Luces, fanáticos, dinero. Una voz que sobresale. La suya pesa. Y mucho. Dicen que la comedia es el nuevo rock and roll. Y ella, una de las principales referentes femeninas de la comedia en América latina, no cree en nada. Ni en la fama ni en lo que conlleva ni en nada de nada. Tampoco en esta especie de vorágine en la que está sumergida. “No sé si alguna vez alguien de todos los que me saludan me da va donar un órgano”, dice Natalia Valdebenito, la comediante más importante de Chile. “Estoy molesta desde que tengo uso de razón”, sacude risueña mientras disfruta del notable presente otorgado por una carrera en ascenso y dos espectáculos en Netflix. “La gente esperaba que después del show que di en Viña del Mar me pase al mainstream”, reconoce luego de un episodio de Café con Nata, el programa que transmite vía Subela.cl (modesta radio online de la que forma parte) y que llevó por un rato al FICValdivia, uno de los festivales de cine más interesantes política, social y culturalmente del cono sur.

Sin embargo, amén de renegar de las luces, Natalia conecta con su público. Y la prueba indiscutible de su popularidad es el aumento constante de jóvenes, mujeres, niños, varones sin heteronorma y comunidad LGTBIQ que la quieren y respetan. Mientras tanto, se yergue horizontal, mira a los ojos, devuelve abrazos y besos. Se la ve suelta y real. A sus casi 40 años, sigue eligiendo los bordes antes que el centro. Su voz entroniza la lucha, el reclamo y la movilización de miles de mujeres chilenas. “Me fui de El Club de la Comedia alegando machismo. Fue de los primeros casos que se amplificó tanto”, cuenta. “La comedia en Chile es súper reduccionista para la mujer y no quería seguir siendo una mujer-planta.” La presencia de Valdebenito sacudió la modorra del humor sudamericano y apuntó los faroles a su presencia chistosa, incómoda, gritona y genial.

La eficiencia de su show de 2016 en el Festival de Viña del Mar (conocido como El Monstruo por la ferocidad de su público) provocó que en su país se quiera ver a más mujeres haciendo comedia. “Expliqué el feminismo en el escenario del festival más fascista y popular de Chile”, golpea. El Festival de Viña estuvo 11 años sin mujeres humoristas en sus tablas. Las anteriores habían sido Natalia Cuevas y Vanessa Miller. “Nosotras también podemos ir a fracasar, a gustar, a pasarla bien”, subraya quien en Viña no buscó agradar ni resultó condescendiente: fue la conciencia de género, casi un gesto subversivo en un lugar de eternas tradiciones conservadoras.

Por estos días elige hacer giras regionales antes que grandes teatros. Y aprovecha su popularidad para llenarlos todos. Ya le ofrecieron radio FM, cine y hasta alguna participación política. “El main no me garantiza sostener mi idea. No estoy dispuesta a ceder eso cuando firmo un contrato”, expone. Y dice que “el sistema de TV chileno es extremadamente frívolo y machista”. Sus shows y su programa de radio son autogestivos. No obstante, siente que su lugar de ruptura sirve para que los reclamos que lleva adelante sean más genuinos, auténticos y sin vicios.

¿Sobre qué temas estás discutiendo y participando actualmente?

--Aquí estamos hablando mucho sobre el aborto. Les robamos a las mujeres argentinas la idea de usar el color verde para la campaña. Han sido tremendamente inspiradoras para nosotras. Ahora entiendo por qué nos tenían enemistadas: la idea del aborto rompe con todo.

¿Qué tan cierta es esa oferta que te hicieron desde la política?

--Mi presencia en cierta forma es política. Pero hacer política no es mi lugar. Cada uno aporta desde su lugar. En el segundo mandato de Michelle Bachelet me ofrecieron ser la voz oficial. Después de mucho pensarlo decidí que no lo iba a hacer: desde el escenario tengo que tener una metralleta para dispararles a todos y no quería tener ningún tipo de condicionamientos ni tener que darle explicaciones a nadie.

Natalia pasó varias veces por nuestro país. Dio shows en Liceo Comedy –“Me fue súper bien, fue la raja”– y mantiene amistad con Charo López, Vanesa Strauch y Ana Carolina, que forman parte de la renovación (discursiva, etaria y conceptual) de la escena. Ahora prepara su primera gira europea, que la llevará a Londres, Barcelona, Madrid, Bremen y Palma de Mallorca. No piensa en adaptar sus chistes al inglés ni menos al alemán. A la sazón, la conformación de su público en el viejo continente constará mayoritariamente de latinoamericanos. “Si mi show toca a una sola persona, ya me voy a sentir bien.”

En el ADN de su comedia, Valdebenito reniega de los hijos y las mascotas, revuelve ideas machistas, se carga a la liturgia del fútbol, las miserias de la pareja y algunas vulgaridades del cotidiano. “Hay harto de placer personal en lo que hago. Me gusta la manipulación a través de la comedia: cómo vas planeando todo, con el tono de voz, los silencios, vas entendiendo al público. Me pongo desde el lugar del encantamiento”, explica. “También quiero molestar. Me gusta armar fiestas, que les duela la cara de reírse.” Su unipersonal Gritona, también disponible en Netflix, usa la ironía y algo de improvisación, otro de sus pilares. “Aquella era la primera vez que hacía esa rutina. Ni mi equipo sabía de qué se trataba. Tengo matrañas para hacerlo interesante.”

Su feminismo sin marco teórico estalló en su casa. Veía cómo su padre tenía una vida social, salía y se divertía junto a sus amigos, pero su madre no. “¿Por qué él sí y ella no?”, se preguntaba la niña Natalia. Con el tiempo se empezó a encontrar con el concepto de feminismo. “Las mujeres aprendimos feminismo desde ese lugar: primero con tu mamá.” Y de esta manera, compartiendo experiencias con otras, ella fue encontrando y profundizando su visión del mundo. Fue engordando su cantidad de seguidores. Y, con tanta bulla, comenzaron a llegar sus detractores: personas que no suscriben a sus ideas y que, en algunos casos, curiosa y arcaicamente, polarizan desde la violencia. “Me han amenazado con destruir mis shows. Recibo amenazas de todo tipo. Como yo insisto, esas amenazas aumentan. De hecho, mi show en Netflix se llama Sin miedo porque estaba cagada de miedo.”

¿Pensás que con el correr de los años las cosas van a cambiar, que con todas las luchas entabladas el mundo va a ser un lugar más justo, que vienen tiempos mejores, que la equidad finalmente va a llegar para todos y todas?

--No. Yo soy súper pesimista.