La escena transcurrió en Nueva York. Franco Macri volvía a su hotel cuando una limusina frenó al lado suyo. Se abrió una puerta del vehículo interminable y el empresario fue invitado a subir. Franco declinó el convite pero dos grandotes lo persuadieron. El jefe del clan Macri se dio cuenta de que algunas invitaciones son imposibles de rechazar. Entró. 
Por esos días estaba satisfecho. Había cerrado trato para comprar una propiedad y construir un edificio de 124 pisos nada menos que en Manhattan. Su mano derecha Orlando Salvestrini, que durante su carrera junto a los Macri fue representante en los Estados Unidos del Banco Provincia, le había franqueado las puertas para poner un pie en la primera potencia del mundo.
Una versión dice que dentro de la limusina estaba Trump. Las consultas de PáginaI12 a personajes que conocen la historia de los Macri y a quienes frecuentaron los recovecos del poder en Nueva York dieron como resultado que Trump no fue el anfitrión del paseo. Sostienen que quien conversó con Franco era un neoyorquino de origen itálico vinculado a las grandes familias de la ciudad. Una historia para Los Soprano.
Lo seguro es que el señor fue convincente, porque Macri bajó del auto con dos certezas. Una, que no sería broker inmobiliario en Nueva York. Otra, que volaría de inmediato a Buenos Aires. 
Amable, el anfitrión de la limusina lo compensó como para que se fuera con algo entre manos. Le prometió que los Macri serían contratados para azulejar las nuevas torres que se levantarían, sin ellos, en Manhattan. Un premio consuelo para el dueño de una de las grandes fortunas de la Argentina. 
Franco se llevó otra sorpresa más. Había pensado que la resistencia podía estar en la comunidad judía de Nueva York. Hasta pidió a varios amigos argentinos con buenos contactos que transmitieran un mensaje: de ninguna manera él era un antisemita. Sin embargo no parece haber calculado que el problema no estaba en la tribu de Woody Allen. Quienes lo dejarían fuera del American dream eran paisanos suyos sin otra diferencia que el sitio al que habían emigrado. Los Estados Unidos en lugar de la Argentina.


Un capo


En 2005 Mauricio Macri relató a TyC Sports su participación en las negociaciones.
“¿Alguna vez en tu vida jugaste con un peso pesado, con un tipo muy importante para cerrar negocios?”, le preguntaron.
“Sí, con un tipo que se llama Donald Trump”, informó Macri. “Después quedamos amigotes y cada vez que voy a Nueva York lo visito, voy a comer con él, con la mujer...”
Macri también contó que para conseguir negocios se dejó ganar al golf por Trump y lo definió con admiración con una frase: “capo di tutti capi”. El jefe de todos los jefes. Trump no lo era, pero la frase del 2005 marca la visión del empresario Mauricio Macri sobre el empresario Donald Trump. Una visión distinta a la que dio este año siendo ya presidente y con Trump de aspirante a la Casa Blanca. “Está chiflado”, dijo. El chiflado ganó. 
Según el periodista norteamericano Joe Goldman, en 1984 Trump visitó la Argentina y Mauricio Macri fue el encargado de pasearlos a él y a su esposa de entonces, Ivanna, y agasajarlos con algún buen asado en el campo.

