nos regiría M.A.M. hasta la muerte. Fijate que todos nuestros hijos tienen las iniciales M.A.M. Yo tengo dos hijas: Melisa Alejandra y Maia Ailén; Ricardo también, del primer matrimonio, María Azul y Martina Adabel. Y ahora tuvo a Merlín Atahualpa con Natalia, una gratísima sorpresa para mí.”

¿Por qué?

–Porque estábamos medio alejados, naturalmente. Y bueno, pasaron muchas cosas. Yo lo sentí como, no sé, un homenaje a los viejos tiempos.

M.A.M. empieza a volverse algo serio, con resonancias místicas y míticas, no sólo en los suburbios. Omar Mollo alquiló un sótano en una esquina frente a la Base Militar de El Palomar, Héctor Starc iba con su Fiat 1500 a zapar, salían notas en la revista Pelo, y desfilaban productores como Jorge Alvarez y Daniel Grinbank con la intención de sacarlos del ostracismo, en tiempos en que el llamado rock pesado movilizaba. Pero filosóficamente M.A.M. estaba más cerca de Arco Iris que de Pappo’s Blues: se movían dentro de una endogamia totalmente sectaria. Estuvimos cinco años ensayando ¡sin salir a tocar! Te imaginás cómo sonábamos. Yo estaba en un mambo muy volado. Rechazaba cualquier posibilidad de negocio, detestaba el materialismo. Es más: me llamaban el Gurú. Creo que al fin y al cabo era un tipo muy elemental. Iba a la sala, pasaba la aspiradora, encendía sahumerios, armaba una especie de templo y ensayábamos todos los días cuatro o cinco horas temas que duraban quince minutos. Después conocí a David Lebón, y fuimos a una conferencia del Maharashi. Nos engachamos. También estaba Carlos Cutaia. A los seis meses, a través de un mahatma obtuvimos el conocimiento en Córdoba. Ni me acuerdo cómo llegamos, pero fue en un campo. A mí me sirvió mucho ese conocimiento. Aprendí cuatro técnicas de meditación, aprendí la importancia del verbo. Okey, después la cagué. Pero me sirvió.

¿Por qué la cagaste?

–Uf, es largo. Me fui a Brasil e hice desastres. Drogas.

¿Qué drogas?

–Todas.

DADO VUELTA ESTAS VOS

En 1979 conoció a un tipo muy elegante, de Hurlingham, que vestía con pilotines ingleses y tocaba el bajo como un animal: Diego Arnedo. En M.A.M. se formó la dupla que destacaría en Sumo y Divididos. “Era impresionante lo que sonaba M.A.M. con Diego y Ricardo. Pero siempre teníamos problemas con los bateristas.”

Como Divididos.

–¡Es que Divididos es M.A.M.! La base es la misma. Si yo le enseñé a tocar a mi hermano, cómo manejar el tema de las bases. Yo le enseñé todo. A Arnedo también, loco. Y si no que hagan un careo. Yo no quiero hablar de eso, porque parezco un resentido. Pero es la verdad. Estoy laburando, me va realmente bien con el tango, pero la historia es la historia.

¿Cómo te llevás con tu hermano?

–Bien, bien. Normal. Yo era la oveja negra de la familia, él era el responsable. Siempre me cagaba a pedos. En un momento, cuando él tenía 13, 14, yo lo vareaba por mis amigos: era increíble lo que tocaba. Ya era el mejor guitarrista del país a esa edad. Iba a verlo a David Lebon, o al Flaco Spinetta, les mostraba cómo tocaba Ricardo y se caían de culo. Pero después mi hermano se puso muy serio. Se hizo cargo de la fábrica de mi viejo, se levantaba a la seis de la matina, laburaba, ensayaba, todo. Y yo era un bardero. No podía tocar y trabajar, quedaba extenuado. Tenemos mucha diferencia de edad. Yo le decía: “No me des bola a mí, hacé lo que vos quieras”. Puede ser que la relación haya sido conflictiva en algún momento, pero ya somos grandes. Llegamos a hacer terapia familiar para ver quién estaba loco. Mi viejo murió joven, a los 58. Ricardo quedó al mando de la fábrica y yo tenía un tallercito en el fondo donde hacía serigrafía y las etiquetas para los calzados.

