Sábado, 5 de diciembre de 2009 | Hoy
Por Miriam Cairo
CIRUELO
Si toda creación es inferior al sueño, ¿cómo puede Dios no soñar este amor mirífico? Cuando se levantaron el cabello, fueron felices juntas. El rocío se evaporó antes de la aurora y la naturaleza irradió una especie de gloria. Una a otra limpiaron las nubes de los ojos y se dieron de beber almíbares bajo el ciruelo. No resultó el beso un narcótico adormecedor, sino vino generoso para la acción y el secreto. Se levantaron el cabello y la noche se hizo interminable. ¿Y si vinieran a buscarlas todos los hombres del mundo? Ellas dirían sí, a todo el amor de los hombres, pero esa ternura carnal es otra cosa. Un ejercicio divino.
Una y otra sintieron el corazón latir como una espada contra el escudo. La noche las cobijaba con su oscura ternura de ángeles. Soltaron los cabellos y un coro de sombras hizo luz en el jardín sin cielo. ¿Cuántos latidos serán necesarios para que una mujer no ame a otra mujer? En brazos de los hombres, una y otra han visto los pétalos del ciruelo ser arrastrados por el viento, pero esa noche, una y otra han podido ver cómo vuelven a las ramas los mismos pétalos.
LEVE
Las ciruelas caídas no pueden numerarse pero resulta muy fácil amar a una mujer porque una mujer desea lo mismo que otra mujer. Porque habla el mismo lenguaje y la misma sombra. Todo es traslúcido, incluso lo que acostumbrara ser opaco. Pero esto no impone la transparencia de los ángeles, sino la luz cerífera de los agapantos.
Es fácil amar a una mujer, porque no todo en ella se comprende. Porque no todo es claro y preciso, sino que uno debe conducirse a tientas en su media luz o en su media sombra. Fácil es amarla porque a pesar del prodigio, una mujer vive, naturalmente a la vista de otra mujer. Se la puede ver bajo el blando velo de la luna, distraída de las voces de las estatuas, caminando por las veredas y sus bordes, o levitando en su cuarto. Si otra mujer la ama es porque no cree que sea posible que haya en el mundo otro ser tan firme, voluptuoso y leve. Que una mujer viva a la vista de todos la hace reconocible y nos permite la esperanza de verla llegar por el camino del insomnio dispuesta a reparar las canciones rotas. Una mujer anda suelta por ahí, atraída por la sangre dulce de otra mujer y que Dios nos libre del final de ese instante.
SOL DESNUDO
Qué decir de una mujer que da un brinco, se abraza a la rodilla de otra mujer y se duerme. Qué decir cuando otra mujer abre los dedos de una mujer y la mano se convierte en flor. Qué decir cuando entre las dos crean un jardín de perfumadas falanges. Una estrella cae desde la noche como un regalo que nadie espera. Una mujer se arroja fuera de un mundo saturado de quietudes y otra mujer la recoge y la acuna. Qué decir cuando un hilo de luz se filtra para imaginar mañanas. Todo caer exige desnudez y así se hace una mujer desnuda.
Lo que brota en la noche de una mujer es puro deslumbramiento. Un volver a la memoria. Un volver al propio cuerpo desde el cuerpo de otra mujer. Qué decir cuando una mujer se acerca y la imagen de un sueño no deja de pasar por el espejo de la aurora. Qué decir cuando la noche negra libera sus pájaros amarillos y una constelación de ojos orbita en torno a otro sol desnudo, que estira en la oscuridad el cuerpo recién amado.
SE ESPARCE
Una mujer habla en primera persona cuando se refiere a las aves peregrinas. Cuando un ave canta, es con su voz, cuando parte es con su vuelo. Un ave que anida en un círculo azul, no es otra cosa que una mujer dedicada a perderse en una imagen presentida. Cuando un ave va en busca de quién es, una mujer se encuentra a sí misma. Por eso habla de todo lo que no es, porque el ser necesita su silencio. Necesita un mirar hacia las aves peregrinas, no hacia los dientes de un lobo. Cuando una mujer afloja las clavijas ágatas de su laúd y no hay músico que coloque la flauta de jade en su sitio, la luna se abre paso entre las nubes, lustrosa y perfumada, para darle de beber de sus manantiales ocultos. Una mujer en brazos de la luna se pierde en la corriente del viento, pero vuelve por el jade, como las aves migratorias regresan siempre al mismo árbol.
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