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Viernes, 13 de mayo de 2016

MI MUNDO

LIZY MANOS DE TIJERA

Peluquera por descarte y lookeadora por alta experiencia en el arte de la mariconería, Lizy Tagliani atiende a SOY en su local de Recoleta y nos hace la planchita.

 Por Franco Torchia

Cuesta lo mismo atenderse con ella que con cualquier peluquerx de su local: la educación comercial de Lizy Tagliani, desarrollada a base de improvisación, impone trato igualitario en una cuadra clave del barrio de Recoleta. Lizy va y viene de la radio a la televisión y nunca, en años de inagotable tournée, dejó de estar. Hace base en su salón y desde el salón, deshace y decide. La leyenda arranca con clientas famosas y un doctorado en colorimetría: “Odio hacer el largo rubio Susana. Todo lo demás, me encanta”. Como corresponde, los tijeretazos empezaron con un chiste y una abuela: la abuela que le puso Lizy a su nieta porque Lizy era precisamente el apodo de su peluquera. Y el chiste de la supervivencia: el dolor inicial que hoy ella convierte en risotadas.

–Me hice peluquera por necesidad. Tantas veces había probado con amigas buscar trabajo. Yo me hacía llamar Carla. Fui a buscar trabajo a Gloria Vanderbilt, la vieja casa de ropa en la que todas las chicas querían trabajar en los 90; a Vía Vai, hasta a McDonald’s fui; nunca me llamaban. Yo pensaba que no me llamaban porque estaba difícil conseguir trabajo. Para mí en esa época ni existía la discriminación. Cuando descubrí que no iba a conseguir laburo y sabía que tenía un feeling tan grande con las mujeres me dije “Yo tengo que trabajar en una peluquería”.

¿Y cómo empezaste?

–Como autodidacta en Lomas de Zamora. Me explotaba una jefa que me hacía trabajar 14 horas por día. Entré a su salón y le dije: “Hola señora, yo necesito trabajo. ¿Usted tiene trabajo para mí?” Y me preguntó “¿Qué sabés hacer?” y le dije, “La verdad que nada”. Se ve que me vio tan caradura y tan kamikaze que me contrató. Todo me lo pedía de tan buena manera que me convencía…

Claro, era “un amor” en el trato…

–Sí, me decía “Lizy, diosa, reina de mi vida, vos que sos la más rápida, andá a comprarme cigarrillos” y yo corría: no quería que nadie fuese más rápida que yo. “Lizy, diosa de mi vida, vos que sos la más joven, vamos a baldear la peluquería”. Tiraba veinte baldes de agua y me dejaba baldeando sola y yo nunca me daba cuenta de que me estaba explotando.

¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

–Desde el 95 hasta el 2000. Pero a los 3 meses yo ya lavaba cabezas, hacía brushing, pasaba la planchita porque, claro, yo agarraba a una mujer y le hacía una cirugía estética. Al mes ya manejaba y todo el mundo se quería atender conmigo, pero yo no sabía hacer una mierda. Sólo por lo tan maricón que era. Tan femenina.

Después, Buenos Aires…

–Primero Belgrano, Las Cañitas. Y en el 2003 me independicé.

¿Te costó mucho económicamente?

–Yo no puse un peso la verdad. Muchos clientes, cuando ven que sos buena, te ayudan. Una clienta mía, hoy amiga, en agradecimiento al amor que le tengo a su hija, con quien viví momentos muy importantes, me ayudó mucho.

Y te hiciste experta en color, ¿no?

–Sí, pero en realidad en encontrar looks. Veía a alguien y empezaba a imaginarme cómo sería su look. Las mujeres empezaron a buscarme por eso. Y es por eso que con todo esto de la popularidad yo no pierdo tanta gente. La gente siempre me buscó para el patadón inicial y después se seguían atendiendo con mis compañerxs…

Empezaste a desarrollar un ojo capacitado para detectar falta de luz o de energía o algo así…

–Sí, en lo que iba a iluminar su vida en general. Por más que lo lindo es de adentro hacia fuera, como dice Mirtha Legrand (“como te ven, te tratan”). Igual no siempre me pasa de una. A veces es como una aparición. A veces iba en el bondi y decía “Este es el look para….”. Iba corriendo a la peluquería, buscaba la ficha de tal clienta, la llamaba y le decía “Sé lo que te va a quedar bien a vos”. Muchas veces eso era robado. Por ejemplo, en el 2000 estaba fascinada con la modelo Clarissa Casciano. A todas les quería hacer eso.

¿Nunca viviste una situación violenta en este barrio?

