La victoria es toda de los jugadores. Y fue tan así que no bien sonó el último de los pitazos del árbitro turco Cuneyt Cakir, Jorge Sampaoli se perdió en la inmensidad de los pasillos del estadio de San Petersburgo y desapareció del centro de la escena. Los "históricos" le torcieron el brazo al técnico y ganaron la apuesta. Por eso, para el sábado contra Francia en Kazan y hasta que termine la participación argentina en el Mundial, continuará habiendo un equipo consensuado entre la "mesa chica" de la Selección y Sampaoli. Los más jóvenes, en tanto, deberán seguir esperando que llegue su turno, si es que alguna vez les llega. No parece ser este su tiempo. 

Claro que para pasar a los franceses en los octavos de final, será necesario que la Selección aporte bastante más que la épica y el corazón que ayer afloraron para sacar adelante un partido que se había enrevesado por otro error propio. Al equipo que dirige Didier Deschamps le sobra fútbol en el medio con el toque elegante de Paul Pogbá y tiene la habilidad y velocidad joven de Kylian Mbappé, la jerarquía de Antoine Griezmann, la dinámica de Blaise Matuidi y el poder ofensivo de Olivier Giroud como cartas a jugar en el ataque. Y a la hora de defenderse, N'Golo Kante se devora la mitad de la cancha para recuperar la pelota y en la zaga central se destacan dos marcadores jóvenes pero repletos de oficio: Raphael Varane (Real Madrid) y Samuel Umtiti (Barcelona). Además de un arquero experto como Hugo Lloris del Tottenham inglés.

Es cierto que ante Australia y Perú, los partidos que ganó para pasar a los octavos de final, Francia insinuó más de lo que realmente concretó. Y que sus caídas de tensión en medio de los encuentros y cierta tendencia a la fragilidad espiritual pueden jugarle en contra a la hora de las emociones fuertes. Pero sin dudas, es uno de los candidatos a alzar la Copa del Mundo. Por eso, la Argentina deberá entregar el sábado bastante más de lo que dio ayer para poder seguir avanzando en el Mundial.

Decantada la emoción del triunfo y aun reconociendo las mejorías que hubo (si bien desde un piso demasiado bajo), es necesario decirlo: a la Selección no le sobra nada. Sería temerario afirmar que, pasado el susto de una eliminación que estuvo a sólo 4 minutos de concretarse, ahora se soltarán las amarras emocionales que mantuvieron al equipo atado y que por fin aparecerá lo que tanto ha venido demorándose. Queda claro que con la camiseta, la historia y el nombre de Messi, no se le gana más a nadie. Habrá entonces que jugar mucho mejor. Corregir errores y crecer partido a partido. Pero sin renunciar jamás a ese carácter que se había esfumado ante Croacia y que ayer permitió ganarle a Nigeria y clasificarse cuando se creía que ya no había más nada en el fondo del pozo.