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Domingo, 7 de septiembre de 2014

> UN CAPíTULO DE BUENOS LIMPIOS & LINDOS, LA NOVELA DE VERA FOGWILL DONDE LA PROTAGONISTA ESTá OBSESIONADA CON LA FIGURA DE GUSTAVO CERATI

LO QUE SANGRA

Estoy sangrando. Mis piernas están llenas de sangre. Sin embargo siento una emoción tan grande que ningún sangrado me va quitar. No puedo creer lo que está pasando. Gustavo al fin se comunica conmigo. Pero no al pasar, sino con un fin directo a mí. Por fin. Soñé tantas veces en mi vida con este momento en el que él me habla con interés y no de paso. Me lo imaginé, tantas veces despierta, dormida, pero nunca jamás muerta. Comprendo...

El ya sabe lo que es esto. ¿Hace cuánto tiempo que está como yo? Con los ojos abiertos. Hace dos años, cuatro meses y cuatro días que tuvo su ACV. Es cierto, él está en coma. Pero no veo la diferencia de la coma y este punto suspensivo de poder mi alargada muerte. Igual yo pienso que está en pausa. La música tiene esa cualidad de poder ponerse en pausa y que siga cuando uno la enciende de nuevo como si no hubiera pasado el tiempo desde que uno dejó de escucharla. Gustavo es música. Por eso para mí está sólo en pausa.

Yo me mudé no bien lo trasladaron para estar en la manzana de la clínica Alcla donde está internado. No me dejaron verlo por más que fuera vecina. Y a Manuel sí lo dejaron, pero él no quiso. No puede, dice. Casualmente, se había terminado nuestro contrato en la otra casa y lo convencí a Manuel de cambiar de barrio. Y qué bien hice en mudarme cerca.

Cuando Gustavo se puso en pausa, yo planté un jazmín en una maceta que coloqué en la ventana de mi cuarto. Todos los días le ponía a la planta sus canciones preferidas y la planta crecía. Todos los días le cortaba una flor para llevársela a la clínica. Adentro de la maceta puse todo lo guardado. Cada ticket de cada concierto, cada boleto de colectivo a cada concierto y las copias de las cartas. Las originales, de puño y letra, se las pude ir dejando discretamente y con seudónimo en su camarín, suerte y beneficio que me daba ser la novia del plomo. Por las dudas se pierdan, siempre les hice varias fotocopias, no una sola. Mañas de archivista. Así que le entregué copias a su madre para que se las leyera estos años. Novecientas cuatro cartas, entre 1985 y 1987, escritas a mano, con una caligrafía excelente, materia que cursé en archivo. Supongo que se las habrán leído. Y que por eso está ahora acá. Lo veo hasta un poco más joven. ¡Me canta a mí!

–Somos cómplices los dos, / al menos sé que huyo porque amo. / Necesito distensión. / ¡Estar así despierto es un delirio de condenado!

–Te entiendo, es terrible... ¿Por qué no te cerraron los ojos tampoco a vos? Yo no tengo a nadie, pero vos... Es cierto, sí, te los cierran, te los lavan con gotas a diario. Lo sé, intentan que no se te queden pegados y deben abrírtelos al menos cada día varias horas.

–Como un efecto residual, / yo siempre tomaré el desvío. / Tus ojos nunca mentirán, / pero ese ruido blanco es una alarma en mis oídos.

–No es un ruido blanco, Gus; son los monitores nuevos de terapia que están muy blancos y hacen ruidos. Algunas personas locas hoy se compran el ruido ese constante para quedarse dormidos, se vende. Pero a vos no te funciona. No te dejan dormir...

–No seas tan cruel, / no busques más pretextos. / No seas tan cruel, / siempre seremos prófugos los dos.

–¿Cruel?

–No tenemos dónde ir. / Somos como un área desvastada, / carreteras sin sentido, / religiones sin motivo... / ¿Cómo podremos sobrevivir?

–No lo sé, me angustia que te estés enojando conmigo. Y espero que vos me digas cómo es esto y cuánto se puede continuar así...

–No seas tan cruel, / no busques más pretextos. / No seas tan cruel, / siempre seremos –y me repite al oído– / siempre seremos, prófugos los dos...

–No entiendo, ¿de qué huimos? ¿De la vida?

Gustavo no responde mi pregunta, se ríe de mí y me cambia de tema.

–Pude desaparecer, / pude decir que no, / pero el fin de la pasión / es que lo oculto se vea... / Vine a avisarte...

–¿Eh?

–Chica con ojos de ayer / sé que vibras también / la extraña sensación / de no pertenecer a este mundo, / como en un trance.

–Nadie me entiende más que vos.

–Ya tantas veces morí, / nunca me pude ir, / el arte de vivir / por encima del abismo, / estoy condenado a errar / de amor en amor... / Poseídos por el más allá...

–¡Qué horror! ¿Estás? Ya no te veo. ¿Te fuiste? –estoy desesperándome. Era él, me estaba hablando a través de sus letras, me impresiona su déjà vu, cómo es posible que las haya creado antes, tanto antes de tener la necesidad real de decirlas. Escucho apenas su voz; se está yendo, tiene un nuevo mensaje.

–Yo, caminaré entre las piedras / hasta sentir el temblor en mis piernas. / A veces tengo temor, lo sé, / a veces vergüenza... / Estoy, sentado en un cráter desierto, / sigo aguardando el temblor, en mi cuerpo. / Nadie me vio partir, lo sé, nadie me espera... Oh...

–La gente no sabe si partiste o no. La gente no entiende si el estado de coma es de ida o de vuelta, si es aquí o allá. Yo te estoy esperando. Te acompaño muerta.

