“En un momento la banda se arruinó. Quedó hecha ruinas. Literalmente”. Javier “Gato” Sisti Ripoll se levanta del sofá y se pone a caminar en círculos sobre el espacioso living de un piso francés en Constitución. Piensa en voz alta, mira sin mirar. Podría ser un beatnik perdido en la Patagonia. O un romántico del 1800 arrojado al siglo 21. “Como en esas casas que empiezan a caerse y sobre los escombros nadie barre, nadie cambia las lamparitas, nadie pinta las paredes, nos quedamos así, un par de años. Amesetados. Hasta que uno empezó a levantar los pedazos rotos. Otro a reconstruir el espacio ladrillo por ladrillo. Y de repente las piezas encajaron mejor. Teníamos la casa que queríamos”.

Viste una camisa y un saco que tiene sus décadas, y una bufanda más reciente de tela color salmón. Es cantante, guitarrista y compositor de 107 Faunos (uno de los varios que componen y cantan dentro de la banda) y el resultado de esa “casa nueva” es Madura el dulce fruto, el quinto disco del grupo, el primero de un doble en diferido que se completará este año. Y que los salvó de una crisis silenciosa –de esas que no estallan pero hacen mella igual– que venía socavándolos desde hace un tiempo y que, por ejemplo, generó la partida de dos de sus miembros fundadores: el baterista Gastón Olmos en 2014 y el guitarrista y cantante Miguel “Miguens” Ward a mediados de 2018. “Necesitábamos recuperar la energía, volver a nosotros”, dice Gato sobre la alegría creativa que se percibe en el álbum y que nutrió a la banda en sus inicios, cuando con canciones frescas y espontáneas como “Pequeña Honduras” o “Pretemporada” se dieron a conocer y tallaron con su impronta la escena independiente de mediados y fines de los dos mil. “Sentíamos que vivíamos algo nuevo”, acuerda.

“Vienen bajando/ las multitudes inquietas”, cantaban por aquellos años sus hermanos de El Mató a un Policía Motorizado, anticipando sin saberlo en ese tema (“Vienen bajando”) una renovación de público y formas que pronto se traduciría en cientos de miles de escuchas en Spotify y YouTube, además de una proyección continental. Los Faunos, a su escala, hacían lo propio al clamar poco después aquello de la “comunión de las pandillas/ es el imán de lo nuevo” (en El imán de lo nuevo, 2010) y transparentar la atención que tras la irrupción de El Mató venían recibiendo junto a otros como Los Reyes del Falsete, Prietto Viaja al Cosmos con Mariano o La Patrulla Espacial, por listar sólo los más nombrados de una movida mayor. “Con Los Reyes tuvimos una afinidad especial. Compartimos una mirada con humor, sin solemnidad, sobre nosotros mismos”, destaca Gato.

Una camada under de La Plata, del Conurbano Sur, de otros puntos del país, que por características propias así como por rasgos compartidos marcaban un contraste natural con ese otro rock (el de los megafestivales, los audios híper comprimidos, la difusión asegurada) que espiritualmente les quedaba muy lejos. Pero también con la escena instalada del indie de Capital, por entonces bastante sumida entre eventos sponsoreados, restricciones del buen gusto y una posición a veces acomodada que les evitaba el circuito de antros o el curtirse durante un mal trago. “Todavía hoy veo miedo a lo espontáneo, al qué dirán, por eso cuesta que nazcan bandas buenas acá”, considera Gato que recuerda cómo fueron los primeros acercamientos del grupo a Buenos Aires. “Caímos en un lugar que quedaba en La Boca y que era tan precario que al costado tenía una calle de tierra. Ahora veo que las bandas nuevas vienen todas enfierradas, todos con sus equipos, y disfrutan de una escena, un público. Llegan rápido a lugares buenos. Y por ahí se piensan que siempre fue así, que cayó del cielo. Pero no”, evalúa momentáneamente en retrospectiva; la mirada puesta en qué hicieron, qué son, para qué seguir. 

“Si miro para atrás veo que nunca tuvimos ninguna táctica ni estrategia”, asegura. “Fuimos avanzando intuitivamente. A veces con una arrogancia medio estúpida para algunos; medio querible para otros. Los Hidrogenesse, un dúo electropop español que admiramos, dirían: ‘Una arrogancia secreta determinada’. Siempre me gustó esa frase. Tener esa actitud en un mundo tan regido por la razón utilitarista sigue siendo una bandera”.

