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Viernes, 26 de diciembre de 2008

Tomo y me voy

 Por Alicia Plante (escritora)

Violeta era una extraña en ese mundo tan elegante, sofisticado y un poco intimidante en el que se había ido metiendo sin darse cuenta, por seguir a Fina. Así había empezado todo, a causa de Fina y su personalidad, de esa energía dorada que parecía irradiar de ella, por las promesas de su cuerpo que nunca entregaba totalmente, como si percibir el deseo de Violeta y sentir su frustración, su reclamo, le proporcionara suficiente placer. Pero Violeta no pertenecía allí, con aquella gente, hombres y mujeres que ocupaban con naturalidad el escenario real de los hechos y a los que por casualidad venía viendo funcionar en la mezquina seguridad y la fe que se tenían, en la pública intimidad de sus entretelones. Una intimidad desconcertante, asombrosa, regida por códigos que no terminaba de entender y que le producían una mezcla de repugnacia y anhelo.

Sin embargo, en todo momento lo había tenido claro: aquella situación era momentánea, ella iba a dar un paso al costado cuando quisiera, ya fuese porque había logrado romper los dulces y sofocantes tules de Fina o porque se estaba enredando demasiado en ella. Como si todo se tratase de una especie de pulseada de la que Violeta saldría victoriosa.

Ahora, estacionada en los bordes de la fiesta, de pie contra una alta ventana, los cortinados cayendo pesados hasta el suelo a cada lado de su figura delgada y algo oscura, miraba cómo la gente apenas se movía, cada uno conforme con el interlocutor elegido tras la circulación inicial en la que se habían observado con disimulo, sonrisas y sonidos de grata sorpresa ocultando el cálculo de fuerzas, los beneficios y peligros en juego, las estrategias, cuánto decir, en qué momento..., sólo, bueno, quizás otra copa, otro canapé antes de sentarnos a comer..., los ojos buscando un mozo inmediato y la reinmersión, salvo que fulano que se agregaba permitiera retomar la circulación, tal vez no haya suerte.

Escuchaba el desparejo murmullo general de las voces sin reconocer las palabras, como si su cerebro sólo pudiese captar la confusión general, la onda vacilante de un electrocardiograma con sus pequeños sobresaltos. Se produjo un claro frente a ella y pudo verlos con alguna perspectiva, una copa en la mano de cada uno, el despliegue de sedas y la mezcla de perfumes, la mirada de soslayo y la boca redonda y pintada acercándose gozosa a la oreja del otro, la carcajada de dueños de casa de todos, de dueños de la situación de la que hacían merecida gala.

Preparada como siempre para defenderse, posible víctima de la hipnótica delicia de desafiarlos y denigrarlos en secreto, quizás había avanzado demasiado, todo por buscar ser aceptada de un modo u otro. Porque ese sería el momento perfecto para abandonarlos.

Fina se le acercó con una copa en cada mano: champagne para brindar por el triunfo.

–¿Qué triunfo? –preguntó, desconcertada.

Fina reía en un burbujeo encantador, echaba la cabeza atrás ligeramente, el pelo voluptuoso se deslizaba por los lados de la cara y Violeta extendió la mano y la apoyó sobre su boca.

–¿Qué triunfo? –repitió.

–Te dejo.

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