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Viernes, 16 de julio de 2010

Arroz y vamos por más

Ahora que es posible tirar el arroz sobre cualquier pareja que desee casarse, también es posible tirar por la borda los argumentos que de alguna manera resultaron casi obligatorios: ni las familias homoparentales son mejores que otras ni podemos jurar que criaremos hijos e hijas completamente sanos, ¿o acaso hay alguien que sea capaz de comprometerse con tales juramentos?

 Por María Moreno

Al sí del Congreso antes del sí y el arroz venidero en el Civil, y a la prueba de que los únicos demonios que vienen de a dos son los dos demonios de la teoría, caben dos peros de día siguiente: la cantinela, por parte de la defensa, de los resultados de las encuestas que determinan la ausencia de “patologías” en hijos de parejas del mismo sexo, hasta la pretensión de una especie de superioridad psíquica –serían más protectores, más afectivos, etc.– de sus familias, hasta una maestría para la institución heterosexual, formó parte de los argumentos puntuales, quizá necesarios pero, a tirarlos con el arroz pero para el otro lado: los casados por venir no tienen por qué demostrar que son capaces de relevar con híper eficacia las prácticas fallidas del casamiento con figuritas hechas según distribución de baños en bares. El otorgamiento de igualdad de derechos no debe empañarse con la diferencia de requisitos. La performance de Pepito Cibrián ante Susana Giménez (menos botox quizás hubiera permitido leer en su imperturbabilidad de rasgos, expresivo azoro) que terminó mientras él le tomaba la mano y la miraba fijo con el extorsivo slogan “Calle o Pepe” o “Pepe o calle”. Puede ser para poster, pero el derecho a tener hijos o adoptarlos no tiene que confundirse con un relevo del Estado en su función de sostén para la infancia arrasada. No debería exigírsele al casamiento gay ni tareas filantrópicas ni ejemplares. Ni la familia Falcón, la de triste nombre, ni la de Josephine Baker.

Chicanas radical chic

A pesar de la sudada de gota gorda de diputados y senadores para encontrar pruebas a favor del matrimonio gay en un improvisado Libro Gordo de Petete Queer que incluyó tanto a Freud como a los cátaros, la Biblia Hoy y el amor según Poldy Bird, son los que antes se llamaba “compañeros de ruta” los que parecen dudar por lo bajo.

1) Con las banderas del chorro divino Jean Genet o del Pasolini de los ragazzi di vita cuchichean ¡así que ellos también querían ser padres!, es decir, haciendo gala de lo que la escritora lesbiana Sheila Jeffreys llama “la incertidumbre radical”, en donde una filosofía de alta retórica niega, en nombre de un más allá revolucionario virtual, la demanda concreta de una comunidad discriminada, se oculta la necesidad de que el otro siga encarnando precisamente al otro –disidente, nómade, maldito, fuera de la ley– capaz de garantizar por contraste el modelo de lo mismo.

2) Un chiste sin demasiada imaginación –quiero decir sin esa meliflua imaginación de la cultura gay que va de Oscar Wilde, que fue preso a causa de un chongo de elite pero más presa de ese mismo chongo, a la trava rutera que no leyó a Quevedo pero como si lo hubiera hecho– dice que ahora lo raro y perseguido va a ser la condición hétero. Es así como antiguos izquierdistas de pancarta y prisión pueden quedar identificados con lo que en Estados Unidos actúa como la mayoría moral que siempre se ve amenazada por un enemigo cuyo número creciente e inabarcable suele adoptar la imagen higienista de la epidemia. Como si visualizar como multiplicación y mayoría a quienes simplemente acaban de hacerse visibles en un campo del que hasta entonces eran mayoritariamente excluidos no constituyera una de las formas de la discriminación misma.

3) Sí, para esos nihilistas de cuño progre, el matrimonio de gays y lesbianas ... (llénese la línea de puntos) les suena a un intento de relevo de los valores burgueses en lugar de cuestionarlos –“reproducen”, “parodian”–, al homofóbico no le pasa lo mismo. Si antes temía a una horda seductora y perversa que podría amenazar con su mero contacto a sus hijos, ahora teme quedar expulsado de su propia iglesia por haber fracasado en sus defendidas premisas universales. ¡Son los particulares agrupados los que podrían sostener ahora los vetustos valores universales!

Pero la apreciación de que casados, gays, lesbianas ...(llénese la línea de puntos) reproducen o parodian puede indicar simplemente que no existen aún patrones de inteligibilidad que permitan reconocer lo que en el casamiento entre ellos hay que no es ni reproducción ni parodia ni diferencia pura.

Si ahora en la institución del casamiento pueden entrar dos hombres o dos mujeres, siguiendo a Josefina Ludmer en su célebre trabajo Tretas del débil, cabe la posibilidad de que en el lugar asignado y aceptado se cambie no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él.

Arroz a los precursores

En este día siguiente que no es de resaca, cabe espurrear con la imaginación arroz a maricones, tortas y travas eminentes que aún en la categoría de “casos” hicieron asomar su ingenio entre las líneas de los médicos voyeurs y de los próceres comprensivos de otros siglos: a la Princesa de Borbón que estafó al Congreso Nacional pidiendo una pensión como viuda de un guerrero del Paraguay, a La Bella Otero que cantaba “Si con la boca yo te incomodo/y por la espalda me quieres dar/no tengas miedo, chinito mío/no tengo pliegues ya por detrás”, a Aída “la mujer honesta” que trabajaba en la Rosada y era tan pero tan femenina que decía no sentir nada (todas travestis observadas por el doctor Francisco de Veyga al despuntar 1900). A “la odiosa que no sabe odiar” y a “Chacho”, las niñas escritoras a quienes el Dr. Víctor Mercante consideró terribles miembros del “imperio de la anomalía” en su artículo “Fetiquismo y Uranismo femenino en los internados educativos”. Al maricón que el perito Moreno encontró en las tolderías (“este individuo, aunque vestido de hombre, no sale a bolear ni hace ningún trabajo de hombre, sólo se ocupa de cuidar a las chinas”). Y a las dos parejas de norteamericanos que el Gran Sarmiento descubrió viviendo en la isla de Robison Crusoe y de las que sólo menciona con discreción que vivían divididas en feudos domésticos “cuya causa no quisimos conocer”, uno con gorra carmesí y estampados de oro, otro que habla “no diré ya con la locuacidad voluble de una mujer, lo que no es siempre bien dicho, pues hay algunas que saben callar, sino más bien con la petulancia de un peluquero francés que conoce el arte y lo practica en artiste”. Y a Manuelita Rosas que escribía de Dolores Fuertes “¡¡¡¡Qué inhumanos son mis tíos que me han arrancado a una amiga, que es como si fuera mi esposa”, y al “invertido” de El juguete rabioso y a los cadetes del escándalo que pasaron del Colegio Militar a las fiestas negras de la mano de un tal Celeste Imperio y que terminaron suicidándose, arrestados o destituidos. Y a todas y todos los que hoy quieran pasar de la intensidad a la duración o meter la intensidad en la duración o comenzar a quejarse como cualquier hijo de vecino, luego de poner muñequitos idéntico/a/s en la torta de bodas, “¡qué puedo hacer con la bruja que tengo en casa!”.

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