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Viernes, 17 de enero de 2014

Bajo Sospecha

El brutal asesinato de Matthew Shepard, que ocurrió en 1998, cambió la legislación de los crímenes de odio en Estados Unidos. El año pasado, el periodista Stephen Jimenez irrumpió con un polémico libro que “revisa” la muerte de este icono lgbti y las condenas de sus asesinos. Amparándose en su propia homosexualidad como garantía de credibilidad, Jimenez volantea a la derecha: va tras la pista pasional, criminaliza el consumo de drogas por parte de la víctima y da crédito a los prejuicios con los que se interpretan los crímenes de homosexuales.

 Por Gustavo Pecoraro

En la ciudad de Laramie, en el estado de Wyoming, cuya atracción turística es la cárcel donde estuvo encerrado Butch Cassidy, nació en 1976 Matthew Shepard. Este joven gay, de pelo lacio rubio, de contextura atlética y estudiante de la Universidad de Ciencia Política, fue asesinado brutalmente en octubre de 1998. La noche del martes 7 de ese mes estaba muy entusiasmado por su recientemente ingreso a la Lesbian Gay Bisexual Transgender Association, y había decidido ir de levante al Fireside Lounge, el bar que regularmente visitaba. Pero el destino lo cruzó con Aaron McKinney (de 22 años) y Russell Henderson (de 21), sus asesinos. El camarero del bar, Mateo Galloway, testificó en el juicio que si bien McKinney y Henderson habían bebido antes de conocer a Shepard, no parecían estar borrachos, y que la charla que tuvieron los tres era sobre los derechos de la “comunidad gay”. Matthew decidió irse con ellos.

Lo subieron a un camión y lo llevaron al medio de una ruta donde lo golpearon con una Magnum 357 hasta dejarlo inconsciente. Lo ataron con una cuerda al alambrado de un campo y lo dejaron agonizando más de 18 horas bajo temperaturas cercanas a la congelación. “Sólo con el viento helado de Wyoming como compañía”, declaró el fiscal Calvin.

Matthew murió cinco días después sin recuperar nunca la conciencia.

Una de las novias de los asesinos declaró en el juicio que la intención de su novio era “asustar a un homosexual para que no vuelva a intentar seducir a un heterosexual”. Aaron McKinney alegó “pánico gay”, y sus abogados intentaron justificarlo diciendo que Matthew había querido levantárselo y que él (que había sido violado de chico por un hombre) tuvo miedo y “no le quedó más alternativa que matar a Shepard”. Una justificación que simboliza el odio homofóbico de este crimen, pero también el pensamiento social de algunas personas que incluso llega a justificar el asesinato.

Lo que el crimen nos dejó

El asesinato de Matthew Shepard generó un debate político muy importante en EE.UU., y sirvió para que una gran parte de la sociedad apoyara que la homofobia se incluyera entre los llamados “crímenes por odio”, transformándolo en un símbolo de la lucha de la comunidad lgbti. A mediados de 1999, Judy Shepard, la madre de Matthew, habló ante el Senado de EE.UU., apoyando la ley contra los crímenes de odio: “Nunca más voy a volver a sentir su risa, sus maravillosos abrazos, a escuchar sus historias. Sé que esta ley no va a parar los crímenes de odio. Pero mi hijo fue víctima del odio, y creo que esta legislación es necesaria para asegurarnos de que nadie tenga que sufrir la muerte de un ser querido para entonces sí estar a favor de la aprobación de una ley contra los crímenes de odio”. Diez años después, en 2009, el Congreso de EE.UU. aprobó finalmente la Ley de Prevención de Crímenes de Odio.

A mediados de 2013, el periodista Stephen Jimenez desató la polémica con la publicación de El libro de Matt. Verdades ocultas sobre el asesinato de Matthew Shepard, donde a través de un supuesto trabajo de investigación y cientos de entrevistas (incluyendo a los dos asesinos) llega a la conclusión de que este asesinato se debió a un problema por drogas. Jimenez (cuyos defensores resaltan su visibilidad como homosexual cual mérito para su credibilidad) fue el productor de un reportaje para la cadena ABC en 2004, que desacreditaba las pruebas policiales y a los testigos que sustentaban la motivación homofóbica del asesinato de Shepard. Este reportaje fue denunciado como falaz por la Glaad (Alianza Gay y Lésbica contra la Difamación) y por Dave O’Malley, el capitán de policía de Laramie que llevó adelante la investigación.