Reinvención


La relación entre Trump y Macri la contó muy bien otro periodista norteamericano, Wayne Barrett, en una biografía aparecida en 1991 y reeditada este año con un título que, traducido al español, sería así: “Trump: el mayor show sobre la tierra. Los negocios, la caída, la reinvención”. 
Un personaje clave de la historia es Conrad Stephenson, en aquella época jefe del área inmobiliaria neoyorquina del Chase Manhattan Bank. No es un área cualquiera. En 1982, cuando Trump tenía 36 años y Mauricio Macri 23, Stephenson, de 53 años, o sea uno más que Franco Macri, ya manejaba una cartera de 2700 millones de dólares. El Chase conocía bien a los Trump. Fred, el padre de Donald, había sido un cliente importante durante 20 años. El banco había financiado proyectos suyos en Brooklyn y Queens. La confianza en Fred era tal que en 1980 Conrad le abrió a Donald una línea de crédito por 35 millones de dólares sin necesidad de garantía alguna. En el 82 su objetivo era posicionar al Chase como el instrumento crediticio de la élite. Donald usó parte del crédito para el Hyatt y parte para el Trump Plaza de Atlantic City, el equivalente de Las Vegas en el Este. 
Franco y Mauricio querían hacer un gran emprendimiento en Lincoln West, al Oeste de Manhattan. Costaría 500 millones de dólares y cobijaría 4300 departamentos. 
Barrett cuenta en el libro que Franco veía el proyecto como el trampolín para convertir al grupo en una potencia internacional. Durante cinco años alquiló un departamento en la Quinta Avenida para visitas de una semana o tomaba una habitación de 800 dólares la noche en el Helmsley Palace para viajes más cortos.  Narra que solía preguntarse delante de su abogado de Nueva York, Ralph Galasso, por qué Trump cautivaba al Chase más que él, pero que igual veía a Trump como símbolo del empuje que tenían los negocios en los Estados Unidos. 
En una entrevista realizada en 1990 Franco mismo contó que en la Argentina Donald jugaba al golf con Mauricio y se mostró receloso porque Trump se comportaba “como el dueño de Nueva York y me veía como un principiante, como si yo fuera campesino bananero de Sudamérica”. 
Recién llegaron a un principio de acuerdo en julio de 1983, cuando en los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en la Argentina el dictador Reynaldo Benito Antonio Bignone. El proyecto de los Macri, Lincoln West, se llamaría Trump City. Para financiarlo, el Chase impuso como condición que Trump y Macri contrataran  a un broker inmobiliario, Joseph Comras, y a una compañía de seguros, Travelleres Insurance.
El acuerdo definitivo no prosperó porque Macri comenzó a buscar financiamiento alternativo y el Chase endureció su posición. Tras una serie de idas y vueltas terminaron firmando el 15 de diciembre. Franco fue sin abogados, acompañado de Salvestrini y de Diego Arria, firmó sin leer y le dijo a Mauricio que hiciera lo mismo. Curiosidad: el venezolano Arria es la misma persona que hoy integra el pelotón opositor a Nicolás Maduro. 
Mauricio también firmó sin leer. Gabriela Cerruti contó en su libro “El pibe” que cuando le preguntó a Macri por sus actividades en esa época recibió esta respuesta: “Yo creo que me ayudó en esa negociación la audacia de mis veintipico. Trump era loco y caprichoso y yo llegaba tarde a las reuniones, se las cambiaba de horario”. Una frase de Macri según hace constar Cerruti: “No, Donald, salgamos con chicas esta noche y mañana reunámonos a la tarde”.
El actual presidente argentino confirmó de esa manera su participación precoz al lado de su padre en los negocios del grupo Sociedades Macri, Socma. Tuvo un protagonismo que se repetiría en la Argentina con Sideco y en Brasil con las empresas creadas por Fleg Trading, la compañía offshore cuyos movimientos le valieron una imputación por presunta infracción al artículo 303 del Código Penal, es decir lavado de activos, de parte del fiscal Federico Delgado en una causa que lleva el juez Sebastián Casanello.

