EL PAíS › OPINION

Las reglas del juego

 Por Mario Wainfeld

El conjunto opositor coincide en el análisis respecto de las próximas elecciones. Tratemos de sintetizar su visión. El kirchnerismo tiene un piso alto de potenciales votantes y un techo bajo, no muy distante. Esas variables son pétreas, al menos en lo que hace a mejorar. La intención de voto no le alcanzará para evitar la segunda vuelta, en la que no puede ganar. Por ende, el horizonte óptimo es ser el mejor postulante en el espacio no kirchnerista (que la diputada Patricia Bullrich apodó “Grupo A” y este cronista moteja “Frente del Rechazo” o “Resto del Mundo”). Ese imaginario preside todas las movidas de la amalgama opositora.

La competencia, pues, se centra en el “setenta por ciento” que no eligió al Frente para la Victoria en junio de 2009. Los contendientes del espacio del centro a la derecha (sobre ellos trata esta columna) ya están en la pista, en una larga precampaña. Su misión cotidiana es jabonar el piso a sus pares sin emitir señales de ruptura. Son objetivos paradójicos, pero así está el tablero.

Las herramientas de la contienda son limitadas. Veamos, a vuelo de pájaro, por qué.

- En primer lugar, porque casi ninguno de los presidenciables gobierna un territorio. La excepción es Mauricio Macri, cuyas acciones fluctúan (en general, bajan) por los avatares de su gestión, amén de por sus pronunciamientos o discursos. Los demás (Julio Cobos, Elisa Carrió, Carlos Reutemann, Francisco de Narváez, Felipe Solá) están en el Parlamento, exentos de esos riesgos o privados de esa fuente de prestigio. En un nivel más bajo de expectabilidad hay algunos gobernadores con ambiciones nacionales, cuyos territorios (con la foto de hoy) dan la impresión de estar muy bajo control: Alberto Rodríguez Saá, Mario Das Neves. Así las cosas, los hechos de gestión no son un issue que pueda enaltecer o desmontar a la mayoría de los presidenciables del Grupo A, salvo remontándose al pasado de un puñado de ellos.

- En segundo lugar porque, en el Congreso, el nivel vigente de diferenciación intraopositora fluctúa entre escaso y nulo. El mínimo común denominador es objetar y obstaculizar todas las propuestas del oficialismo, rebusque que sólo es eficaz si el arco opositor lo hace en yunta.

- En tercer término, que en algo se deriva de lo anterior, porque no hay un ápice de discusión programática o de proyectos entre los precandidatos. Puede que se deba a que no es el momento, puede que no estén muy aplicados a construirlas. Puede que lean que lo urgente es aplicarse full time a reprobar las movidas kirchneristas, a secas. Puede que sea una amalgama de los tres elementos.

Con esas coordenadas, el juego de la silla se practica en base a una herramienta principal, casi única: las declaraciones periodísticas. Como es ley en ese terreno, deben ser altisonantes e ir in crescendo para llamar la atención de un público expuesto a una sobreoferta mediática. Si primara el medio tono, la platea podría derivar su atención a otros tópicos más vistosos, desde la crisis de los equipos grandes (salvo Independiente) hasta las cuitas de Ricardo Fort, pasando por la indignación contra excarcelaciones de criminales o sospechosos famosos y cien etcéteras más.

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Carrió y Cobos dirimen, dentro del Frente del Rechazo, el espacio panradical. Lilita es la dirigente probadamente más antagónica al kirchnerismo. El vicepresidente es quien más daño le causó (cuando la resolución 125) y quien mejor intención de voto tiene entre los alternativos. Sus ofertas estilísticas son dispares y un poco contradictorias con la frase anterior: Carrió es excluyente, binaria y terminante como suelen ser los Kirchner. Cobos gusta exhibirse como un dirigente tolerante, dialoguista, poco dado a los excesos. O sea, estilísticamente Cobos se autorretrata como distinto a los Kirchner.

Ambos se detestan, se desconfían mientras litigan por un conjunto importante pero a la vez finito de voluntades. Vienen celándose desde el vamos, en una carrera de fondo, que (aunque parezca mentira mirando el decibelímetro) recién arranca. Los objetivos del momento son desgastar al rival, hacerlo tropezar. Sería fantasía o exceso de voluntarismo ambicionar sacarlo de la pista.

Los litigantes no están solos, el espacio panperonista incide desde afuera. Acaso no sea coincidencia que la escalada entre los dos referentes radicales (que crecieron abandonando a la UCR) se haya exacerbado tras la enésima reaparición de Carlos Reutemann. El Lole, en la faz ascendente de su ciclotimia, dinamiza al PJ Federal, genera la ilusión de darle un referente y organizarlo. En espejo, el panradicalismo se galvaniza.

Las novedades de estos días son congruentes con ese contexto. Carrió y Cobos escalaron, no cabe otra. Carrió homologó a Cobos con Fernando de la Rúa, algo que subleva al vicepresidente. Este adjetivó severamente sobre la líder de la Coalición Cívica, a quien sindicó como “oportunista y especulativa”, enrostrándole también su nula experiencia de gobierno. Los reproches son análogos a los que les formula el kirchnerismo. Pura lógica, porque se basan en hechos tangibles y son verosímiles.

No faltaron destratos, teóricamente ajenos al modo republicano. Cobos se refirió a la líder de la Coalición Cívica walshianamente, como “esa mujer”. El partido de Carrió le respondió ayer con un comunicado en el que no menciona el nombre del vicepresidente.

Al remedar el relato (y los modales) del adversario común, los dos se sumergen en una zona pantanosa.

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Las tácticas, simétricas, dan por supuesto que algunas variables son irrevocables; la central es el potencial político de una candidatura K. Es factible que se mantengan, pero nada es inexorable en la vida política, menos a dos años vista. El humor colectivo puede virar; los Kirchner podrían complejizar el contorno, por ejemplo apelando a un tercer candidato a presidente.

Amén de esa fe en lo estático, los competidores se exponen a otro albur. Sus operaciones, su verborragia, su productividad en declaraciones podrían no ser un juego de suma cero, premiado con un pozo suculento a merced del ganador. La reyerta recurrente podría hastiar al supuesto electorado fiel (que se lee como cautivo), degradar el espacio común. Para este cronista he ahí una espada de Damocles que pende sobre los dirigentes que venimos mencionando y sobre muchos otros. Los protagonistas, por lo que luce, no parecen compartir esa prevención.

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