“En esta celda estoy sometida y acorralada, igual que cuando vivía con él”, dice Soledad desde un calabozo oscuro, de dos metros por uno y medio de la Comisaría 2 de Berazategui, en la que dos rejas y dos metros la separan del mundo de la gente libre. Soledad tiene 37 años pero parece mucho más joven, problemente por su voz suave y finita, más de niña que de señora, o por su corte de pelo, que se parece al de Celeste Cid en la época de Resistiré. Tiene ojos muy grandes y negros, rasgados, y viste un jogging que le dieron en la comisaría. “Soledad nunca mató ni una mosca ¡si ni come! Toda la vida preguntándole ¿comés bien?”, cuenta su tía Yolanda como para graficar que Soledad es pequeñita: mide apenas un poco más de un metro y medio y pesa menos de 50 kilos. La fuerza es masa por aceleración y, sin embargo, a pesar de la poquita masa que representa el físico de Soledad, el 2 de septiembre sacó las fuerzas que necesitó para matar a su marido –Cristian Senra– con el cordón de su buzo, mientras él intentaba violar a su hija de 14 años literalmente delante de ella, en el asiento delantero de su camioneta. ¿De dónde salió esa fuerza? Soledad dice que no sabe, que mientras lo apreta con el cordón piensa en cómo iba a hacer para que no las matara. Para zafar.  

Desde hacía meses, Soledad vivía con miedo a que Senra la matara al igual que a su hija, a sus otros dos hijos –una niña de 4, un varón de 18– y a sus padres –Gonzalo y Ladisla– si ella denuncia la violencia que esta viviendo. Tenía miedo porque él se lo repetía: “yo te voy a matar”. En marzo, Senra le dijo a Soledad que está obsesionado con su hija; que era mejor que se la entregara a él antes que a otro; y que quería que ella, su madre, estuviera presente en el momento del abuso. Soledad se quedó congelada. Le dijo que jamás iba a permitir que tocara a su hija. Entonces llegó la reprimenda. Esa noche fue la primera vez que Senra la violó. “Descargó toda su ira, excitación, violencia sobre mí”, dijo Soledad en el juzgado frente al fiscal y la Defensoría. 

Las violaciones, que se convirtieron desde ese momento en una práctica cotidiana, representaron un giro más en la espiral de violencia. Al poco tiempo de conocerse, Senra obligó a Soledad a dejar de trabajar limpiando casas. Tiempo después, la alejó de la Iglesia de la cual ella y su hija forman parte activamente, la Iglesia Universal de río Marítimo. Hace unos dos años, la madre de Soledad comentó esta cuestión con el pastor. Los dos están preocupados por la situación. Antes de que manifestara su “obsesión” por la hija de Soledad, Senra empezó a controlar su vida y la de su hija cada día más: sabía los patrones de desbloqueo de sus celulares; se los incauta cada tanto; leía sus mensajes; elimina sus contactos. Soledad casi no podía salir de su casa salvo para llevar a su hijita de cuatro años al jardín y traerla al mediodía. Su tía, su mamá, su papá la veían flaca, “amarillita”. Pero cuando le preguntan qué le pasa, respondía: “está todo bien”. 

El viernes 31 de agosto la violencia de Senra se detonó. Después de sacarle el celular a la hija de Soledad por la fuerza, sacarle fotos a la joven y enviárselas a su propio celular, Senra llevó a Soledad al baño, cerró la puerta con llave, la desvistió y volvió a violarla como lo venía haciendo hasta ese momento. Pero ese día algo cambió: según contó Soledad en la declaración, en ese momento su marido le hizo saber que esa situación –marcada por su obsesión por la niña– no se podía prolongar por más tiempo. 

Al día siguiente Senra trabaja hasta el mediodía y le pidió a Soledad que preparara sus cosas y su ropa porque se iba a ir de la casa. Soledad metió su ropa en bolsas de consorcio y alrededor de las 5 de la tarde él le mandó un mensaje preguntando si podía pasar a bañarse. Ella le dijo que no había problema. Llegó borracho y le pidió que le preparara el baño. Cuando salió de la ducha tiró toda la ropa que Soledad había preparado, se vistió y siguió tomando. Se dirigió a la cocina y empezó a preguntarle otra vez sobre su hija: dónde está, con quién, a qué hora se había ido y a qué hora volvería. Soledad le mintió: le dijo que no sabía y le pidió que se fuera tranquilo. Él se fue pero a los diez minutos llamó y le pidió que saliera. Soledad salió y se metió en su camioneta. Él le volvió a preguntar por su hija y le dijo que necesita hablar, y que si no la encontraba se la iba a agarrar con sus hijos y sus padres. Le dijo que no le importa más nada, que los iba a matar. Soledad se bajó del auto y él se marchó de nuevo. 

Cuando la hija de Soledad volvió a su casa, él la volvió a llamar y a insistir que necesitaba hablar con ella. Soledad le dijo que la dejara tranquila pero le comentó a su hija estaba cansada y que él necesitaba hablar con las dos. La hija le dijo que no tenía problema. Se quedaron en la vereda esperando un rato hasta que él llegó y las hizo subir a la camioneta: la hija de Soledad adelante y Soledad atrás. Allí empezó a culpar a la hija: le dijo que había destruido su matrimonio, que había entrado en su cabeza. Soledad lo frenó: “Ya está, es esto lo que tenés para decir, nosotras nos vamos”. Entonces él aceleró, paró la camioneta a las tres cuadras y reiteró lo mismo de los últimos meses: que él tenía que violar a la hija de Soledad y que ella debía estar presente mientras eso ocurriera. Prendió un cigarrillo y mientras hablaba empezó a tocar a la adolescente. Se alanzó sobre ella. Soledad hizo lo primero que se le ocurrió para protegerla. Él no se defendió en ningún momento y se desvaneció. Soledad volvió a su casa con su hija, habló con sus padres, y se fue a entregar a la comisaría. 

¿Cómo era Soledad antes de conocer a Senra? Sus amigas, que viajan con ella todos los días hasta Constitución y así se conocieron, dicen que era jodona y divertida. Que no sabía mentir ni ocultar nada y le hacían bulling cariñoso de amigas por eso. Dicen que es “una amigaza”. Le gustan mucho las plantas, en especial los rosales, y tiene buena mano para la jardinería. El jardín de su casa dicen que está un poco descuidado pero que sigue siendo muy lindo. Hace un mes está detenida viviendo una película de terror porque se cruzó con un violento y porque la palabra de las mujeres, la mayoría de las veces, vale menos que nada.