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Viernes, 6 de diciembre de 2013

La Moribunda

 Por Humberto Tortonese

“Que el sol resplandezca sobre su podredumbre hasta cocerla a punto y devolverla a la naturaleza. Que el cielo contemple su osamenta magnífica expandirse como una flor. Tal vez, detrás de aquella roca una perra intranquila te mire con los ojos aireados, acechando el momento de recuperar en tu osamenta el apetecido bocado. Y, sin embargo, igual serás a toda esa basura, a toda esa horrible infección, la estrella de mis ojos. Sol de mi vida entera, tú, mi ángel y mi pasión. Si así tiene que ser, hermana mía, después de mis últimos rezos, cuando bajo la hierba florida y lujuriante te enmohezcas entre los huesos, entonces, dile a los gusanos, que te devorarán a besos, que yo guardo la forma y la esencia divina de este amor descompuesto.” Fuiste y serás un pedazo de mí porque todo lo que digo, en cada frase poética que aparece, estás. Y por eso, aunque últimamente no nos veíamos, no necesité tenerte al lado para seguir queriéndote. Quise empezar esta despedida con los versos de Baudelaire con que terminaba La Moribunda. Y terminar recordando como un mantra esos primeros versos que escribiste cuando eras chico y que una vez, hace mucho, me mostraste: “Anaranjada salió en bote con botas de agua y un camalote surgió de entre la nada cuando la luna que lo alumbraba cantaba esta canción de luna. Mírenla, dejen que sonría, al final de su camino le cortaremos el pescuezo y con todos sus huesos haremos papilla.”

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