–Nunca. Es más, estoy a dos cuadras del Opus Dei. Me saludo hasta con los sacerdotes. Pasa que Recoleta, por más ortodoxo o convencional que vos lo veas, está lleno de viejas que tienen entre 70 y la muerte pero son viejas que han viajado mucho. Cuando nosotros no sabíamos que existía Estados Unidos, las viejas ya se habían cansado de ir. Algún negro conocieron; alguna trava, algún maricón, una enfermedad. Éstas son como más libres. Muchas historias que me cuentan (mujeres que tienen como 90) tienen que ver con que en su momento estaban enamoradas de negros, porque a Recoleta venían muchos turistas. Se apasionaban con ellos; estaban calientes. Y los padres no las dejaban casarse. Saben lo que es luchar, de alguna manera. Lo que es que te nieguen un derecho a vivir feliz. Después se enamoraron, pero han construido ese amor con sus esposos de hoy. No se enamoraron de ellos a primera vista.

¿Ves en el pelo y el look de muchas chicas trans ese esfuerzo estético por ser “muy mujeres”?

–Tengo una sola persona trans de clienta, de acá de Recoleta, topísima. Ahora las más jóvenes están más atrevidas. Pero el prototipo antes era platinada, Alejandra Pradón; entonces, vos ves chicas que por ahí son jujeñas, o como yo misma, chaqueña, y la mayoría cuando quiere ser mujer, platinado. Susana. Creen que tener ángel es ser Susana y ser linda es tener 120 de tetas, 97 de culo y una cinturita chiquitita y tener una boca súper colagenada. Cuando descubren que mientras más camaleónica sos, más tranquila puede ser tu vida, y que en la moda se impuso el “menos es más”, descubren que pueden ser más femeninas con poco. Muchas, las más grandes, se han agredido mucho. Yo conozco una chica, Majo Dupré, que es…

Graciela Alfano

–Sí, es una mujer impresionante. Pero más allá de que ella es una mujer feliz porque ha buscado eso, ¿cuánto tiempo pasaste en quirófanos y posoperatorios? No todas quieren pasar eso.

¿Vos nunca tuviste ese deseo?

–Sí, obvio. La primera vez que fui a ponerme lolas, el médico me dijo “¿Por qué no empezamos por pómulos, mentón, labios, nariz, cintura, várices, todo?”. Cuando empecé a trabajar en el medio debo confesar que un poco lo estético me empezó a incomodar. Pero porque me lo hace ver el otro, pero tampoco al punto de agredirme. Ahora por ejemplo se me ocurrió arreglarme los dientes. Tengo todos sanos y son todos míos pero la gente cree que no tengo.

¿Antes imperaba más el mito de que mientras “más mujer” eras, más tipos se fijaban en vos?

–Sí, pero yo formé mi bunker a través de lo estético del otro. Cuando empecé a salir a los boliches de zona sur, me agarraba a todas las chicas lindas de Adrogué y si no entraba la trava, no entraban las pibas. Eran mis aliadas. Entonces los dueños y los patovicas no tenían más remedio que hacerme entrar a mí. Siempre especulé con la belleza del otro. Siempre fui amiga de las trans más lindas y los maricones más bellos. Vienen a encararse a ellos y si me das media hora, terminan yéndose conmigo.

Trabajás mucho con las supuestas contradicciones…

–Las personas somos contradictorias. Soy una mujer desde los 7 y desde los 13 vivo como trans. Me chupa un huevo lo que me dicen cuando yo jodo con Luisito y la barba. Creer que sólo las travestis o los hombres tienen problemas con la barba es discriminación. Hay miles de mujeres que tienen problemas hormonales y viven riéndose que tienen bigotes. Tengo por lo menos 15 clientas.

¿Qué te reclaman?

–Dicen que se sienten incómodas porque yo les digo “Luisito” y todo el mundo pasa a creer que les puede decir “Luisito”. Yo me siento segura. Formé una personalidad. Sé por qué las inseguridades. Si no, sería no conocer, pero hay que trabajar sobre eso. No hay que trabajar sólo sobre la responsabilidad del otro: somos adultos; si le pasa a una piba de 16, es obvio que puede estar mucho más permeable a gestar una personalidad más débil. Odio la comodidad.

¿Y es habitual?

–Mucho. Creo en la igualdad y lucho y hago lo que puedo por la igualdad de derechos y obligaciones. No de ser iguales. Son cosas diferentes. Para nosotros tiene que ser tan doloroso que un taxista mate a una mina cuando cruza Santa Fe que un chongo que le pega un tiro a una travesti. Obvio que hay una cuestión de identificación, pero como seres humanos tenemos que apoyar todas las causas porque si no nos afecta en nada cuando un pibe no tiene para morfar en la Villa 31, ¿por qué pretendemos que a ese pibe le afecte que a nosotras nos suceda algo?

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Imagen: Sebastián Freire
 
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