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Coca-Cola Mickey Mouse Adolf Hitler X J. G. BALLARD

 Por J. G. Ballard

Coca-Colonización

Por Dios, la Patria y Coca-Cola

Mark Pendergrast

Coca-Cola, el producto de marca más famoso del mundo, goza también de la distinción de ser el de peor fama, por lo menos en la demonología de la izquierda. Henry Ford dio nombre a las desalmadas cadenas de producción que han hecho sus automóviles, pero por lo que yo sé nadie ha acusado nunca a Hoover o Heinz de esgrimir la maligna influencia geopolítica que marxistas y antinorteamericanos creen firmemente que ha ejercido Coca-Cola.

¿Cómo es que un líquido con gas, 99% de agua azucarada con una pizca de cafeína y ácido fosfórico, ha podido convertirse en uno de los principales símbolos de Estados Unidos del siglo veinte y amenazar, según afirman algunos, la identidad cultural de naciones enteras? ¿Cómo es que, además, la compañía que hace la bebida y llena todas esas botellas de silueta femenina de un líquido burbujeante de color caramelo ha llegado a ser tomada con tanta seriedad que los representantes de la empresa en el extranjero a menudo gozan prácticamente de la posición de embajadores, y su logotipo se ve como una fuerza tan insidiosa como la combinación de la CIA y la KGB?

Por Dios, la Patria y Coca-Cola, de Mark Pendergrast, es un relato desopilante de los orígenes del refresco más difundido del mundo, y del lugar mítico que ocupa en la conciencia de los consumidores. En la central de Atlanta, Georgia, 3000 turistas visitan cada día el museo donde se exhibe la creación de Coca-Cola en 1886 en un hervidor de tres patas como un milagro equivalente al nacimiento de la Virgen. Su inventor fue John Pemberton, un médico de 54 años de origen escocés y sufrido morfinómano. Como muestra Pendergrast, Coca-Cola estaba lejos de ser una bebida singular. Al igual que tantos otros “tónicos nerviosos” de la época, era una medicina de libre venta cuyo principal atractivo –sobre todo para su creador– era el toque evidente de cocaína. Una bebida hoy olvidada, Vin Mariani, producida por primera vez hacia 1860, ya se había vendido en Europa y Estados Unidos, y era una mezcla de vino de Burdeos y cocaína que contaba con la recomendación de Edison, Zola, la reina Victoria, Buffalo Bill Cody y al menos tres papas.

Tratando de imitar el éxito de Vin Mariani, Pemberton lanzó primero al mercado su Cola Vino Francés, agregando un extracto del árbol de cola que contenía un potente alcaloide, la cafeína. Pero su vino fortalecido nunca se hizo popular, y en busca del éxito recurrió a un nuevo ingrediente provisto por los expendedores de bebidas no alcohólicas: el agua con gas. En 1900, Coca-Cola ya era un fenómeno comercial, controlado entonces por un empresario brillante llamado Asa Candler. Las críticas públicas por la cocaína que contenía la bebida hicieron que ésta se quitara en 1901, pero asombrosamente la popularidad de la Coca-Cola no decayó. Como comprendieron los astutos dirigentes de la compañía, la gente compraba la imagen tanto como el producto, y Pendergrast dedica los capítulos más divertidos del libro a los tediosos esfuerzos de los hombres de marketing para vender en el mundo el eructo más refrescante.

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