rosario

Sábado, 14 de julio de 2007

CONTRATAPA

Divertimentos menores para detectives cansados

 Por Gary Vila Ortiz

Querido Fernando:

Nicanor Pérez, ese amigo al que quiero tanto pero a quien parece que nunca terminaré de conocer, me ha escrito una carta tan larga que me veo en la obligación de fragmentarla. ¿Quién es en realidad mi gran amigo? Sé lo que quiso ser y nunca pudo: un poeta. Sé lo que fue, y eso lo definió y él no se sentía demasiado mal por esa realidad: un periodista. También sé que lo obligaron a dejar el oficio por algunos años (rescatado de ese abandono por algunos amigos entrañables, los de este diario por ejemplo, donde tanto él como vos y yo escribimos) y entonces, pasado el tiempo, buscó la complicidad afectiva de un amigo (que también es el hijo de uno de sus amigos de la infancia, creo) para nosotros todavía invisible, el impalpable, fantasmal, Mister Wingren, y se embarcó en la aventura de ser un discípulo aplicado de Philip Marlowe, en la interminable misión de tratar de descubrir quiénes eran en realidad los que lo angustiaron durante cerca de diez años para obligarlo a dejar el oficio que ejercía. El hecho tenía mucho de curioso, hasta de misterioso si se quiere. En un reciente libro, Osvaldo Aguirre, que modifica con cariño el nombre de don Nicanor, hace un breve, bondadoso y creo que comprensivo retrato de mi viejo amigo, y al hacerlo pone de manifiesto la curiosidad de lo pasado. Es cierto que eso se encuentra entre líneas, pero el libro de Aguirre está para quienes saben leer.

En la carta que nos ocupa, el viejo Nicanor se distrae de lo que pasó y se pierde por esas ramas en las que siempre anda perdido aunque uno a veces se pregunta: ¿perdido en realidad? Te copio fragmentos de la carta: quince carillas de un papel amarillo escritas en una máquina que, según él afirma, alguien, otro de los amigos que como vos (aunque no lo creas) lo salvan día a día, le ha prestado. Me cuenta que es una perfecta Continental 340, alemana, con olor a esas viejas máquinas que el abominable pintor de brocha gorda, al decir de Brecht, tenía en su bunker. Don Nicanor me ha pedido, en realidad, que leyéramos su carta juntos porque ahora dice (¿será para vos otra de sus exageraciones sin sentido, o acaso otra de sus mentiras?) que sos el artífice de sus últimos escritos, pero como no hemos podido encontrarnos esta semana, transcribo un puñado de párrafos y te espero alguna noche cualquiera para que, mientras escuchamos a Benny Carter y revolvemos viejos papeles y fotos en blanco y negro y recordamos escenas desordenadas de películas que nunca vemos desde el principio ni terminamos de ver por completo, sigamos en la impensada tarea de asistir a ¿nuestro? amigo Nicanor Pérez en sus investigaciones, en la redacción de su novela rosarina, policial, quizá imposible: "Los criminales eruditos". Un saludo. Gary.

* "Sherlock Holmes tenía, para concentrarse y distraerse en los momentos de cansancio mental, dos cosas: la música de su violín y la hipodérmica con sus dosis adecuadas de morfina. Nero Wolfe, en las mismas circunstancias, buscaba el olvido en las orquídeas que formaban parte de la casa en la que estaba enclaustrado y en la buena comida que le preparaba su estupendo cocinero (¿se llamaba Fritz?) a quien, dicho sea de paso, Mister Wingren me ha contado que conoció y que fueron muy amigos. Philo Vance dedicaba sus cansancios al paciente y un tanto desordenado amor por las manifestaciones de las creaciones artísticas de los países orientales, sobre todo de las innumerables dinastías de la China. A Hércules Poirot le apasionaban las mujeres, cosa que nunca se ha dicho, y si se lo ha hecho fue en voz muy baja. Es en voz baja, justamente, que se dice que la bien conocida desaparición de Agatha Christie fue provocada por un romance volcánico con el detective. Philip Marlowe recurría a los gimlets y al ajedrez y a las inolvidables rubias pasajeras. Ignoro los divertimentos menores de Sam Spade, pero sé bien que era un intelectual y es probable que descansara su mente en la lectura de los filósofos o pensadores que más podían interesarle. Además, como su amigo Hammett, era alguien preocupado por la política, por defender, siempre, las causas más nobles. Como a Hammett, eso le costó la prisión durante la nefasta época del macartismo. Donald Lam no tenía demasiado tiempo para otra cosa que no fuera su trabajo, y en los intermedios de las buenas palizas que solía recibir su alimento era un café bien negro, como el que tomaba Paul Valery, y los emparedados de jamón crudo. Isidro Parodi, encerrado en la cárcel, no tenía otras posibilidades que escuchar los problemas policiales a resolver, la lectura de algunos libros que había llevado a su celda o alguna partida de truco con otros presos políticos como él. La oración y las reflexiones sobre su fe le eran más que suficientes al padre Brown para proseguir infatigablemente sus investigaciones. En cuanto a Mister Wingren y su 'doctor Watson' (que vengo a ser yo), nuestro entretenimiento consiste en la lectura de viejos libros y la audición de los discos de jazz de los diez años comprendidos entre 1923 y 1933. Eso nos resulta suficiente."

