El cuento sobre el que Arlt construye su mito de origen, germinal intuición de los años de infancia, transcurría en Berlín, el último tendrá por marco los canales de Venecia. En los límites del extenso arco narrativo, se confirman dos núcleos recurrentes: ambiente criminal, distanciamiento geográfico. A diferencia de las novelas, que concentran su dominio en la ciudad de Buenos Aires y, a lo sumo, tocan algunos de sus suburbios,los cuentos transitan por un amplio territorio cuya vocación realista tiende a asimilar, año tras año, las experiencias recogidas durante los desplazamientos del autor. Así como “El monstruo” enlaza a la trama el preciso recuerdo de los alrededores de Cosquín, localidad cordobesa donde el escritor vio desmoronarse la empresa de un horno de ladrillo luego de su casamiento con Carmen Antinucci, “No abandone la huella” se encuadra en la región que a comienzos de 1934, visitó para escribir sus “Aguafuertes Patagónicas”.

Tras el ansiado viaje por España y el norte de África, que emprende en febrero de 1935, Arlt podrá integrar a sus relatos nuevos elementos: la ambientación en alta mar (¡“S.O.S! Longitud 145º 30’, latitud 29º 15’”, “‘Prohibido ser adivino en este barco’”, “Viaje terrible”) y el exotismo de una materia que,además, prestará su color a la escritura dramática.

“Su liberación llega al máximo cuando desaparece su interés inmediato, y, como turista curioso, recorre un mundo en el que no está –no se siente– comprometido (...) ¡Con qué alivio lo vemos sumergirse en ese mundo que no lo presiona, el de las ciudades moriscas cuyos problemas no existen para él y cuyos habitantes no son prójimos suyos!”, dirá de los cuentos de El criador de gorilas Marta C. Molinari. A este nuevo ambiente, sin embargo, Arlt insiste en aclimatar sus obsesiones más firmes: las ciencias ocultas y la magia negra,la conspiración política, la venganza, el delito. Por los bordes de este último tópico discurre “Singular historia de Abulabas y el pedazo de hielo”, publicado en El Hogar el 20 de marzo de 1942 –fecha que explica su ausencia de El criador de gorilas pero no, al igual que muchos otros cuentos reunidos aquí por vez primera, de las compilaciones póstumas que suelen traficar, con excesivo entusiasmo, convicciones de totalidad.

A varios ausentes en ellas, la presente compilación añade otro, carente de título, cuyo tramo final atribuimos a Arlt a pesar de haberse publicado bajo firma ajena. Las circunstancias que lo rodean revisten un interés que estas líneas no pretenden agotar.

Hacia 1930 El Hogar comienza a difundir pedidos de colaboraciones literarias. Abiertamente dirigidos a los lectores de la revista, los avisos tenían por intención declarada el descubrimiento de ignorados talentos. (...). Mundo Argentino dobla la apuesta y lanza en el número 1076 del 2 de septiembre de 1931 el concurso “¿Cómo termina este cuento?”. El semanario proporciona un comienzo anónimo, probablemente escrito por algún colaborador directo, y recompensa con cien pesos a quien redacte la mejor conclusión.

El fallo del concurso cuyo final presentimos escrito por Roberto Arlt se promulga en el número 1156 del 15 de marzo de 1933. En esta oportunidad, la relación biográfica del elegido es prácticamente nula:

“Después de una laboriosa selección hecha por el JURADO, que tuvo varios días de trabajo incesante para no dejar sin leer ninguno de los miles de finales que llegaron a nuestra redacción,el director de MUNDO ARGENTINO eligió el que consideró más original y adecuado que es el del señor Mario Fernández, domiciliado en la calle Méndez de Andés 2138, capital.

La foto tipo carnet que se reproduce junto al dictamen, por contraste con las precedentes, ofrece extrañas particularidades. Un joven de bigote ralo, fija sus inexpresivos ojos en el objetivo de la cámara; el moño torcido se le ha corrido un poco y el peinado no logra apaciguar el alboroto de los cabellos. Todo alienta, en fin, la suspicacia de hallarnos más próximos a un retrato escapado a la sección policial del diario que al del supuesto vencedor en un certámen literario.

El final del cuento nos resulta, no obstante algunas atenuaciones de estilo, característico de Arlt. Dos elementos, además, apuntalan la tesis de su autoría: los últimos párrafos clausuran la acción en el campo del delito y en ambiente muy próximo a nuestro autor –el café La Paloma, con sus pobladas tertulias de delincuentes a quienes visitaba en ratos de ocio– por otra parte, quien con tanto tesón había porfiado en imponer su nombre, difícilmente iba a renunciar al orgullo de dejar estampada su marca personal. No pudiendo, otra vez, asentar su firma al pie del relato, pues sería escandaloso que el premio recayera en un empleado de la editorial, concibió un sustituto perfecto: bajo el nombre del apócrifo vencedor consignó el exacto domicilio donde, hasta los dieciseis años, vivió con sus padres y su hermana; el de la casa que aun se conserva en el barrio de Flores, sobre la calle Méndez de Andés 2138.

¿Habrá integrado Arlt el jurado de premiación y decidido el fallo a su favor? ¿Debió presentarse a retirar los cien pesos un eventual cómplice llamado Mario Fernández o la farsa pudo prescindir puertas adentro, de tan exigido realismo? Si bien la cancelación de tesorería quedó registrada a nombre del colaborador excepcional, no sería extraño que con la discreción del cajero o la anuencia de algún directivo al tanto de la maniobra, el importe del premio hubiera ido sin vueltas a las manos de nuestro escritor.

Fragmento del prólogo de El bandido en el bosque de ladrillo. Gastón M. Gallo es también el compilador del volumen.