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Domingo, 26 de octubre de 2014

LA ENTREVISTA DE THE VILLAGE VOICE A MARTIN SCORSESE APENAS ESTRENADA TAXI DRIVER, EN 1976

UNA FUENTE DE SANGRE

 Por Richard Goldstein y Mark Jacobson

¿Cómo van las reseñas de la película?

–¿Las reseñas? Son muy respetuosas pero no son... No entienden el final y no entienden si este tipo de violencia es... La verdad es que se preguntan por qué no explicamos las motivaciones del personaje, de qué se trata este personaje. Están tratando de encontrar las razones por las que hicimos cada cosa. Y se disgustan con el final porque puede significar otra cosa. Todo el mundo quiere que la película termine como Hamlet, con muertos por todas partes, y él mira a cámara y se apunta con el dedo a la sien y se dispara tres veces. Y ahí es donde todos piensan que debe terminar porque si no es como... No creo que los westerns sean malos. Me gustan. Alguien es asesinado y todos se van para casa. Y todos se olvidan de la película.

Bueno, a lo mejor podés decirnos por qué Taxi Driver termina así.

–Todo el asunto tiene que ver con el proceso que atraviesa el personaje, al punto que quiere ofrecerse en sacrificio. Y tiene que ser un sacrificio de sangre. Travis atraviesa cada detalle y el único problema es que lo arruina porque no lo matan.

¿Por eso se apunta a la cabeza con el dedo? ¿Está molesto porque no fue asesinado?

–Sí. También se burla de sí mismo. Es la ironía final. Y después la cámara recorre los objetos, es un examen de los elementos del sacrificio.

¿Es un ritual?

–Es un experiencia religiosa y ritual. Como la misa. Cristo vino y ya no hay que matar más corderos, ¿no? Cristo es el último sacrificio humano, en la cruz. ¿Se entiende mi punto? Cristo vino a completar, no a destruir, para completar la profecía, y la idea era que no hubiese más sacrificios rituales de corderos.

Querés decir que Travis pensaba que si cometía esos asesinatos Nueva York iba a quedar limpia.

–Sí.

¿Es una idea de Travis o es una idea tuya?

–Es un poco mía y un poco de Paul Schrader, el guionista. Paul tiene un background religioso y también una historia de depresión. Estuvo en las Fuerzas Especiales, en los Marines. Uno solamente se da cuenta de eso si ve el tipo de cuchillo que Travis usa al final. Se llama KA-BAR y sólo lo usan las Fuerzas Especiales. El corte de pelo es muy importante también, porque las Fuerzas Especiales, antes de irse a patrullar en el norte de Vietnam, se afeitaban la cabeza así.

¿Se supone que tenemos que ver a Travis como una persona común, como un individuo bien adaptado?

–No. Para cuando uno lo ve por primera vez, está a punto de tener un brote. Travis está en el borde. Desde el primer fotograma está en el borde y uno solamente espera una hora y cincuenta y un minutos de película para verlo cruzar. Pero sí es cierto que, en la superficie, tiene un montón de emociones y problemas comunes a todo el mundo. Problemas que yo tengo, que Paul tiene.

¿En general aprobás lo que piensan tus personajes?

–Absolutamente.

¿Y qué pasa respecto de su actitud con la gente negra?

–Bueno, el personaje de Bobby De Niro en Taxi Driver es un racista.

Pero me refiero al punto de vista de la película, no solamente del personaje. Quiero decir, cada vez que vemos a una persona negra vemos a alguien que parece majestuosamente maligno.

–Pero se ve así cuando Travis lo mira. ¿Se acuerdan de esa escena cuando dice “Maldita tierra Mau Mau” y de repente Bobby mira y ve a este tipo? El tipo era lo más dulce del mundo. Era un extra. Se quedó sentado ahí toda la noche esperando esa única toma. Es en cámara lenta y por eso parece maligno. En Mean Streets (Calles salvajes) también hay una escena donde miran a una mujer y dicen “es hermosa, pero es negra”. Hay que tener en cuenta de dónde vienen estos tipos.

¿Te preocupa que la gente vaya a pensar que ésta es la manera en que ves las cosas? ¿O de verdad las ves así?

