EL PAíS › DóLAR Y MODELO INDUSTRIAL

El partido es en Brasil

 Por Raúl Dellatorre

Aunque la sensación sea de gran vulnerabilidad, esta vez la devaluación no se vive con el estado de pánico que tradicionalmente acompañó a cada proceso de suba abrupta del valor del dólar. En medio de la contradicción está la lógica. Hay conciencia, al menos entre los actores de la economía real y en el propio Gobierno, acerca de que la corrección del valor del dólar es necesaria y casi inevitable, aunque sea incierto decir a qué nivel. Hay, también, cierta tranquilidad con respecto a que en las condiciones actuales de mercado, con importante retracción de compras por incertidumbre, el traspaso de la devaluación a precios dista de ser un proceso automático. Y, finalmente, la sensación de vulnerabilidad no está supeditada a acontecimientos lejanos e incomprensibles, sino a la suerte del ajuste entre el real y el dólar. O dicho de otro modo, a la capacidad del Banco Central de Brasil de poner bajo control al mercado cambiario. Subordinados, sí, pero a un vecino conocido, socio y, además, poderoso.

No son pocos los que se alegran de que el Banco Central no haya demostrado, en estos días, excesivo empecinamiento en detener la suba del dólar. Unos porque ven con satisfacción el paulatino crecimiento del valor de la divisa. Otros, porque piensan que cualquier sacrificio de reservas del BCRA vendiendo dólares al mercado podría resultar perfectamente inútil. Son los que creen que, mientras el real se devalúe, la moneda argentina está condenada a correr la misma suerte.

La crisis financiera mundial, que no logró impactar en la economía argentina en forma directa, lo está haciendo en segunda instancia al dejar “pegada” a la industria local a lo que sucede en el mercado brasileño. Y lo que no se logró institucionalmente, una unión monetaria más firme entre los países del Mercosur, lo impuso la crisis: la dependencia de la política cambiaria de Brasil, pero sin coordinación entre sus autoridades monetarias.

Para el oído de los industriales, el kirchnerismo siempre ha tenido un discurso halagador cuando les habló de un tipo de cambio competitivo, de que la actividad manufacturera era la base de la distribución a través del empleo y que éste sería siempre el rasgo diferenciador del paradigma aperturista de los ’90. Pero en los últimos tiempos cundió el desencanto. Después de un período de fuertes ganancias, 2003 a 2007, el retraso cambiario fue limando las diferencias a favor. Y la evidencia de que la crisis mundial mutaría en recesión terminó de encender las alarmas. La queja se convirtió en reclamo, y hoy se planteó con voz airada.

Y no son sólo los emporios industriales transnacionales quienes embanderan el reclamo. Lo pudo comprobar el ultrakirchnerista Carlos Kunkel, en los últimos días, en una visita a la CGI. Rodeado de industriales pymes, se vio sometido a una lluvia de reclamos e imputaciones respecto a la falta de respuestas a las necesidades del sector. En el Día de la Industria, Cristina había pedido no reducir únicamente al tema cambiario la cuestión de la competitividad. Los empresarios le responden ahora que ninguna de las medidas alternativas, como salvaguardas o precios de referencia, han demostrado eficiencia alguna, a partir de que no hay una estructura estatal adecuada para garantizar su cumplimiento. Otra vez, el valor del dólar es el instrumento único de la política.

Para peor, en pleno proceso de crisis, los grupos internacionales cargan los costos sobre las espaldas de las filiales locales, como lo hicieron las automotrices al suspender o intentar despedir personal como política de ajuste por las crisis en otros países. Como debió escuchar Kunkel, esto también es producto de las facilidades exclusivas otorgadas a la industria automotriz por un modelo de compensaciones negociado en tiempo del menemismo entre Franco Macri (entonces en Adefa) y Moisés Ikonicof (por el gobierno de Carlos Menem) y “que hoy cuida otro representante del sector, Fernando Fraguío”, tal cual le enrostró al diputado del FpV un integrante del Centro de Entidades Empresarias Nacionales (CEEN), en referencia al actual secretario de Industria.

Durante un lustro largo, la industria se recuperó, volvió a ponerse de pie, se levantó de las cenizas pero rearmó sólo parcialmente su encadenamiento productivo (entre materia prima, insumos, intermedios y semielaborados, y producto final). Muchas de esas piezas del rompecabezas siguen siendo provistas desde el exterior. En el sector manufacturero, hoy casi no hay línea de producción sin un grado de dependencia significativo de importaciones. Concentración industrial, cadenas de producción no integradas y competencia brasileña son componentes del combo manufacturero que hoy es necesario proteger para evitar que la crisis mundial desemboque en recesión interna o desempleo.

La gran industria ha tenido un mérito semejante al del capitalismo agrario: logró que sus intereses particulares parezcan ser una causa nacional. El tipo de cambio se ha convertido en una variable cuyo manejo el Gobierno no está en condiciones de asegurar, sin esperar que antes se estabilice en Brasil. En cambio, el Gobierno tendría otras herramientas para actuar en forma segmentada, favoreciendo más a la pequeña industria sin subsidiar a la grande. Por ejemplo, vía del crédito. Alternativas que, por ahora, sólo aparecen como reclamos aislados, no como políticas.

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