Domingo, 27 de abril de 2014 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › CONVERSACIONES CON SELVA ALMADA EN LA QUINTA SEMANA DE LA LECTURA
La escritora participó de un panel con la autora de la nota, Gabriela Cabezón Cámara y Marcelo Britos; en el marco de la Semana de la Lectura. Habló de sus novelas "Ladrilleros", "El viento que arrasa" y hasta anticipó "Chicas muertas", su próximo libro.
Por Beatriz Vignoli
"¿Será un libro de autoayuda para dejar de fumar?" se preguntaba la escritora Selva Almada (1973, Villa Elisa, provincia de Entre Ríos) ante un ajado paperback titulado El camino del tabaco. Lo contó el viernes en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa en el cierre al ciclo de conversaciones de la Quinta Semana de la Lectura, con Gabriela Cabezón Cámara, Marcelo Britos y esta cronista. Pero nada que ver con la autoayuda, salvo en un sentido literario: Tobacco Road (1932), novela realista del norteamericano Erskine Caldwell, fue un modelo de estilo para su segunda novela publicada, Ladrilleros, antes aún del éxito de la primera: El viento que arrasa (Mar dulce, 2012). Anteayer, Almada también anticipó Chicas muertas, su próximo libro.
"Cuando leí El camino del tabaco, lo que me pasó fue decir: mirá, se puede escribir con tanta violencia y con tanta intensidad una historia", amplió ayer Almada en una entrevista con Rosario/12. "Yo usaba el lenguaje oral de la región en los diálogos; para el narrador, un lenguaje más neutro. Pero venía pensando qué pasa si el narrador empieza como a contaminarse de esa oralidad. Y de alguna manera el tipo de personajes tenía que ver con el tipo de personajes que yo había pensado para esta historia, que nace de una anécdota que me habían contado. Entonces hay novelas o autores que te dan permiso, te abren una puerta, medio que te empujan para que pases por ahí", dijo.
-En la importancia que le das al lenguaje, ¿influye la poesía?
-Escribir poesía escribí muy poco, pero siempre hubo como una búsqueda lírica en mi narrativa o en lo que yo quería escribir. Tampoco es que soy una lectora de tiempo completo de poesía, pero me gusta leer. Por esto del ciclo (de lecturas, Carne argentina, que Almada coordina) leo muchos poetas buscando a quién invitar. Yo también uso como recurso la construcción de imágenes; bueno, eso viene de la poesía. Y además me gusta que el texto suene, que tenga su música, y eso solamente se consigue con la búsqueda más lírica.
-Tus decisiones respecto del estilo y el lenguaje, ¿cómo sentís que te posicionan en el campo actual de la literatura argentina?
-En relación a la literatura de la última década en Buenos Aires, donde vivo desde hace 10 años, por ahí lo que se estaba publicando era una literatura muy urbana y muy, en algún punto, económica a nivel de recursos o de exploración: una literatura más carveriana, más minimalista. Y la mía es como un poco más profusa; tiene otras búsquedas, diferentes planos en el lenguaje. Si bien mis novelas tienen trama, yo creo que lo interesante de escribir es trabajar con el lenguaje, no solamente contar una historia.
-¿La historia es una excusa para poner en juego el lenguaje?
-Sí, con la primera novela es una historia muy pequeña, muy acotada además en el tiempo. Me interesaba ver cómo esa historia tan cotidiana se podía contar de una manera un poco más frondosa.
-Y en ese sentido, ¿hay alguna influencia de Juan José Saer?
-No, ¡sabés que lo leí muy poco a Saer! Leí El entenado, y después leí otra novela de él que no me gustó, La pesquisa. Tal vez haya algo en común al compartir la zona donde nacimos, la región...
-¿Dónde naciste, cómo fue tu recorrido literario?
-Yo nací en Villa Elisa, que es un pueblo que está al centro y este de la provincia, un pueblo muy chiquito; viví ahí hasta los 17. Cuando terminé el secundario, me vine a vivir a Paraná, a estudiar Comunicación; estudié unos años, después dejé y estudié el Profesorado en Literatura. En Paraná viví unos diez años, de 1991 a 1999. Y después me fui a Buenos Aires y vivo ahí hace catorce. Siempre me había gustado leer pero no escribía, no tenía una inquietud por ese lado. Quería ser periodista. Empecé a escribir en la Facultad de Comunicación, a raíz de un taller que daba Maria Elena Lotringer. Nos daba ejercicios para aflojar la muñeca, cuentos; y ahí me empecé a enganchar, a perder el interés en la carrera, y me anoté en el Profesorado. Ahí conocí varios amigos que también escribían y entonces nos juntábamos a leer lo que escribíamos, no había talleres literarios así que medio lo armábamos entre nosotros y eso era súper estimulante.
-Vos hablabas el año pasado, en el Filba Santa Fe, de toda una movida que hubo en los años 90 en Paraná y de la que formaste parte.
-Como lo recuerdo, había una movida intensa en la plástica, de la que nosotros (los editores de la revista Caelum Blue, que Almada dirigía con Grillo Vázquez y Gustavo Blanco en 1997 y 1998) participábamos. Luis Acosta, artista que ahora vive en Rafaela, trabajaba mucho con Laura Calderón. Los dos eran de Bajada Grande, los dos se habían criado a orillas del río y hacían instalaciones con los elementos del río, las cosas que trae o lleva el río: palitos, hojas... eran deslumbrantes. Cuando presentábamos la revista, dábamos una fiesta y ellos armaban la ambientación, la puesta en escena.
-¿Cómo es tu situación ante el fenómeno de ventas de El viento...?
-Me siento sorprendida. Yo ya había escrito y estaba corrigiendo Ladrilleros cuando Mar dulce me publicó El viento... y para mí era como: bueno, publicá esta, así me publicás la otra, que era la nueva...
-¡¿Te la querías sacar de encima?!
-Y, un poco sí. Si bien estaba conforme con la novela, no la quería dejar guardada en el cajón porque es mi primera novela y laburé mucho en ella, pero era el trámite para después publicar Ladrilleros. El viento... se tradujo al francés y está comprado para traducir al italiano, al portugués, al holandés, al alemán... se vende todo el tiempo, lo reimprimen y se vende de nuevo. A Ladrilleros le fue bien pero no con la magnitud de El viento..., al que le fue demasiado bien -concluyó.
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