Debería establecerse una suerte de veda como la que dicta el Código Nacional Electoral, regido por la ley 19.945, donde se define el período en que se desarrollará la campaña y que “queda absolutamente prohibido realizar campañas electorales fuera del tiempo establecido por el presente artículo”.  Una veda que impidiera esa forma del terrorismo visual (con la estética de la ceremonia popular hispana de Gigantes y Cabezudos) ejercida por los opositores a la legalización del aborto para representar al embrión, o su par de cuño realista, el muñequito de plástico, alias “el bebito”, que si fuera un feto real sería inviable aun insuflado de aliento por los besos  de alguna genuflexa integrante de Pro Vida. 

La primera vez que oí hablar del performer inanimado Pro Vida fue luego del cierre de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992, cuando un muñeco de espuma plástica blanca de dos metros de altura, accionado por un bailarín que en el estadio de Montjuic agitó un amago de cola donde se insertaban los cinco anillos olímpicos, demostró que la defensa de los embriones nonatos era perfectamente compatible con las exigencias de que éstos no sustraigan sus cuerpos virtuales al mercado capitalista, al menos en su condición de mascotas de Halloween desde el norte. 

A fines de los años ochenta, las falacias del paquete publicitario contra la legalización del aborto se ejercían desde la pantalla de cine a través de películas como Los primeros días de la vida, La decisión es suya y El grito silencioso. Mostraban con estética de Auschwitz bebés rubios de dos años dando sus primeros pasos en oposición a fetos de seis meses metidos en tachos de basura, parturientas sonrientes versus abortadoras lanzando una queja animal en sueños de anestesia total, declaraciones astutas de miembros del Grupo Antiaborto Pro Vida versus declaraciones frívolas de supuesta feministas (que bien podrían ser extras de ese mismo grupo), con antropomorfismo inducido por una lupa gigante puesta sobre un embrión de cuatro centímetros y expuesta  con verismo hiperrealista. En El grito silencioso, el hit cinematográfico antiaborto legal, el doctor Natanson (un ex abortero) dirige una escena “aleccionadora” en la que sustituye a un feto de doce semanas por una muñeca que tiene el tamaño de un niño de cinco meses. Por último da un golpe maestro: la pantalla muestra una ecografía donde una sombra se desplaza entre una armonía de grises. Entonces Nathanson señala un instrumento que avanza y un “niño” que retrocede y cuyo corazón se acelera. Puede que yo sea miope, pero ni siquiera vi el muñeco de goma. En cuanto a si la sombra se movió, sí, se movió. ¿Resistencia aterrada en alguien que no tiene desarrollado el sistema nervioso? Pruebe meter un dedo en una pecera en la que flota un pez muerto y verá que el cadáver avanza en sentido contrario. En su momento una excelente nota de El periodista describió con precisión las trampas del Gran Mandrake de Pro Vida.

Ecopornografía

¿Qué habrán sentido las personas con VIH, en los tiempos en que una fotografía gigante de Oliverio Toscani mostraba una reinvención de La pietà, de Miguel Angel, con la imagen documental de una madre que sostiene entre sus brazos a su hijo agonizante de sida? Sin duda, horror, la prueba efectiva de una sociedad que los excluía como destinatarios del mensaje, con el pretexto de “concientizar” . ¿Y los demás? ¿Recibirían una suerte de satori de solidaridad o desviarían la mirada hacia la primera vidriera iluminada y a buen precio? 

A principios de los ochenta democráticos, la prensa sensacionalista expuso como si fueran pornografía los vejámenes a los que eran sometidos los prisioneros en los campos de concentración y, bajo la ley de quién da más, el diálogo entre torturadores y torturados, su cotidianidad entre monstruosa y cordial fuera de todo contexto que no fuera anecdótico, en una carrera por obtener el testimonio más crudo con la coartada de alentar a la conciencia colectiva y un joven empresario hasta se jactó de haber ganado mucho dinero con las últimas ediciones de una de sus revistas con la saga del torturador arrepentido pero poco  Carlos Alberto Pérez Villarino. No tengo nada contra la pornografía, amén del hecho de que ponga en escena el monotemático voyeurismo patriarcal, pero sí si se la usa para exponer, en relatos recortados, ampliados y machacantes, los crímenes de lesa humanidad, o si se materializa en películas basadas en la manipulación de ecografías e imágenes de marchas con un feto plástico grande como Kinkón u otra criatura destinada al sacrificio con que los guiones de Hollywood terminan por ejecutar las ficciones de lo desconocido. Son terrorismo misógino, ficciones ejemplificadoras punitivas para las mujeres que abortan, abortaron y aún deben hacerlo en la clandestinidad. 

Fetofilia: minga

No  nos engañemos, ni la Iglesia cuya doctrina es la hominización inmediata, ni los defensores del grupo Pro Vida tienen una preocupación por el feto (raso o elevado a la categoría de niño) más allá de la condena a las madres que interrumpen su desarrollo.  Nadie se duele de los numerosísimos abortos espontáneos de niños deseados (ni del dolor de sus madres), pocos reclaman tiernos manojos sangrientos de las compactadoras de los hospitales, más raros son aún la extremaunción, el bautismo o la misa por un “mortinato no prematuro”. 

