VERANO12

Ava Gardner X TOM WOLFE

 Por Tom Wolfe

Rex Reed elevó la entrevista con celebridades a un nuevo nivel, gracias a su sinceridad y su visión para el detalle social. También ha sido un maestro en la captación de un hilo anecdótico en la propia situación de la entrevista –en este caso describiendo a Ava Gardner como la estrella madura que exige ser tratada como una estrella–. Reed utiliza en ocasiones la primera persona, pero nunca de forma importuna, sino más bien en el sentido de Nick Carraway en El Gran Gatsby, aun cuando, como en este caso, el propio entrevistador se convierta en un elemento de la historia. Reed es excelente en la transcripción y uso del diálogo.

T. W.

Ava: Vida al anochecer

Ella está ahí, de pie, sin ayuda de filtros contra una habitación que se derrite bajo el calor de sofás anaranjados, paredes color lavanda y sillas de estrella de cine a rayas crema y menta, perdida en medio de este hotel de cupidos y cúpulas, con tantos dorados como un pastel de cumpleaños, que se llama Regency. No hay guión, ni un Minnelli que ajuste los objetivos del CinemaScope. La lluvia helada golpea las ventanas y acribilla Park Avenue mientras Ava Gardner anda majestuosamente en su rosada jaula leche-malta cual elegante leopardo. Lleva un suéter azul de cachemir de cuello alto, arremangado hasta sus codos de Ava, y una minifalda de tartán y enormes gafas de montura negra y está gloriosa, divinamente descalza.

Abriéndose paso a codazos entre un tumulto de cazadores de autógrafos y ávidos de emociones arracimados en el vestíbulo, durante el trayecto en el ascensor de incrustaciones doradas, el agente de prensa de la Twentieth Century-Fox no ha parado de repetirme entre murmullos: “Ella no ve a nadie, ¿sabe?” y “Es usted muy afortunado, es el único por quien ha preguntado”. Recordando, quizá, la última vez que vino a Nueva York desde su escondite en España para el lanzamiento de La noche de la iguana1 y le trastornó tanto la prensa que se fue de la fiesta y terminó en el Birdland. Y, nerviosamente, moviéndome bajo mi chaqueta de polo a lo Brooks Brothers, recuerdo también a los fotógrafos, contra los que –según se dice– ella arrojó copas de champán (¡corre incluso el rumor de que precipitó a un periodista por la barandilla!), y –¿quién podría olvidarlo, Charlie?– la marimorena que se armó al presentarse Joe Hyams con un cassette oculto en la manga.

Ahora, dentro de la jaula de leopardo, sin un látigo y temblando como un pájaro nervioso, el agente de prensa dice algo en castellano a la criada española. –Diablos, he pasado diez años allí y aún no soy capaz de hablar ese dichoso idioma –gruñe Ava, despidiéndole con un movimiento de los largos brazos de porcelana de Ava–. ¡Fuera! No necesito agentes de prensa. –Las cejas dibujan bajo las gafas dos deslumbrantes, acequinados interrogantes.– ¿Puedo confiar en él? –pregunta, sonriendo manifiestamente con esa irresistible sonrisa de Ava y señalándome. El agente hace un gesto afirmativo con la cabeza mientras se dirige hacia la puerta:

–¿Podemos hacer algo más por usted mientras permanece en la ciudad?

–Sólo sacarme de la ciudad, pequeño. Sólo sacarme de aquí.

¹John Huston, 1964.

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