El viaje a Brasil fue un punto de inflexión. Ante la caravana de excesos de su hermano mayor, Ricardo Mollo decidió con Diego Arnedo disolver M.A.M. Después de una experiencia con otro bajista –Rinaldo Rafanelli, con el grupo Demo– todos los caminos condujeron a Sumo. La historia es conocida. Omar pasó la década del ’80 complicada. “Ricardo y Diego eran muy claros. Sabían lo que querían. Yo también, pero... ¿cómo te puedo explicar? A mí me cagó la cabeza mi forma radicalizada de ver la vida. Tendría que haber transado. Vivís en sociedad, ¿qué vas a hacer, boludo? Nunca tenía un mango. Estaba contactado con todo el rock argentino. Todo, ¿eh? Me dedicaba a negocios non sanctos, hacía un asado en casa y venían todos: los que están muertos y los que están vivos. Si me preguntás si yo iba a ver a Sumo, te digo que no, ¡que ellos venían a verme a mí! Luca no, Luca era faso y ginebra. Yo estaba en cualquiera, y no le echo la culpa a nadie. Nunca lloré. La mochila me la banqué.”

¿Cómo viviste la etapa de Sumo?

–Ayudando. Cuando llegó el momento en vez de ponerme en la posición de “yo formé M.A.M, cómo me van a echar a mí”, dije “ok, está todo bien, ¿en qué puedo servirles?” Yo he manejado los camiones, he manejado el ómnibus, le he hecho la sala a Divididos cuando empezó con Federico Gil Solá en Hurlingham.

UN DIA EN LA VIDA

Los Mollo eran amigos de Ernesto Caldentey, un gerente de banco que iba a ver Sumo. Su mujer estaba muy deprimida y un día Caldentey le pidió a Omar que tratara de hacer algo. “Vos que sos gurú, hablale, intentá sacarla de la depresión a Graciela.” “Yo pensé que estaba loco, no le hice caso –dice Omar–. La fuimos a ver una vez y nada más. Al poco tiempo Ernesto se mató en un accidente de autos: un colectivo lo llevó puesto de contramano. Veinticinco años después de la tragedia yo estaba a punto de tocar en La Trastienda, me llamaron de una radio de Ramos Mejía y la conductora era Graciela. Me vio, me preguntó ‘¿cómo estás?’ No nos despegamos más. Ella me rescató, empezó a hacer las tareas de manager. Y me convenció para que me dedicara al tango.”

Desde hace una década Omar Mollo reparte su año entre Amsterdam y Ramos Mejía. Hace rato pasó los límites del “rockero veterano que coquetea con el tango”. Gira por Europa solo, con músicos europeos, con el sexteto de Carel Kraayenhof –el músico que tocó “Adiós Nonino” en la boda de Máxima– y últimamente con Astillero, la orquesta que dirige Julián Peralta, uno de los fundadores de la Fernández Fierro. Con un estilo fraseador y expansivo y una buena entonación, quedó a mitad de camino entre la guardia de los ’70 y la nueva camada de cantores. “Yo cantaba en las reuniones, informalmente. De pronto se formó una bola. Venía Andrés Ciro y me decía: ‘tenés que dedicarte al tango’. El Pelado Cordera, Ricardo Iorio, igual. A mí me daba miedo. Después vinieron los del palo. Rubén Juárez, por ejemplo, me bancó a muerte. ‘No cometas la boludez de disfrazarte de tanguero’, me dijo. En Europa, Carel Kraayenhof todavía me presenta ante la gente como ‘el Ozzy Osbourne del tango’. Una locura.”

A diferencia de las tendencias de los años ’90, Mollo recaló en la década del ’40. Su fuerte está en el vivo, donde da rienda suelta a un vigor interpretativo que subraya la emoción hasta las fronteras de lo teatral. En él confluye y se acerca a la realidad la curiosa definición que hacían algunos arribistas del género del Goyeneche crepuscular: “Cuando el Polaco canta tango hace rock and roll”. La frase es estrafalaria, y lo sigue siendo, pero en el caso de Omar Mollo adquiere cierto sentido.

Viene de presentar su último disco, Barrio Sur, en el ND Ateneo. Allí reúne clásicos como “Cuando me entrés a fallar”, “Los cosos de al lao” y “Afiches” con “Tango del diablo” (Andrés Ciro), “Rocanrol” (Edu Pitufo Lombardo) y hasta una extraña versión de “Muchacha (ojos de papel)”. Ya está pensando en el próximo álbum. “Tengo una asignatura pendiente. Quiero mandarme en la composición. En Barrio Sur escribí una canción, ‘Para Gra’. Vamos a ver.”

En M.A.M. componías.

–Sí, pero rock. El tango no es joda.

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Imagen: Nora Lezano
 
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