Uno de esos libros que actúan y al mismo tiempo son un manual para ejercer el pensamiento, Entre el crimen y el derecho. El problema del aborto, de Laura Klein, demuele cada uno de los argumentos de los opositores a la legalización del aborto que se centran en especular en torno de cuándo el embrión es o no humano (desde la infeliz metáfora del niño bellota hasta la del niño cáncer, pasando por la del inquilino indeseable) con que los discursos progresistas de los años setenta intentaron negar que en el aborto algo muere. Separa lo jurídico de lo moral y educa a los católicos en sus fuentes olvidadas. Por ejemplo, revisa cuidadosamente los textos que muestran cómo la promoción de la familia no fue una de las piedras angulares del cristianismo. En su ejemplar exposición en Diputados del 17 de mayo, Laura Klein dejó claro que lo que se está dirimiendo no es cómo se define ni cuándo comienza la vida humana sino si una mujer embarazada puede o no decidir tener un hijo sin que esto la convierta en una criminal y para eso empezó por recurrir a la ley: “…resulta asombroso que quienes luchan contra la legalización del aborto basados en la idea de que aborto es homicidio, no dirijan todo su esfuerzo a cambiar el Código Penal. Ningún Código Penal equipara aborto y homicidio porque ningún Código Civil equipara a la persona por nacer con la persona nacida. Si bien el artículo 19 dice que ‘la existencia de la persona comienza con la concepción’, inmediatamente el artículo 21 establece que si el concebido ‘no nace con vida, se considera que la persona nunca existió’”. 

Luego explicó (glosó) cómo para demostrar que el aborto es legal o ilegal, se nos hace creer que primero hay que demostrar si abortar es o no un homicidio, que a su vez depende de la pregunta de si el embrión es o no es una persona, pregunta que se reduce a cuándo comienza la persona, y eso dependerá del signo distintivo que se elija para definirla, con lo que se concluye que desde la ciencia los argumentos son tan eficaces para demostrar que un embrión es una persona como que no lo es. Entonces, si fuera sólo por las características del embrión, el descarte de un embrión de probeta debería ser considerado un aborto y, sin embargo, no solo no lo es sino que no constituye ningún delito.  ¿Por qué? Porque recién es considerado persona por nacer cuando se implanta en el útero. Lo que nos haría humanos es haber sido implantados en un cuerpo de mujer. Entonces Klein denuncia el gran silencio del debate sobre el aborto: el embarazo. “No hay aborto sin embarazo. Pero aunque suene increíble, en el debate del aborto de embarazo casi no se habla. Se habla de un conflicto entre ‘dos individuos’ –una mujer y un embrión– que tienen intereses enfrentados y contradictorios entre sí. Pero la mujer embarazada no es igual a una mujer más un óvulo fecundado. No es una suma ni un compuesto divisible. Como si fuese generoso, como si fuese justo, escuchamos hablar de ‘dos vidas’. Sin embargo, no somos individuos sueltos que cayeron en el cuerpo de una mujer para pasar nueve meses. El vientre no es un lugar. El embrión no es un inquilino pero tampoco es una parte del cuerpo de la mujer, como un riñón o una muela”.

El terrorismo publicitario de la figura de Fetón agita que el aborto es un crimen y como el embrión puede ser casi invisible, para que quede claro le hicieron adoptar la figura de un gigante, como si fuera más crimen matar algo grande; su falsa autonomía (depende de un bailarín o de un titiritero) redobla el silencio sobre el embarazo del que habla Klein, esa experiencia intransferible de las mujeres. Como a todas las palabras justas, medidas y discretas en su retórica , al contrario de la ecopornografía y sus muñecos trucados, acompañemos la espera con las palabras textuales de Laura Klein al finalizar su exposición en Diputados: “El conflicto que aquí se trata no es entre los derechos de dos individuos sino si una mujer puede decidir abortar sin que esto la condene a la clandestinidad, con sus secuelas, y la convierta en una paria del sistema de salud. 

Y es sobre esto que diputados y senadores van a decidir. Esto es lo único sobre lo que tienen potestad. Lo que van a decidir no es si las mujeres van a abortar o no –no depende de ustedes–, ni si son homicidas al hacerlo –para eso está el Código Penal–, ni cuándo comienza la vida humana con derechos, ni cómo se define, ni si el embrión es o no una persona –para eso está el Código Civil–, ni si es justo o injusto que sólo las mujeres nos quedemos embarazadas –ahí habrá que recurrir a Dios o a la Naturaleza–. Lo único –¡y es enorme!– sobre lo que pueden y van a decidir es si una mujer embarazada que no fue violada y cuya salud no está en peligro, puede decidir abortar sin que esto la convierta en una criminal. Y al tomar esta decisión, van a estar solos. Solos como una mujer que decide abortar”.