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¿Se hará justicia?
Por Jorge Telerman *
El ejercicio político en forma de dramatización, que viene a recordarnos como sociedad que la cuestión cultural merece un estrado, una fiscalización, una defensa, la reflexión de un jurado y acaso un veredicto que arroje aprendizaje, es bienvenido y auspicioso. Algún funcionario ha dicho que la Argentina ha perdido el juicio. Sea como fuere, lo que seguro sucede es que cierta parte de la sociedad –cansada, escéptica, desengañada– ha perdido, al menos, el deseo de “abrir juicio” sobre la cuestión cultural a la hora de ahondar en precisiones, métodos, caminos.
Qué oportuno que surja entonces esta iniciativa, porque significa que hay otra parte de la sociedad que tiene interés en juzgarla, que está convencida de que es un deber preocuparse por la cultura (“todo lo que el hombre hace”, según la definición más amplia) para crecer, perdurar, evolucionar. Saludamos y celebramos esta causa. Pero sabemos que no basta. Corresponde que constituyamos domicilio, que nos hagamos presentes y prestemos declaración indagatoria.
Siempre he sostenido que la cultura requiere un lugar auténtico en la agenda pública, en la programática de los partidos, de los candidatos. Sería una gran cosa que lo tuviera de manera concreta con el mismo énfasis con que se la blasona en los discursos. Sería una gran cosa que ese pedestal en que la ubican en distintas arengas vinculadas con las inminentes elecciones tuviera bases programáticas, proyectos puntuales, estrategias fundamentadas en la investigación y su aplicación empírica. Esta carencia de destino que parece acechar a la cultura fue, precisamente, el resorte que impulsó a la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, hace ya casi cuatro años, a generar un Plan Estratégico pensado a mediano y largo plazo, proyectado a prolongarse por encima de la circunstancial coyuntura que atravesaría el área. En los últimos años, el presupuesto del Gobierno de la Ciudad en materia cultural ha sido casi del 5 por ciento, es decir, muy por arriba del promedio de las metrópolis mundiales, incluidas las capitales de los países económicamente más prósperos.
Pero volviendo al tema de las carencias, lo que preocupa no es solamente la escasa importancia que tiene la cuestión en las propuestas de los partidos y candidatos en época electoral; y no porque ya estemos acostumbrados a los “olvidos” posteriores de algunos gobiernos, acerca de sus plataformas electorales. También debemos preocuparnos por la importancia que le dan a esta cuestión otros sectores de la sociedad, los medios de comunicación –particularmente la radio y la televisión por su masividad e importancia en la formación de opinión y sensibilidades colectivas–, organismos oficiales, ONG, artistas, intelectuales, empresarios, porque será su voz, potenciada en el conjunto, la que podrá hacerse oír al momento de fiscalizar el cumplimiento de la palabra electoral empeñada. Por eso, y ya que estamos hablando de juicios, corresponde también hacer justicia con la mención que hago más arriba acerca de partidos políticos, candidatos y sus respectivas plataformas. La escasa importancia real que tienen las endebles alusiones a “lo cultural” en aquellos mensajes es consecuencia y no causa unilateral. No creo herir ninguna susceptibilidad si reitero que los partidos y los candidatos hablan de las cosas que “habla la calle”, es decir los medios y los sectores y personas que forman opinión.
Esos vacíos en ciertos discursos y en ciertas acciones de algunos gobiernos, esas invocaciones donde lo cultural tintinea como cáscara virtual y no aparece definido en lineamientos concretos de la propuesta y la acción política, son el emergente de parte de una sociedad que mantiene con lo cultural cierta ambivalencia. El público –o el pueblo, para decirlo con su sinónimo olvidado pero más noble– muestra una adhesión genuina: records crecientes de asistencia a la Feria del Libro, al cine, a museos y bibliotecas, al teatro; una producción cinematográfica expansiva, la explosión del tango, una fantástica producción literaria, pictórica musical, teatral que impulsamos, consumimos y nutrimos sin reticencias.Pero, al mismo tiempo, falta una mayor conciencia general que valore lo cultural –la producción de conocimiento, bienes y servicios artísticos y culturales– como herramienta transformadora. En consecuencia, existe una falencia en la incorporación de las voluntades correspondientes para constituir un entramado estratégico de producción cultural en términos de industria motorizadora. Esto incluye a todos los niveles, sectores y actores de la vida ciudadana.
A modo de referencia, para entender en qué medida los efectos de lo cultural nos conciernen, conviene tomar como ejemplo uno de los géneros más fuertes, el del cine nacional. Que en los últimos dos años generó 40 mil nuevos puestos de trabajo, atrajo más de 32 millones de espectadores a las salas nacionales, obtuvo 76 premios internacionales, consiguió 52 películas estrenadas, otras 70 en pre y post-producción y batió el record de producción de cortos publicitarios, con 46 piezas. Estas son apenas algunas pruebas fehacientes de lo que significa cultura activa cuando pensamos su poder de aplicación intensivo y extensivo.
La metáfora agrícola brota aleccionadora al expresar un provechoso “cultivar” más que el vicio de “hacer un culto” a cosas o hechos. La cultura merece ser una sinergia metódica más que de una declamatoria proselitista. Como parte involucrada, hago propia la congratulación de someternos a un juicio, a una evaluación que sume acerca de cuánto, cuándo, cómo y por qué es importante la cultura para los argentinos en este período que nos ofrece una indeclinable oportunidad social, política y económica. ¿Se hará justicia?
* Secretario de Cultura del Gobierno porteño.