* "Viejas y también algunas malas películas que veo por algunos canales de televisión me conforman. Mis últimos alimentos: relectura de Eduardo Mallea, escritor argentino a quien muchos consideran ilegible; audición de Teddy Wilson, Billie Holiday y Miles Davis; en cine, si es que el cine televisado sigue siendo cine, la primera de las ocho películas de la serie en la cual Peter Lorre encarnaba a un detective japonés, Mister Moto. Entre 1937 y 1939 se rodaron esos films. En el último ya Peter Lorre se mostraba cansado del papel, lo que no era para menos. El excepcional actor de 'M', de Fritz Lang, estaba para otras cosas pero la popularidad del detective hizo que en menos de tres años se hicieran las ocho películas".

* "He vuelto a la relectura de los poemas de Dylan Thomas. He vuelto a escuchar un disco de jazz. Cuando era yo, su ahora viejo amigo, un tipo más joven, pasamos con Wilfredo Aliana uno de esos poemas dentro de un tema de jazz. Quienes no supieran inglés, que lo escucharan como una música. Que a la música verbal de Shakespeare le agregaran la de Dylan Thomas. Luego anduve dando vueltas por la obra de Bix (¿debo agregar Beiderbecke, por las dudas?). Tengo varios CDs, algunos recientes, compilaciones, que a veces el aparato que debe darme la música se niega a hacerlo. Y eso que no se trata de copias, son defectos lamentables de los discos, de los compactos que supuestamente no deberían tener ningún problema. Y sin embargo los tienen, créame, y no pienso ir a devolverlos de ninguna manera. Como cada día que pasa la manera de resolver el problema que inició mis aventuras con Mister Wingren se torna más confusa, acaso por mi propia culpa, también me dedico a viejas pasiones, además del jazz, Borges, y el intentar la erudición como un vértigo: hay que llegar a ese extremo (el del vértigo) para que la erudición no sea aburrida. Los viejos somos repetitivos y aburridos, un par de nuestros atributos, pero intentamos no serlo en demasía. He notado que su amigo Fernando, a quien creo que puedo llamar mi amigo pero con algunas líneas aclaratorias a pie de página: me censura mi abuso de una colonia y parece ignorar que alguien que él quiso mucho y sigue queriendo ahora en la memoria usaba esa misma colonia. He notado que Fernando, le decía, como muchos otros jóvenes suele tener problemas con la memoria, pero en su caso además se encuentra Anita, quien le hace perder no solamente la memoria sino la paciencia y otras yerbas. Pero qué le voy a contar a usted de esa enanita rubia y locuaz, de energía inagotable, si ya sé que ha hecho de las suyas en su departamento en general y en su biblioteca en particular. Para que nadie piense en otra cosa, explicaré que es la hija de Fernando, que ya lo tiene dominado por completo y que sin dudas cuando sea grande esa criatura deliciosa enloquecerá a alguien igual que ahora a su padre".

* "Le hablaba de viejas pasiones, como la guerra civil española, la última guerra romántica de la historia, aclarando que ese romanticismo de luchar por una causa que instintivamente sabían perdida lo ponían los republicanos, no los otros, los viles que hicieron bombardear Guernica, fusilaron a García Lorca, a sacerdotes vascos en nombre del cristianismo y, aunque eso sea suficiente para calificarlos, también hay que apuntar que el franquismo supo fusilar a muchos militares sin miramiento alguno. De eso trata el artículo de Mario Blanco publicado en La Nación en enero de 1983. Franco hace fusilar a bastante más de diez militares, todos generales, que estaban de acuerdo en lo único honesto que podían hacer: defender la República. Franco cuenta con los sublevados de Marruecos, que luego incrementarán las fuerzas de Hitler y Mussolini".

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