–Nos criaron de una determinada manera. Algunas cosas se quedan con nosotros y hay que enfrentarlas. Yo no puedo decir “en el barrio de la comunidad ítalo-americana nunca escuché la palabra nigger”. Yo no puedo decir eso porque no es verdad. Quiero decir: si uno va a contar cosas sobre sí mismo, más vale ser honesto.

Cuando crecías, ¿comprabas estos valores?

–¿Comprar qué valores?

Digamos, valores sobre la gente negra y sobre la violencia. Me da curiosidad la manera en que te relacionabas con esas cuestiones cuando eras chico.

–Uno se relaciona de muchas maneras diferentes. De alguna manera yo estaba envuelto en esas cuestiones, pero también, por ejemplo, estaba envuelto en la Iglesia.

¿Y las dos cosas se contrarrestaban?

–Seguro. Pero al mismo tiempo uno anda en las calles, y ve cosas, y se involucra. Uno se involucra con códigos de comportamiento y se pregunta cómo debe actuar en determinada situación. Sabés, ¿cómo puede uno convertirse en una persona especial si no es el tipo más duro de la cuadra? Porque hay maneras de sobrevivir y la palabra “respeto” es la clave.

¿Cuánto te enojan algunas cosas con las que creciste?

–Si no estuviese enojado, no hubiese hecho Taxi Driver.

¿Estás enojado de la misma manera que De Niro lo está en la película?

–Claro que sí.

Para mí la película es como una pesadilla.

–Sí, es una pesadilla. Sí.

¿Podés hablar de ese enojo?

–Tendría que pagarte 45 dólares la sesión (se ríe).

¿Ves a un psicólogo?

–Sí, desde hace años. Hablemos del enojo. O de los celos, por ejemplo. Se pone a esta mujer como objetivo y después Travis monta todo tipo de mecanismos autodestructivos en sus acciones con la chica para asegurarse de que no va a poder conseguirla. La lleva a ver una película porno y sabe interiormente que va a arruinar todo... La mente consciente está bien pero el inconsciente le dice “mejor que lo arruines otra vez porque no la merecés, ¿entendido?”. Cuando estábamos hablando con Bobby sobre el enojo y los celos, llegamos a la escena frente al espejo, que es la llave de la película.

¿Eso no estaba en el guión?

–No, no está guionada esa escena. Le dijimos, “Bobby, hagamos algo así. Ponete frente al espejo y hablate.” Y cuando filmamos los ensayos yo le decía “repetilo, seguí repitiendo”. Porque no lo podía escuchar. Y para mí sonaba genial. Quería estar seguro de que estábamos grabándolo. Y la repetición fue lo que me gustó. Eso es lo que usamos, la repetición de “Are you talking to me?” (¿Me estás hablando a mí?). Pero, estoy pensando. Recién hablábamos de las sesiones de terapia. Uno piensa que va a poner todo eso en la pantalla. Uno piensa que, de alguna manera, va a exorcizar esas emociones. Después, cuando la película está terminada, uno la ve en la pantalla y quizás, además de la depresión post parto que se tiene después de terminar una película, se pasa por un período donde uno se da cuenta, por Dios; no es suficiente solamente con ponerlo en la pantalla. Uno tiene que seguir trabajando en intentar cambiar esos sentimientos, los sentimientos de enojo, o los que sean.

¿Cómo te las arreglás para estar cerca de tus sentimientos y emociones cuando estás haciendo una película? Es un proceso tan complicado.

–Te reís mucho. Especialmente con los actores que me gustan. Me divierto con ellos. Y después está la violencia y la violencia no es divertida. Es un dolor en el cuello. Uno está trabajando y de repente tiene que parar y esperar dos horas, porque hay que hacer maquillaje.

Decís que la violencia en tus películas es ritual, pero están filmadas de un modo realista.

–Sí. La violencia tiene que ser llana, directa y rápida. Y torpe y se tiene que ver estúpida, de la misma manera que sucede en la vida real. Tiene que ser igual que cuando el fotógrafo del Daily News llega y toma las imágenes. Tiene que ser como un tabloide.

¿No es divertido hacer esas escenas?

–No, realmente no. Hay que taparse los oídos con protectores por el ruido de los balazos, que son muy fuertes. Todo el mundo termina con dolor de cabeza. Murray Martson tenía que venir cada mañana y cada mañana le cortábamos la mano. Mientras tanto, fuimos a comer con Bobby dos veces, él con toda la sangre encima y la cresta mohawk. Y nadie, nadie nos prestó atención. Era en la 99 y Broadway, en uno de esos restoranes cubano- chinos. Todo parecía una noche de sábado normal, con los comensales habituales.

