soy

Viernes, 6 de diciembre de 2013

Soy pero no soy

Queyi nació en España, vive en Uruguay y tiene nombre japonés. Su voz es imposible de atrapar en los casilleros de los géneros, tanto musicales, territoriales como sexuales, la cantante funda su potencia en el transcurrir.

 Por Paula Jiménez España

Si “Queyi” significa “calma” en japonés, diré que la calma es difícil de atrapar. No porque esta entrevista haya tenido esa intención, la de atraparla, sino porque Queyi, como la calma, es también huidiza e inasible. Y no tan calma. La calma es un pajarito que se para en una rama y luego se va a otra. No se queda. Digo, es como ese pajarito dibujado por ella misma –que no es dibujante, ni artista, que no sabe qué es– para la tapa de su disco anterior, El desayuno a mi modo. Un bichito grácil y liviano, pero misterioso también. ¿Qué hace ahí?, ¿qué tendrá que ver con esas canciones? Difícil de atrapar, sí: Queyi, el pajarito, la calma, su música que no se ajusta a género alguno, sus letras poéticas, extrañas: “Ya no tengo más obligaciones te has ido de mí/ Ahora puedo invitarte un ratito a mirar los barcos llegar, los pájaros pasar”, dice en “Hilo y dedal”, quizá la más resonante de Queyi, su tercer álbum. “Soy de una personalidad muy anárquica y muy caótica. No sé vivir de otra manera. Mi forma de expresarme y de trabajar también es así. La forma en que planteo los ensayos. A las paredes las lleno de papeles y si se me termina el papel sigo apuntando las canciones en la pared. No me importa. Soy un poco loca. Conseguir mis discos es una especie de prueba de fe, pero la gente –no sé cómo hace– los termina consiguiendo.” Es cierto, la gente los termina consiguiendo aunque Queyi, que únicamente se define a sí misma como outsider (“A veces me dan ganas de dejar de ser la outsider que siempre he sido”), no se preocupe demasiado porque se distribuyan. Esta extraordinaria artista, nacida en Palencia, España, que, entre otras cosas, es coautora de muchos de los temas de Soy otra, último disco de Ana Prada, llegó a nuestras tierras de la mano de la uruguaya años atrás y fue conocida musicalmente por haber sido invitada a varios de sus conciertos. La relación entre ambas ha sido apenas el paso inicial para que su nombre empezara a circular por el ambiente lésbico porteño, pero lo demás lo hizo su increíble talento, su formación musical completísima, la dulzura de su voz.

¿Tenés conciencia de que tu música está resonando mucho de este lado del Río de la Plata entre los grupos de lesbianas?

–No tengo conciencia de eso. Me siento un ser humano que vive y ama y ha tenido personas cercanas muy valiosas. No me siento de una determinada manera. Mi vida ha cambiado a lo largo del tiempo. No pertenezco a un grupo porque no entra en mi personalidad caótica, ni en mi vida ni en mis experiencias, que son de todo tipo. Ahora que me hablas así directamente de una opción sexual, te digo que la sexualidad se suele tomar de una manera muy frívola. Y ahí me parece que es algo mucho más amplio, una manifestación del alma. El amor es uno y la sexualidad es una forma de comunicación de ese amor. Y cada cual tiene que ser libre de poder sentir amor con una persona de diferente género o del mismo o de no tener ganas de sexualidad ninguna. Yo particularmente no me siento cómoda en una sigla.

Y en términos concretos, ¿no te afecta lo que afecta al colectivo lésbico?, por ejemplo, ¿no te sentís mejor en Uruguay desde que se sancionó la ley de matrimonio igualitario?

–Yo creo que en Montevideo, durante estos seis años que hace que vivo allí, noto a la gente más libre en sus manifestaciones en general. La gente tiene más color en la calle, en muchos aspectos, no sólo en éste. En algún lugar leí que el pecado original es limitar al ser humano. Todo lo que haga al ser humano más libre y espontáneo y desde la perspectiva de la belleza, que es la misma que la del amor, hace el lugar más habitable. Hemos venido a este mundo a ser felices, a pesar de la crueldad del mundo; yo tengo esa certeza y vivo para ella. No me puedo encasillar en nada, ni en el lugar en que vivo, ni en el lugar que ocupo en mi familia.

