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Domingo, 9 de enero de 2011

Disparos al vacío

 Por Mercedes Halfon

Como si María Antonieta hubiera sido tan sólo un capricho, con Somewhere Sofia Coppola vuelve a retomar tema y tono justo donde los había dejado en Perdidos en Tokio: otra vez posa su cámara en esos personajes que deambulan en hoteles glamorosos, de algún modo extraviados en una cultura extraña y demandante. Pero sobre todo mira el aburrimiento que viene pegado al Gran Entretenimiento. Princesa de la industria, Coppola sabe retratar el costado triste de la fama con la distancia suficiente como para convertirlo en algo encantador. Afín a la contemporaneidad y a la ontología del cine desde siempre, se pregunta: ¿qué hay detrás de la pantalla?, ¿qué sostiene la ilusión? Y la respuesta es Somewhere. Los pormenores de una Hollywood desencantada.

Igualito que Bill Murray, Stephen Dorff es un actor que pasa sus días de ocio en el mítico hotel Chateau Marmont en Los Angeles. Y no deja de tener cierta gracia ver lo abúlico que puede ser un héroe de películas de acción. Circula con su Ferrari entre bostezos, se acuesta con chicas hermosas, toma cerveza y mira la nada. Durante los primeros veinte minutos es poco lo que le oímos decir. Vemos un set de fotos para la difusión de su próximo estreno, como veíamos aquella hilarante sesión japonesa donde Murray se lucía haciendo chistes con apenas un vaso de whisky. Pero aquí el resultado es menos risueño. El aburrimiento de Johnny Marco –así se llama el personaje de Dorff– parece ser contagioso. Y no por el ritmo que encadena los planos, que Coppola tan bien sabe hilvanar. Es la falta absoluta de conflicto lo que empieza a volverse preocupante. Tanto dinero y tanta vacuidad pueden irritar al espectador estimulado, pero lo sabemos: Sofia Coppola es, además de cineasta, una estilista reina del chic, modelo y musa de diseñadores de ropa exclusiva, dueña de la tienda retro naïf Milkfed y colaboradora desde hace algunos años de Louis Vuitton. Ese gusto suyo por las superficies es marca personal también en sus películas. Como dijo alguna vez en defensa de María Antonieta, su film menos celebrado: “Se te considera superficial y tonta si estás interesada en la moda, pero creo que se puede ser sustancial y todavía estar interesada en la frivolidad”.

En este sentido, hay una escena clave en Somewhere: Johnny Marco va a hacerse con los encargados de efectos especiales la máscara que lucirá como su propio rostro envejecido para el film que prepara. El proceso es largo e incómodo, y vemos cada una de sus etapas. Le cubren la cara de una pasta blanca que apenas deja pasar el aire y va solidificándose con el correr de los minutos. El rostro de Johnny es, por un rato, sólo esa máscara inexpresiva que se endurece. Lo mismo podría pasarle a él. Ese es el peligro que, según advierte Coppola, acecha a los chicos ricos y exitosos de Los Angeles. Aunque, en el caso de Johnny Marco, todo cambiará cuando llegue a su vida su hija de once años (la virginal y proactiva Elle Fanning) y deba quedarse con él más días de lo previsto.

Sofia Coppola dispara contra el vacío que sostiene la parafernalia de Hollywood. Eso es lo que ella ve detrás de la pantalla. Y en su crítica termina rescatando esos vínculos posibles como el de el actor y su hija, o el que Scarlett Johansson y Murray vislumbraban en Tokio, como única experiencia valedera. Después de todo no deja de ser buena una chica de familia italiana.

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