¿Cómo te sentís sobre Nueva York ahora que no vivís más acá?

–Bueno, pero igual me la paso en Nueva York. Los Angeles es una oficina grande. Tiene palmeras. Uno mira por la ventana y ve árboles. Eso es todo. Es una oficina.

¿Siempre quisiste ser un director de Hollywood? ¿Es lo que querías hacer cuando veías películas?

–No sabía lo que era un director. Solamente quería hacer películas. Siempre salía de la sala pensando en cómo hubiese hecho yo ciertos detalles.

Cuando veo Taxi Driver, noto algunas alusiones claras. Cuando Travis echa el Alka-Seltzer en el vaso, ¿eso está sacado de Godard?

–Exactamente. El guión sólo dice que tira el Alka-Seltzer pero se refiere a la toma de la taza de café en Dos o tres cosas que sé de ella (1967). Ella estaba metida en el café negro y el café parecía una galaxia, y están hablando sobre el estado del universo.

Bueno, supongo que Travis es muy parecido al personaje de Diario de un cura rural (1951).

–Sí. Es mi película favorita de Robert Bresson.

De hecho, cuando Travis echa licor de durazno en el pan y empieza a hablar de que su estómago no puede...

–Es otra vez la cosa autodestructiva. No te olvides de que eso es lo que hace el cura en la película de Bresson. Tuvo cáncer. Por eso hace que este tipo tome el vino barato, para asegurarse de que muriese. Pero quiero decir, la forma en que trabajo está impulsada por un montón de cosas, libros, películas, cosas que me pasaron en mi vida personal, o que hago en mi vida. Alguna gente lo va a entender, otra no.

¿Por qué la gente siempre sangra del cuello en tus películas?

–¿De verdad querés saber?

Claro.

–Me gusta la idea de que la sangre salga a borbotones. Es como una purificación, es como una fuente de sangre, pero es realista, totalmente realista. Esa es mi cabeza en la película, sabés. Le pedía al tipo de maquillaje que me pusiera más, y él decía “va a ser un montón”. Y yo le decía que estaba ok. Y eso fue todo sin explicaciones. Me gusta la idea de que me disparen. Es una cosa personal que no puedo contestar bien. Es como una fuente, un lavado, la idea de estar parado bajo una catarata.

¿Te sentís purificado después de hacer una película?

–Por un rato. Estoy descubriendo que muchos otros sentimientos sencillamente no se van. Me decepciona un poco. Es un poco como me sentía con la Iglesia, no ser digno, no ser merecedor, no tener lo que hace falta para ser cura. No tener el valor suficiente para hacer esto, no ser suficientemente bueno.

Querías ser cura de chico. ¿Hubo alguna razón particular para decidir no seguir adelante?

–Me di cuenta de que no encajaría en la institución. Y además, bueno, me expulsaron.

¿Hiciste algo especial para que te echaran?

–Tenía notas excelentes y después, bueno, hice bardo. Causaba muchos problemas, llevaba a los chicos a hacer un montón de cosas y causaba todo tipo de dramas en clase. Me hacía el mordaz, el incisivo. Un poco el payaso de la clase. Y por eso supongo que me echaron.

¿Sentís ambivalencia sobre no haber seguido estudiando para el seminario?

–No. No encajaría. No sirvo para la institución.

¿Y cómo encajás en la institución de Hollywood?

–No demasiado bien. Ningún director encaja bien en esta situación, este no es el viejo Hollywood, es un diferente tipo de Hollywood.

¿Los directores pasan tiempo juntos? ¿Conocés a Spielberg?

–Claro.

¿Cómo habrías dirigido Tiburón?

–Nunca haría una película acerca del agua.

¿Y si fuera una película sobre mejillones?

–Depende de cómo estén cocidos.

Esta entrevista fue realizada en 1976 por The Village Voice, el diario neoyorquino, poco después del estreno de la película en California. Fue tomada del libro Taxi Driver (2013) de Taschen, que además de entrevistas clásicas incluye las soberbias fotos del rodaje tomadas por Steve Schapiro que ilustran esta nota.

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