“En la frontera no detectaban mi ramillete de vidas raras”, decís en una canción de tu nuevo disco...

–Sí, siempre he tenido la cosa de la frontera en todos los aspectos de la vida como difusa y sin creérmela mucho, pero en estos últimos años he tenido que reflexionar más sobre este tema, puesto que he cambiado de continente, de país, y he tenido que hacerme residente legal de otro país por cuestiones pragmáticas. Estas reflexiones me han llevado más a la certeza de que siempre se trata de convenciones en todos los sentidos, la frontera misma lo es. Son cosas para organizarnos, porque somos muchos, porque nos creemos que somos distintos, etc. Bueno, hagámoslo: pasemos por los aeropuertos, pero no olvidemos que los seres humanos somos algo más potente que esto que hay que deconstruir. En esa idea sobre el ser me siento libre. Es una idea que marca mi trabajo y mi comunicación con los demás.

En otra de tus canciones decís: “Sin la manzana donde está la gracia de este paraíso...”

–Me llama la atención, desde niña, esa idea de la manzana de la Biblia. Cómo en esa literatura –el texto católico más importante– se demoniza la curiosidad, que además está puesta en la mujer, que a su vez es sacada de la costilla de un hombre y a quien hacen comunicarse con la serpiente. En esa leyenda bastante tremenda, al morder la manzana el paraíso se va. Siempre reflexioné sobre esta idea: por satisfacer esa curiosidad se pierde el paraíso. En esa canción digo eso porque, lejos de esta leyenda, se puede conjugar ese no conocimiento, una idea simple de búsqueda de la felicidad, con una curiosidad de ver quién tengo adelante, atravesar las diferencias que nos separen. Sentir curiosidad por quien tenés enfrente no te quita el paraíso sino que te lo acerca. Este es el camino que tenemos que hacer. El que debería emprender la política, la religión, la sexualidad. Esta es la manzana. Bendita la diferencia. Es lo mágico de la vida, lo que hace imposible que te aburras.

¿Cuándo empezaste a componer?

–Toda la vida lo he hecho. La música ha acompañado a mi familia desde siempre. Todo el mundo tocaba algo, flauta o guitarra o lo que sea. Yo me recuerdo tirándole de la falda a mi madre con cuatro años, diciéndole quiero tomar clases de piano con mi vecina Elpidia, que estaba al lado y que me daba chocolate con churros después de la clase. Cuando era niña componía unas canciones tremendas, dramáticas, románticas. Siempre la música ha sido una forma de expresión para mí.

¿En España sos visible?

–Yo no entiendo mucho el tema de la visibilidad o la invisibilidad, porque vivo mi vida con naturalidad. He tenido parejas hombres muy importantes que son parte de mi corazón y he tenido parejas mujeres que son parte de mi corazón. De la misma manera ambas son parte de mí. Entiendo que políticamente exista la necesidad de tratar el tema porque hay personas que no han tenido la misma fortuna o la libertad que he tenido yo. Y si tengo que participar de alguna cuestión pública lo hago, por supuesto. Eso es por una parte, pero en cuanto a mi vida no tengo esa idea de la visibilidad. Obviamente que lo que soy lo manifiesto en todo, porque una persona que hace canciones se desnuda. Yo soy muy pudorosa y discreta con mi vida, además soy bastante tímida. Para mí es sagrada mi casa, porque ya lo conté todo con la música. Las personas que me conocen o me siguen saben cómo soy y saben que la honestidad es parte de la felicidad a la que aspiro.

¿Te sentís parte de la movida de música rioplatense?

–Quiero un poco sentirme así. Me ayuda sentirme muy querida por la gente de aquí. Es su amor lo que me hace tener ese sentido de pertenencia. Siempre me siento muy castellana, porque influye en mí mi geografía, claro. Y a veces el humor de aquí no lo entiendo. Eso me separa un poco, pero tengo mucho para descubrir de este lado del Río de la Plata. Me queda mucho aún para fascinarme y encantarme.

Queyi se presenta el martes a las 21 en Boris Club (Gorriti 5568).

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Imagen: Verónica Stainoh
 
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