Domingo, 22 de septiembre de 2013 | Hoy
> EL FANTASMA DE CANTERVILLE, DE OSCAR WILDE
Por Isabel Allende
Uno de mis cuentos favoritos es El fantasma de Canterville, por su mezcla de humor y drama, terror y comedia, amor y muerte. De niña lo leí muchas veces y siempre me reía con las desventuras del fantasma y lloraba con el inesperado final.
Los Otis son una familia americana padre, madre, un hijo mayor, dos mellizos traviesos y una hija de quince años, Virginia, que se van a vivir a una antigua mansión en Inglaterra, enorme, lúgubre, con paneles corredizos, pasajes secretos, habitaciones ocultas, escaleras torcidas, etc. El dueño les advierte que allí vive el fantasma de un antepasado, sir Simon, pero los Otis no creen en lo sobrenatural y se instalan ruidosamente, mientras sir Simon se dispone a matarlos de miedo con su repertorio completo: rechinar de cadenas, gemidos ululantes, risas destempladas, manchas de sangre y apariciones de ultratumba. Un descabezado, un esqueleto, un niño estrangulado... De nada le sirve; sus esfuerzos se estrellan contra el aplastante sentido práctico de los Otis. El contraste entre la tradición inglesa y el pragmatismo americano es de una deliciosa ironía. Por ejemplo, la señora Otis le ofrece lubricante para sus oxidadas cadenas al espectral sir Simon, y todas las mañanas borra la sangre de la alfombra con un quitamanchas. Los mellizos le hacen la muerte insoportable a sir Simon con sus trampas y bromas, inclusive le dan un susto tremendo disfrazándose de fantasmas con una sábana. La única que no se burla de él es Virginia, quien adivina el sufrimiento y la soledad de esa alma en pena. Por fin sir Simon, derrotado por los Otis, se confía a Virginia, le cuenta el pecado que cometió en vida y que debe expiar durante siglos, le pide que llore y rece por su alma, ya que él no tiene lágrimas ni fe, y que lo ayude a liberarse de su castigo. El tono divertidísimo del cuento cambia cuando Virginia acompaña a sir Simon al reino de La Muerte. El final es mágico y conmovedor.
Los textos de Isabel Allende y Margaret Atwood fueron extraidos de 1001 libros infantiles que hay que leer antes de crecer
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