Martínez de Hoz


Garrett escribió que Macri hizo la jugada de firmar sin leer para que Trump cayese en sus redes. El problema fue que cuando Franco leyó el texto se dio cuenta de que las condiciones admitidas eran peores que la carta de intención de julio. El otro problema fue que tanto Macri como Trump le escondieron a Stephenson que firmarían el arreglo. Y el tercer problema es que el banquero se enojó. Herido por la mengua de su autoridad sobre Nueva York, el Chase maniobró para que Trump se saliera del arreglo con Macri. Fue en una de las fintas posteriores que Franco empleó para una misión especial a una persona que, sabía, era de confianza personal de David Rockefeller, presidente del Chase hasta 1981: José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía en los primeros cinco años de la dictadura. 
Ya en plena democracia, entonces, Martínez de Hoz viajó a Nueva York de incógnito y se encontró con Rockefeller. Nada que hacer. El propio David llamó a la oficina de los Macri en Manhattan para decir que no podía mover un dedo para reflotar el proyecto.
De inmediato surgió otro problema: el municipio de Nueva York agregó condiciones de último momento para dar el permiso definitivo de rezonificación y permitir la construcción en Lincoln West. Franco comenzó a sospechar de dos personas que tenía cerca suyo. Sospechaba de Abe Hirschfeld. Y sospechaba de Jim Capalino, presidente de Lincoln West Associates. 
Capalino había sido asesor parlamentario hasta 1977 de una celebridad política, Ed Koch. Nacido en 1924 y muerto en 2013, Koch fue alcalde de Nueva York entre 1978 y 1989. Es decir que Koch era el alcalde mientras Macri, Trump, el Chase y la ciudad de Nueva York iban y venían, disputaban y se traicionaban, acordaban y combatían. 
Por esos años crecía la influencia de otra figura destinada a ganar importancia. Rudolph Giuliani, nacido en Brooklyn en 1944, fue jefe de Gabinete del fiscal general de los Estados Unidos entre 1981 y 1983. En 1983 fue nombrado fiscal del Distrito Sur de Nueva York. Uno de los puestos más importantes de la carrera, porque se trata de la fiscalía que tiene a su cargo Wall Street. 
Giuliani es el mismo Rudy que fue electo y reelecto alcalde de Nueva York entre 1994 y 2001.
Es el famoso Rudy Giuliani que convirtió en un emblema mundial la política de “tolerancia cero”, es decir que ni siquiera se admitía la impunidad ante la simple rotura de una ventana de un piedrazo. La baja de la violencia en Nueva York es atribuida por el propio Giuliani a esa estrategia. Los Clinton siempre sostuvieron que se debía a la baja del desempleo. Bill Clinton fue presidente parte de esos años, entre enero de 1993 y enero de 2001. Una tercera hipótesis es que Giuliani era el alcalde ideal para lograr que la mafia dejara a Nueva York como zona intangible si al mismo tiempo podía reciclarse en otros negocios y otros aires.
La popularidad de Rudy creció el 11 de septiembre de 2001, cuando se puso en primera fila en los operativos de rescate luego del ataque a las Torres Gemelas. Su sueño fue convertirse en presidente. En las últimas elecciones jugó fuerte a favor de Trump, quien lo buscó especialmente en el primer mensaje tras la victoria, en la madrugada del miércoles 8, y lo hizo subir al escenario. Podría ser el fiscal general (ministro de Justicia) de su gobierno. “Nadie en los Estados Unidos conoce ese organismo como yo”, dijo Giuliani, que en 2014 aceptó viajar a la Argentina invitado por Sergio Massa.
El jueves último Barrett concedió una entrevista a la periodista Amy Goodman de Democracy Now en la que conjeturó que Giuliani podría desatar, desde el gobierno, una persecución contra Hillary Clinton por el meneado caso del uso de una cuenta privada de mail para asuntos públicos cuando era secretaria de Estado. Barret recordó una frase de Giuliani: “Podría construir el caso judicial en dos meses, o en una semana”. Dijo el periodista que a Giuliani le gustaría hacerlo pero aclaró: “No creo que sea el camino en el que Donald quiera meterse”. Para Garrett, la prioridad número uno de Trump no será Hillary sino la lucha contra los inmigrantes. Eso a pesar de que, subrayó, la Associated Press informó que Melania, “la esposa del candidato presidencial que basó toda su campaña en la inmigración, es una inmigrante ilegal”.   

Sospechas


En 1984, mientras Koch se consagraba y Giuliani trepaba en su carrera dentro del poder, Macri y Trump terminaron sin concretar nada. Luego Trump contrató a Ralph Galasso y así Franco agregó un sospechoso a su lista. Otro de los consultores de Macri, Stanley Friedman, según Garrett estaba directamente a las órdenes de Stephenson. 
Capalino aumentó su influencia y en 1985 fue jefe de la última campaña electoral de Koch mientras en secreto asesoraba a Trump, que así reforzaba su cercanía con la administración municipal. Trump también contrató a otro abogado, Allen Schwartz, que era amigo de Koch desde 1965 y terminaría representándolo para contratos particulares. 
Se aceptan apuestas sobre quién invitó a Macri a dar un paseo en limusina.

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