La frase es de Raúl Alconada Sempé: “Estos tipos no saben que hasta para regalarte tiene que haber alguien que te acepte”. Alconada fue el primer subsecretario de Asuntos Latinoamericanos de Raúl Alfonsín. “Estos tipos” eran los conservadores que criticaban toda iniciativa de integración regional. Para ellos pensar en una nueva relación con Brasil, por ejemplo, era un virtual ataque a los Estados Unidos. 

Ahora que estos tipos gobiernan, miran el mundo a través de esa transparencia difusa que deja el papel de regalo. Por eso la sigla Mercosur aparece solo vinculada a un arreglo con la Unión Europea que, como se informa en esta misma edición, no está demasiado entusiasmada ni siquiera con las concesiones que ya había obtenido.  

La novedad de los gobiernos de Mauricio Macri y Michel Temer es que la integración regional no forma parte de sus respectivos objetivos nacionales. Hasta fue quitada de la retórica. Para colmo Washington tomó su apoyo al acuerdo argentino con el FMI como una movida geopolítica. Por eso el texto de Donald Trump hizo mención del carácter de aliado extra OTAN de la Argentina. Vaya a saber cómo se llenará ese estante de las relaciones bilaterales. Mientras tanto, la Argentina recobró dos rasgos que no comparte siquiera con el Brasil gobernado por el ilegítimo Temer. El primero, su conexión al FMI, organismo del que se habían desenchufado en diciembre de 2005 al mismo tiempo Buenos Aires y Brasilia. El segundo, su alianza con la OTAN, que obviamente es excluyente con cualquier construcción sudamericana. 

¿Antes era distinto? Cuando gobernaban Lula, Hugo Chávez y Néstor Kirchner, por nombrar solo tres presidentes autonomistas del siglo XXI, el problema de la integración es que muchas veces no llegaba a tierra. Los jefes de Estado firmaban acuerdos que los Estados después no cumplían. No mentían. Sencillamente, no encontraban la forma de concretar sus objetivos. O no le ponían energía suficiente. Un ejemplo es el acuerdo entre Brasil y la Argentina para intercambiar bienes sin pasar por el dólar. Esa forma de comercio jamás superó el 10 por ciento del total.

No era la única dificultad. Brasil y la Argentina contribuyeron a una Bolivia estable, lo que a su vez le sirvió a Evo Morales para que su victoria fuera irreversible, pero el Mercosur no frenó la disparatada escalada entre Uruguay y la Argentina por las pasteras. Tampoco pusieron en marcha el Banco del Sur.

Coincidían en sus objetivos nacionales alrededor de un gran punto: tenían simultáneamente la noción de que cada uno por si solo no se bastaba para defenderse y crecer en un mundo áspero. Ni siquiera Brasil. 

También tuvieron una noción común sobre la geopolítica. El No al ALCA (Mar del Plata, 5 de noviembre de 2005) fue una apuesta a la diversificación. En principio, comercial. Ese proceso acompañó el crecimiento de China como socio de los países de Sudamérica. Después de Mar del Plata, una de las insuficiencias fue la falta de búsqueda de una masa crítica conjunta frente a China. Los gobiernos de la Argentina y Brasil ni formaron una unidad de estudio y seguimiento de las relaciones con China, y tampoco alentaron, al estilo norteamericano, vías de diplomacia no pública como las académicas. Algo que, visto del otro lado, sí viene haciendo China hace muchos años. La imita en escala menor la Rusia de Vladimir Putin. (De paso, hacer click aquí para leer la última nota del economista Andrés Ferrari Haines sobre qué hay detrás de la guerra entre China y los Estados Unidos: https://bit.ly/2xFHFzb).

La única verdad es la realidad, diría un señor. Pero más o menos. La suma de aspiraciones políticas, discursos y planes, incluyendo los planes concretados a medias, le pone un piso a la integración. Cuando la estrategia frente al mundo, en cambio, es “yo me conecto solo con cada potencia”, como quiere hacer Macri con la Unión Europea sin el Mercosur, queda descartado todo. Sin voluntad, ni errores pueden cometerse. 

Las urgencias hoy parecen ser otras. La fecha crucial más cercana es el 7 de octubre, día de las elecciones en Brasil. Para Fernando Haddad, el candidato presidencial del frente “El pueblo feliz de nuevo” que encabeza el Partido de los Trabajadores, el desafío apremiante es hacerse suficientemente conocido, recoger la mayor cantidad posible de votos de Lula, entrar al ballottage, superar el antipetismo para que el fascista Jair Bolsonaro no lo derrote en la segunda vuelta del 28 de octubre y, si gana, asegurar el traspaso del mando el 1ª de enero. Demasiado por delante para el candidato. Los lectores pueden acercarse a él buscando en la web de PáginaI12 la entrevista por tevé que le hizo el rector de la Umet Nicolás Trotta. A dos semanas del 7, Haddad parece estar cumpliendo con los dos primeros objetivos. Pero jamás está todo dicho, y menos con un gobierno surgido de un golpe.

Si Haddad resulta ser uno de los dos primeros y llega a disputar al segunda vuelta, lo que pase en Brasil tendrá para la Argentina (y para Uruguay, y para Bolivia, y para Venezuela) una dimensión no solo regional sino propia. Tener aquí al lado un Brasil desarrollado y justo es, para la Argentina, una condición de existencia nacional. 

Algo de eso pareció entenderse aquí por la solidaridad que despertó la condena sin pruebas de Lula y el modo en que la persecución al ex presidente partió la política: solo el macrismo quedó entre los felices por la proscripción de Lula. ¿Quién dijo que todas las grietas son malas?

martí[email protected]