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Miércoles, 9 de noviembre de 2011

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Asesinato

Se escribió, y muy bien, sobre el asesinato como una de las bellas artes. Pero faltaba la vuelta de tuerca: el asesinato como lección de democracia. Al fin, el arte, aun a riesgo de volverse irrespirable, no tiene necesariamente cercanía con la ética. La democracia, en cambio, lo exige, y vincularla con el asesinato resulta inmejorablemente bizarro. O inmejorable si no viene de un Premio Nobel de la Paz: "La muerte de Muammar Khadafi es un mensaje fuerte a los dictadores", explicó el después del asesinato Barack Obama. "Es claro que ninguno de nosotros ama ver a alguien en ese final, pero pienso que fue un mensaje fuerte para los dictadores del mundo (...). Estados Unidos, un país que mantiene dos guerras para democratizar Irak y Afganistán" (Página/12, 26 de octubre). En suma, que una ejecución extrajudicial --un asesinato-- puede ser un acto dolorosamente democrático. Pero lo grave, lo que asusta es que no todos percibamos el disfraz de democracia.

En 1729, Jonathan Swift publicó un libro que lo volvió un ídolo entre sus compatriotas irlandeses: "Una modesta proposición destinada a evitar que los niños de Irlanda sean una carga para sus padres y el país". (digamos, para las finanzas británicas y el control inglés de Irlanda). Allí, como solución al exceso de niños irlandeses, se proponía cocinarlos y comérselos. Claro, interpretarlo --a esto, al asesinato "artístico"-- nos aleja de toda monstruosidad. ¿Pero qué pasa cuándo se pierde la capacidad de interpretar? ¿De escucharlo por completo a Obama? ¿Cuándo nos anestesian, o dejamos que nos anestesien? (y un pedazo social se mantiene en la mayoría silenciosa que elogiaba Videla). Pues que hace falta un antídoto, uno simple pero temible para los poderosos como es el zamarrearnos y despertarnos entre nosotros, pensar, recordar verdades. Repasar a un Saramago, por ejemplo, explicando que los dirigentes profesionales son los comisarios políticos de los grupos económicos; o aplaudir y apoyar a las nuevas dirigencias latinoamericanas surgidas de la debacle neoliberal pero... sin sacarles el ojo de encima; o recordar tantas cosas paradigmáticas como que la Iglesia argentina expulsó al cura Alessio por defender el matrimonio igualitario pero mantiene a Von Wernich, procesado y condenado por genocida. O que una única central sindical equivale a un sistema sindical de partido único y eso no es democracia. O que el imperio defiende el asesinato democrático. Ideas simples, redondas, que ya no necesitan asilarse en ironías, sino que hacen que nos indignemos definitivamente.

Héctor Cepol

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