Los organizadores del Festival Internacional de Historieta de Angoulême pueden respirar tranquilos. Hoy comienza su 44a edición y consiguieron, después de varios años de turbulencias, llegar a ella sin mayores desastres. Es cierto que llevan todo el año calmando las aguas e intentando consolidar el festival –incluso con la intervención del Ministerio de Cultura francés para acercar posiciones de las partes–, pero estas tensiones son esperables en el seno del espacio simbólico, mediático y comercial más importante de la historieta europea. De modo que las dudas sobre el financiamiento de sus futuras ediciones no resultan tan explosivas como los desastres de los últimos dos años.

  En 2015, el atentado en la redacción de Charlie Hebdo llevó a la casi militarización de la pequeña ciudad francesa, homenajes discutidos y accesos cerrados. Del Grand Prix Bill Watterson, autor de Calvin & Hobbes, sólo llegó su exposición. El norteamericano no abandonó su casa para recibir el premio. 2016 fue una sucesión de desastres. Primero fueron las autoras las que se pusieron en pie de guerra cuando reclamaron la falta de mujeres entre los nominados al gran premio del festival e, incluso, entre la selección oficial de libros. El festival intentó aplicar algunos parches a la cuestión, tuvo una política comunicacional vergonzosa y múltiples figuras de todo el mundo se solidarizaron con sus compañeras de oficio. Para sumar inquina en el mundillo, mientras rugían las polémicas, el festival realizó unos “premios falsos”, a modo de broma, que no hicieron sino enfurecer más a los autores. En el medio, planteos públicos del jurado de notables compuesto por los anteriores grandes premios del festival (y críticas a la misma existencia de ese jurado), y la realización de los “Estados Generales de la BD”, que reunieron a todos los sectores de la industria comiquera francófona para afianzar el sector y provocaron, claro, nuevas polémicas. En tres días, salvando algún imponderable o calamidad imprevista, los responsables del principal encuentro historietístico de Europa podrán suspirar aliviados.

Algunas cosas siguen igual. Otras cambiaron. Las dudas sobre la financiación del evento y su formato persisten. Si las políticas públicas y privadas en torno al evento tendrán en cuenta a autores, editores y lectores también es un interrogante que se plantea desde la prensa especializada francesa. Pero al menos este año la sobriedad comunicacional es regla, al punto de que en la propia página web del FIBD falta información. Por ejemplo, es imposible enterarse allí quiénes son los tres nominados al Grand Prix por el conjunto de su obra. Para los interesados: son el suizo Cosey, el francés Manu Larcenet y el norteamericano Chris Ware son los candidatos, también era de la partida el británico Alan Moore, que lideraba las apuestas y fue retirado después de que reafirmó su rechazo al premio, que ya expresó años atrás.

Para paliar las críticas por la falta de mujeres, este año el festival designó a Possy Simmonds como presidenta del jurado e incluyó a otras (una humorista, una librera y una periodista) en él. Entre los libros seleccionados hay, por caso, un recopilatorio de la enorme Alison Bechdel y un volumen de Fiona Staples, entre otras.

Por lo demás, el Festival apuesta fuerte por su oferta cultural. En particular por las exposiciones y homenajes. Así, habrá muestras dedicadas a Hermann (último Grand Prix), una gran exposición que celebrará la obra del fundamental norteamericano Will Eisner, otra que festejará los 60 años de Gaston Lagaffe, y –apoyo de un banco mediante– otra muestra dedicada a Valerian, la mítica saga de ciencia ficción francobelga (que inspiró, entre otros, a George Lucas para idear La Guerra de las Galaxias) y que llegará a los cines este año (en Argentina, en agosto). No faltará un homenaje al recientemente fallecido Gotlib, uno de los grandes nombres de la historieta francófona del siglo XX. También vale destacar el regreso del Prix Goscinny, dedicado a los guionistas y ausente durante años entre los palmarés de Angoulême.

Se echará en falta la presencia oficial argentina en el festival. Aunque algunos autores viajarán para allá y algunas editoriales presentarán libros de connacionales, no hay ningún candidato a ninguno de los muchos premios que allí se reparten ni tampoco habrá ninguna delegación nacional fomentada desde Export.ar, como años anteriores.