–Hay una grieta en mi corazón un planeta con desilusión –me confiesa–. / Sé que te encontraré en esas ruinas, / ya no tendremos que hablar del temblor. / Te besaré en el temblor...

Y se va.

Estoy aterrada. ¿Y si ya se murió...? Y yo no me pude enterar. No pude ni leer el diario. ¿Será que vino a despedirse...?

No doy más... Estoy mojada de sangre. Menstrúo... Quieta, muerta, con los ojos abiertos, soy mujer de todos modos. Mi flequillo crece y comienza a taparme parte de los ojos.

–¿Gustavo...? ¿Estás acá o ya te fuiste?


Por Vera Fogwill

El 28 de diciembre de 2007 muere mi mejor amiga, Eleonora Margiotta. Yo tenía bocetos de la novela que había ido escribiendo durante varios años. Era una fábula en tono novela negra, cosa que se mantuvo, y los cuatro adolescentes con sus padres que me venían persiguiendo desde que la comencé. Al cabo de unos meses, hay una subasta en la Galería Catena de la obra de mi amiga, enorme artista, en donación para la contribución y sostén del Instituto de Oncología de la Fundación Angel H. Roffo. Voy, simplemente porque quiero, pero sin posibilidades económicas de donar nada a nadie. La primera obra que se subasta es la fotografía de una lechuza fucsia. Pienso, esa obra es mía, ella me la regaló y se la está llevando “esa”. En efecto, mi amiga me la había regalado, pero durante los dos años que me la regaló yo insistía que me la llevaba la próxima, junto con mis libros, mis discos, mis DVD, y todo lo que compartía con ella. “Amiga, siempre te voy a ver.” Era una forma de decirle: “No te podés morir, no te vas a morir, la próxima me la llevo”. Sonreía. Era hermoso, la única manera de hablar de todo eso que nos pasaba. “Nunca nos vamos a dejar de ver. Nunca.” Y así, una don nadie pudiente se llevaba mi cuadro. Luego se subastaron cuadros de paisajes, qué éxito que tienen los paisajes. Si supieran lo que significan esos paisajes. Para el final llegó la gran obra, la exponen a la subasta como un autorretrato. Su hija hermosa grita: “Es mi mamá”. Yo me callo. Sé mucho de su obra y no importa nada de lo que sé. Esa no es ella. Esa es Laurita. La foto es una mujer relativamente joven pero que sobre su cara tiene un espejo redondo y por eso sólo se ve su pelo, que impresionantemente es idéntico (la modelo y la fotógrafa) y sobre ese espejo se refleja al revés la frase NO EXIT (EXIT ON) del subte en Londres con un fondo de paredes rojas. Laurita cuando hizo esa foto estaba embarazada de Zoe, pero esto tampoco se ve. Si Eleonora hizo esta foto es porque estaba en anunciada salida y una tenía una obra para hacer y la otra, otra obra por dar a luz. Es una obra, no puedo llamarla fotografía, tan pero tan fuerte para mí, que pese a mis recursos nulos me embarqué en una deuda enorme que pagué durante un par de años para tener esa obra conmigo para siempre. Mis amigas. Ellas, hablando de salidas posibles, del on exit, no exit, de lo banal del exit, y no sé cuántos diálogos he tenido con ese cuadro que he ido corriendo de lugar hasta que halló el punto exacto, al lado de mi escritorio, en el año 2010 para verlo continuamente. Así siguió la cosa, en la mañana temprano limpiaba el vidrio del cuadro con vinagre (nada limpia mejor los vidrios). A la noche me sentaba a escribir y le ponía los discos de Soda Stereo o los solistas de Cerati. Sí, recorría así mi vida con ellas. Eleonora era fanática y yo me había decidido a hacerles un disco a sus hijos con la música que bailaba su mamá, con la música que escuchaba su mamá. Cerati estaba en prácticamente todos los armados. El 10 de junio de ese año Cerati tiene el ACV. Yo a fines de ese año ya tenía lista la novela, pero apareció un personaje más. Una narradora ON EXIT, en salida. No sabía si estaba viva o muerta, la seguí hasta el final. Quería hablar, bueno que hable y fue atravesando todas las historias (las seis que había) y todos los personajes. Como sonaba Cerati para mi amiga, de golpe sentía lo mismo que ahora, un temblor, una vibración. Fracturaba sus letras, hablaban más que antes, adquirían otros sentidos y así naturalmente el personaje nuevo se convirtió en la fan de él. Así que posiblemente Cerati sea para mí, mi amiga, de la que fui fan y fue su fan. De la que tengo videos de nuestros cumpleaños de quince bailando Soda Stereo, recuerdos de las colas en los recitales, de ir a bailar y escuchar Cerati. Ir a bailar, es una cosa que no existe más, pero en cualquier recuerdo estará Cerati. Atraviesa casi toda mi vida (desde el comienzo de la adolescencia) dejando hermosos rastros, emocionales. No tengo posibilidad de oírlo sin que me remonte al pasado y se me estrangule la vida. Nada transporta más mis recuerdos de amistad que su música. Gracias. Siempre gracias.

Una amiga que vive en París hace treinta años leyó la novela antes que nadie. Años más tarde, viene a Buenos Aires y se sorprende cuando ve un disco de Cerati: “¿Cómo? Pensé que era un invento. No sabía que existía este músico y ¡todo eso es verdad!”. Sí, todo es verdad, la novela está cargada de verdades y quién sabe, algún día será un libro de historia. Yo no inventé nada, transcribí ciertos hechos, ni siquiera puedo decir que la escribí. Fue un sueño intervenido por la realidad de este mundo, que tristemente convierte horrores inventados en realidades universales. Se apagó la vela que le encendí para mandarle luz a Gustavo. Duró lo que tardé en escribir. Gracias otra vez.

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