Lunes, 23 de enero de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UN FILM QUE NAUFRAGA POR IMPOSTAR LO QUE SE CONSIDERA "MAGICO"
La estilización de imágenes no compensa la
falta de desarrollo de los personajes que,
más que de palabras, se llenan de silencios.
Por Por Emilio A Bellon
PALABRAS MAGICAS (Bee seasson) 5 puntos
EE.UU., 2005.
Dirección: Scott McGehee Y David Siegel.
Guión: Naomi F. Gyllenhaal.
Fotografía: Giles Nuttgens.
Música: Peter Nashell
Intérpretes: Richard Gere, Juliette Binoche, Flor Cross, Max Minghella, Kate Bosworth.
Duración: 103 minutos.
Salas: Del siglo, Village y Showcase.
Varias líneas de compleja temática convergen en este nuevo film de los directores de aquel thriller que marcaba una extraña complicidad entre madre e hijo y que se presentó en la Argentina en el 2002 como El precio del silencio (The deep end). Sin embargo, pese a su pretendida mirada crítica, Palabras mágicas participa a nivel narrativo de una progresiva confusión, tal como lo manifiestan, por separado y en silencio, cada uno de sus personajes. Desde mi punto de vista, claro está, es que aquí el acento se pone en lo exterior, en la excesiva estilización de sus imágenes, en la ausente tensión que debería existir entre cierta inocencia y la crueldad que marcan algunos mandatos.
Basado en una exitosa novela de Myla Goldberg, con gran predicamento en la lista de los libros más vendidos (que se apoya en el mundo hipercompetitivo de la sociedad de EE.UU., en relación con los niños de llamada inteligencia superior), el film de estos jóvenes directores ha reunido a un notable elenco en el que se subraya la notable situación vinculante del personaje que compone Richard Gere, el profesor de Teología Saul Nauman, con la práctica y conversión al budismo del mismo actor. En esta intersección se construye su figura, padre de dos hijos, esposo de una mujer, quien a partir de ciertas situaciones comienza a soportar como emergen las cuestiones no resueltas de su pasado.
Frente a la idea de familia americana, de armónica composición, que funciona como "figura ideal" para la mirada ajena, el film que transita por una mixtura de resoluciones que diluyen la propuesta dramática, se detiene en un juego incesante de repeticiones en lo "mágico y asombroso" que estas búsquedas proponen. Es decir, la hija, de once años, la favorita del padre, comienza a sentirse la elegida, la iniciada en la búsqueda del acercarse al nido de Dios. En tal caso, y desde este perspectiva, será el padre quien comience a rediseñar el nuevo espacio familiar; el que poco a poco, a partir de expresiones como "Si tikun Olam", que nos remite a una lectura esotérica de la Cábala, genera nuevas direccionalidades.
En el seno de la familia Nauman, entre las aspiraciones de gloria del padre y los rituales gastronómicos, todo comienza a desmoronarse. Pero ¿desde qué lugar los directores cuentan el film? o bien ¿en qué medida cada uno de los personajes tiene su propia mirada? Aquí es cuando la perspectiva del relato, entiendo, se debilita y nos confunde ante tantos efectos visuales que no permiten sentir las rajaduras de las conductas de los miembros de esta familia.
Sí, en cambio, en relación con lo visual estimo que es todo un hallazgo la elección de la figura del caleidoscopio para referirse a la multiplicidad y repetición de los rumbos divergentes.
Si los directores se proponían a relatar un quiebre y poner en escena un concepto de crisis de familia, solo parcialmente lo lograron. En tal caso el mundo competitivo infantil, es que ahora exige que la pequeña Eliza, de once años, asista al Certamen Competitivo Nacional para seguir deletreando palabras, ante un estricto jurado que omite el peso de las mismas, despierta cierta admiración a través de una puesta en escena, que solo permite reconocer en otro plano, la mirada rebelde del hijo varón, del hermano de la protagonista, que en algún momento puede verbalizar el riesgo de todo aquel desafío.
En un clima inicial que participa del recuerdo y de cierto sentimiento de nostalgia, escuchamos por parte de la protagonista lo que será el eje de toda aquella experiencia: "Mi papá me dijo alguna vez...". Y será precisamente ella, quien apostará frente a esa idea dominante de la necesidad de "juntar los pedazos del mundo" de revertir el propio náufrago familiar. Una voz hegemónica obligó a abrir secretamente caminos alternativos y con ellos el paso de sus personajes está marcado por la necesidad de fuga, de escape, de huída.
Deletrear palabras... "nombrar letras y palabras que contienen los secretos del universo". Pero simultáneamente, en ese espacio familiar, nadie puede contar su propia historia. El desvío que la letra religiosa ordena, no apunta ya a comprender mas lo humano, sino a acercarse, a espaldas del otro, a lo divino. Si bien este es el eje dominante a nivel anecdótico en el film, no creo, por otra parte, que pueda sostenerlo, ya que por momentos los propios realizadores se sintieron particularmente atraídos por esa impostura sobre lo que aspira a ser mágico; dejando olvidado o relegando a un segundo plano los callados gritos y los débiles lamentos de sus criaturas.
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