En el libro, Shepard es retratado como un traficante y usuario de drogas; McKinney y Henderson (sus asesinos), como sus amantes ocasionales y también usuarios de drogas. El epílogo es “la inevitable” muerte de uno de ellos. Según Jimenez, el crimen de odio que movilizó a Estados Unidos (y que culminó con la aprobación una ley nacional contra estos crímenes) no fue tal. Su relato –bastante moralista, cabe decir– concluye que no hubo un asesinato por causas de orientación sexual sino un asunto de drogas que termina con dos homosexuales matando a otro. El énfasis de Jimenez en vincular el uso de drogas por parte de Shepard (en algún momento se especuló también en utilizar como arma de denuncia la supuesta condición de persona viviendo con VIH de la víctima) alarma. Como si hubiera que llevar una vida “monacal” o de “abstemio” para poder ser considerado una auténtica víctima, o como si existieran víctimas “inevitables”, o crímenes de odio “justificables”, según cómo cada persona elige llevar adelante su vida.

El libro de Jimenez ha generado tal polémica que Aaron Hicklin, el editor en jefe de The Advocate (el periódico lgbt líder en EE.UU.), se pregunta: “¿Nuestra necesidad de hacer un símbolo de Shepard nos cegó a una confusa, compleja historia que es más oscura y más preocupante que el relato oficial?”. Stephen Jimenez, que extrañamente es amigo de Tim Newcomb (abogado de Russell Henderson, uno de los dos asesinos de Shepard), ha dado argumentos a la derecha. La locutora Sandy Ríos (colaboradora de la cadena Fox News, enfrentada públicamente con Obama y la Casa Blanca) calificó el asesinato de Shepard de “fraude total”, y afirmó que no se trató de un crimen de odio sino de un “asunto de drogas que terminó mal”.

El libro pretende ocultar la motivación de odio en este crimen, por lo que es un ataque en sí a la lucha contra los crímenes de odio a nivel mundial, y una excusa de los sectores conservadores para desacreditar las denuncias de la violencia contra las personas lgtbi, que consideran al asesinato de Shepard un ejemplo del “lobby gay” que quiere imponer en el mundo el “estilo de vida homosexual”. Argumentos bastante similares a los que utilizan Putin y el papa Francisco.

Miles de personas lgbti de todo el mundo son asesinadas. Travestis e identidades trans, muchas de ellas en situación de prostitución, están a la cabeza de esa terrible lista. La Ley de Prevención de Crímenes de Odio –que lleva el nombre de Shepard/Bird, en homenaje a Matthew y al afroamericano James Bird, asesinado por supremacistas blancos en Texas en 1998– viene a tapar otro bache más en materia de derechos sociales en los EE.UU. Pero nos abre el interrogante sobre por qué ocurrió tal movilización social en torno del asesinato de Shepard. ¿Son sus características sociales (joven, rubio, estudiante universitario, etc.) las que sensibilizaron a la sociedad propensa a esconder la cabeza como el avestruz en casos similares?

Ya ironizaba Perlongher mucho más sabiamente que la derechona de Jimenez: “Nena, si querés salvarte, nunca te olvides el saquito, el largo Chanel, el rodete. No te quedes dando vuelta en la puerta de un bar. Y, lo peor de lo peor, no se te ocurra hablar por la calle con alguien de quien no sepas su nombre, apellido, dirección, color de pelo de la madre y talle de la enagua de su abuela: la policía los separa y si no saben todo uno del otro, zas, adentro. Tampoco salgas con una amiga, no te hagas la desentendida. Y, si sos casada, no salgas sin los chicos: porque, ¿qué hace una madre que no está cuidando a sus hijos? Y nunca te olvides de lo que decía el General: ‘De la casa al trabajo y del trabajo a la casa’. ‘Pero, ¿usted de qué trabaja, señorita? Me va a tener que acompañar’”.

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