Martes, 16 de febrero de 2010 | Hoy
VERANO12 › ENRIQUE MOLINA
FINALMENTE, ¿qué quedará de lo que fue nuestro instante?
¿La imagen de una ola, de una boca, de una
lágrima?
¿Qué será de nuestras posesiones más queridas
luego de interrogar desesperadamente
cada materia y forma de este mundo
que no dejó de exaltarnos, sin tregua,
con la sentencia de estar
sólo de paso,
de saber que todo amor se desvanecerá,
que el agua de los ríos se llevará también nuestra esperanza
de perdurar?
Y el gesto de mirar por la ventana, de pasarse la mano
por la cara,
el torbellino de los amores, ciertas partidas,
el eco innumerable de los viajes,
del vino, de las diarias comidas,
la velada a la vera de los muertos,
el cielo ciego del olvido, la luz de la memoria.
¡Oh Dios! Fue todo tan hermoso y tan trágico
que de algún modo ha de quedar un eco,
un reguero de sueños y nostalgia en la otra orilla.
Algo que vibrará como una luz perdida
en el cielo infinito.
UN día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el premio que sacó en el colegio por su
sabiduría,
y el ala de la gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente musculosa
a través de cada mueble, de cada objeto y cada gesto
de quien me ve partir, ¡oh Dios mío!
Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto –mosca o sol– me deslumbró en este extraño
planeta, donde perduré año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por la centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o solamente un espejismo del mundo
en mi destino.
Así, pues, despídome de los caballos, de la canoa,
los pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las flores y la lluvia. Es este
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante supremo de decir adiós,
a cuanto se adoró en esta vida.
EL tiempo ya maduro del pasado
se vuelca lentamente del ramaje pero aún
quedarán todavía algunos días para llegar al precipicio,
a la inmensa llanura sin horizonte de la nada.
Es el momento de que rememores
felicidades, crímenes, desastres, adioses
y deslumbramientos,
el abrasador rastro del día que desaparece,
la manzana mordida y el furor de su secreto
donde de nuevo arde la locura y la esperanza.
Pero nada quedó sino esa losa lavada
bajo la que yaces para siempre,
un palo de golf y una estela marina.
Lo que apostaste y lo que para siempre se perdió
en la aventura,
lo desesperadamente querido con un amor insaciable.
Mas la raíz de las cosas que compartiste en la
travesía,
cuerpos palpitantes, llegadas a los límites,
encuentros en la fuente,
volverán a envolverte y brillarán en el cielo para
homenajearte
en las costas furtivas y su estrépito
donde amaste con ciega vehemencia.
La fuerza misteriosa que desarrolló su fantasía
a lo largo del sueño hasta el valle postrero de
la perdición
no dejará de mecerte, igual que las olas cuando
navegabas
o tu corazón, desbordado por el aluvión del deseo.
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