Fragmentación es la palabra que mejor cabe para calificar el escenario político actual de la Argentina. Situación que hace muy difícil dibujar el futuro, prever alternativas y que, al mismo tiempo, genera angustia en gran parte de la ciudadanía que, parada en medio de la crisis, mira hacia adelante cada día con más temor.  

Fragmentación en la alianza de gobierno, por más que sus dirigentes (con el presidente Mauricio Macri a la cabeza) intenten disimular las disputas internas. Las diferencias son personales, de estilos, pero también de ambiciones. Se pronunciaron a partir de la ya evidente incapacidad técnica que han demostrado los funcionarios para dar respuestas a una economía que está muy lejos de ofrecer tranquilidad (a todos). La tan voluntariosa como inútil e ineficaz tenacidad del Presidente y de su Ministro de Hacienda para insistir contra toda evidencia que solo se trata de una “tormenta” y que “estamos en el camino correcto” no provoca sosiego ni en las propias filas. Tampoco a los que desde afuera digitan los pasos que debe dar la Argentina. Christine Lagarde sonríe para las fotos con los funcionarios, pero en privado presiona para que se cumplan a cualquier costo las metas impuestas por el FMI a sabiendas de que eso resulta casi imposible. Mientras tanto tiende puentes y comienza a presionar también sobre quienes eventualmente puedan ocupar la Casa Rosada el año próximo en lugar de Cambiemos. 

La alianza gobernante cruje por todos lados, aunque se busque cuidar las formas. Más allá de los berrinches melodramáticos de la diputada Elisa Carrió las fisuras amenazan la estructura política del gobierno. Pero aún dentro del PRO cada uno atiende a su juego y eso queda en evidencia en los cambios y las idas y vueltas operados en la llamada “mesa chica” del Presidente, con actores que entran y salen. Los radicales están molestos e inquietos. Fundamentalmente porque su poder está totalmente diluido y los radares electorales le comienzan a advertir que como furgón de cola del PRO podrían quedar totalmente al margen del juego en los comicios del año próximo. En esa situación se juegan más que unas cuantas bancas, sino que se pondrían al borde de la desaparición como fuerza política.

Y hasta los voceros mediáticos de Cambiemos –que olfatean el mal olor que despide la crisis– también comienzan a tomar distancia: hacen “advertencias”, “sugerencias” y hasta alguna crítica por impericia técnica. Está claro que no se van a hundir con el barco. Cuando sea necesario van a correr a los botes y ser alistarán para la etapa siguiente. Algunos dicen que son personas “con mentalidad ganadora”: estarán siempre del lado del poder.

Pero también hay fragmentación en la acera de la oposición. Porque más allá de los discursos –mayoritarios pero no unánimes– acerca de la necesidad de la unidad opositora, cada uno de los sectores se reserva cartas y cuida la propia quinta evitando jugadas de riesgo. Los eslóganes acerca de que “el límite es Macri” y que “hay que detener el avance neoliberal” no terminan de ayudar a plasmar en términos concretos una propuesta que efectivamente emerja como alternativa. 

“No es el momento de los nombres”, dicen unos. Sin disentir totalmente, otros tantos (Agustín Rossi, Felipe Solá, por ejemplo) se muestran como precandidatos presidenciales tratando de copar la parada. El silencio de Cristina Fernández y la incógnita respecto de cuál será su movida llena de incertidumbre a todo el arco peronista. También a los más lejanos como Juan Manuel Urtubey y Miguel Pichetto quienes, coincidiendo una vez más con el gobierno, insisten en poner en juego a la ex presidenta como candidata porque estiman que esa posibilidad favorece su propio juego. Pero ¿cuál es ese juego? Quizás apostar a la polarización para emerger como una tercera alternativa que, lejos de ubicarse entre ambas, se sitúe por derecha de todos y dispuesta a “hacer técnicamente bien” el ajuste que el macrismo no está logrando “por gradualista”. Confían en que el invisible Sr. Mercado les ofrezca respaldo.

En el centro izquierda (para ponerle un nombre que cobije al peronismo no aliado a Cambiemos, más el kirchnerismo y sus aliados) nadie discute el discurso sobre la propuesta programática común que debe servir de paraguas para una gran alianza opositora. Pero esto resulta abstracto si no se traduce rápidamente en modos de acción política conjunta. Se parece más a un pretexto para postergar las definiciones. En el marco de la democracia la unidad de acción opositora en el Congreso debería ser un ámbito tan inmediato como necesario para, por un lado, ponerle un freno a lo que estamos viviendo y por otro, comenzar a mostrar que es posible construir colectivamente aún a pesar de las diferencias. 

Fragmentación también en el frente de los trabajadores organizados. El tono del triunvirato que hoy gobierna la CGT subió en su descontento alimentado por el acuerdo con el Fondo, pero sobre todo porque también ellos sienten en sus pies el calor de bases que hoy están calientes y que mañana pueden incendiarse. Pero nada hace pensar que se puede avanzar realmente hacia un acuerdo efectivo con los gremios que hoy conduce la familia Moyano, aliados con la Corriente Federal y las dos CTA. Y la movilización y la beligerancia de todos estos últimos no alcanza por sí sola para enfrentar la obstinación oficial que no está dispuesta a resignar –a pesar de los resultados– el modelo ideológico económico pactado con sus aliados más cercanos. 

Los movimientos sociales hacen su propio juego. Está claro que sus bases están cada día peor y plantean mayores exigencias. Pero su situación es pragmáticamente ambigua. Rechazan el modelo, pero tienen que negociar con el gobierno para obtener paliativos para sus bases. Acompañan los reclamos de los trabajadores organizados, pero tienen además otras prioridades que, por estar vinculadas con la subsistencia, no pueden abandonar. 

Un frente unido de los trabajadores solo alcanzaría volumen y significación en la calle, en la movilización. Por el momento no alumbran condiciones para que ello se concrete y sería riesgoso que se llegara a ese punto  porque la crisis se salió de cauce y no porque se pretendió detenerla.

Así planteadas las cosas y mientras hace grandes esfuerzos (que no le aseguran éxitos) para mantener la cohesión interna, la alianza gobernante apuesta a profundizar la fragmentación, utilizando para ello todos los resortes del poder a su alcance. Es, hoy por hoy, su única carta de triunfo a corto y mediano plazo. Del otro lado el diagnóstico no es muy diferente: insistir en las diferencias y desperdiciar las posibilidades de comenzar a producir desde ahora acciones comunes que den visibilidad a una unidad así sea en la acción, es el pre anuncio de una nueva derrota. Lo saben, lo dicen, pero -al menos por ahora- hay incapacidad para encontrar los caminos que conduzcan a la construcción colectiva. Lo crítico es que lo que está en riesgo no es apenas la posibilidad de una alternativa política (se llame como se llame y la encabece quien sea) que destierre al macrismo y sus aliados, sino la imposibilidad de hacer viable una propuesta que le ponga freno al ajuste feroz y que defienda los derechos de los sectores populares. Lograrlo sería entender que los intereses ciudadanos están por encima de los personalismos y de las ambiciones de grupos y sectores. Sería, en definitiva, una demostración de madurez política que quizás transite de manera subterránea en algunos diálogos privados, pero que todavía no aparece a luz del día. Y comenzar a desplazar del sentir popular la nefasta idea acerca del desprecio por la política con el argumento de que “son todos iguales”. Una frase demasiado cercana al tristemente conocido “que se vayan todos”. 

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