HAGAMOS CANCIONES NORMALES

Quedar “turuleco” y de repente experimentar una empatía “radical, dramática”. Cuando Javier Sisti Ripoll escuchó por primera vez a Perdedores Pop (en particular el tema “Mil higos” y la parte que dice: “No sé si no tuve tiempo o no tuve ganas/ pero se me pasó el día y no hice nada”) el mundo se le detuvo en un instante. “Por primera vez una canción me hablaba a mí”, escribió en una columna del Suple No en ocasión del regreso del grupo, influencia clave para los Faunos y mucho del indie platense y Conurbano Sur. “Estaba completamente confundido en esa época (los 90), no me identificaba con todo eso que se llamó ‘Nuevo Rock Argentino’. Veía ahí más ganas de impresionar con un discurso aparentemente moderno y ‘alternativo’ que con decir una verdad propia, expresar un sentimiento, compartir lo que le pasaba a uno”, relataba sobre aquellos años en los que ya estaba conformada “la pandilla” que luego daría vida al sello Laptra, cuna de los Faunos y El Mató, entre otros, y que entonces se reunía en el cuarto del fondo donde vivía uno de ellos (el hoy solista Koyi) a escuchar bandas, imaginar canciones, charlar toda la noche, todo el tiempo. 

“Momentos mágicos, de mucha comunión”, describe ahora Gato, que tuvo el primer atisbo de lo que en lo profundo significa hacer música a los ocho años durante una temporada en San Bernardo cuando veía llegar a los Beats hasta la planta baja del departamento donde paraba con su familia y ofrecer conciertos que alteraban el humor del lugar. “Me gustaba que venían a donde no había nada, armaban el sonido, daban sus recital, nos llenaban de música durante un buen rato. Y después desarmaban todo y otra vez no quedaba nada. Pensaba: yo quiero ese poder para mí”, sonríe. “Después, ya en séptimo grado, durante un cumpleaños de un amigo, rasgué una guitarra eléctrica por primera vez y me pasó algo parecido, algo físico. Algo que todavía siento cuando toco o voy a un recital. A partir de ahí no dejé de fantasear con tener una banda”. 

Pero pasaron varios años antes de que el anhelo pudiera cristalizarse en ese happening de creación entusiasta y realismo alucinado que empezó siendo los Faunos. “Con otros amigos había intentado hacer música retomando influencias muy distintas, contrapuestas, queriendo hacer fácil lo difícil. Y obviamente no llegamos a nada. Nos perdimos. Hasta que un momento dije: hagamos canciones que sean canciones y arreglos que sean arreglos. Canciones normales. O lo que nosotros creíamos que eran normales”. El disparador fue el minimalismo noise de Galaxie 500, trío yanqui del underground de los ochenta, pero también la creatividad del disco naranja de los Flaming Lips, el low-fi expresivo de los primeros Pavement y sobre todo la destreza rústica de Robert Pollard con Guided By Voices. 

“Pollard era todo para nosotros. Y lo sigue siendo”, dice Gato que empezó a juntarse con Miguens, entonces baterista de El Destro, los “más rockeros” de los comienzos de Laptra, a ver qué pasaba. “Nos encontrábamos sin falta de lunes a viernes”, cuenta Miguens, dedicado ahora a su proyecto solista. “Compartíamos desde canciones sin terminar hasta novelas que estábamos leyendo o películas que nos habían encantado”, recuerda. “Eramos inconscientes y espontáneos. Teníamos una fe loca y la determinación de encontrar las canciones haciéndolas, sin golpear puertas de productores o demear demasiado”, sostiene en consonancia con Gato que añade: “Sólo nos interesaba buscar lo que éramos”.

De repente se desató el nudo (para entonces se había sumado el baterista Gastón Olmos que venía de Ned Flanders, banda pionera del indie platense) y las canciones empezaron a surgir con naturalidad. Se multiplicaron. Al punto de que mucho de aquel material llegó a nutrir los tres primeros discos del grupo (107 Faunos, 2008; Creo que te amo, 2010; y El tesoro que nadie quiere, 2011) y a conformar –visto a la distancia– un fresco de cierta sensibilidad joven de la época. “Un alerta meteorológico de canciones que se miden en la escala Richter y se agita en estribillos volcánicos de barricada y espíritu de pop áspero”, dictaminó en un texto de esos años el allegado y crítico cultural Diego Trerotola. Palabras que permiten destacar esos momentos de euforia coreada y ese “tocar el cielo con las manos” que comenzaron a volverse un clásico de sus recitales. Y que, como hizo notar en una columna el escritor Fabián Casas, no eran alentados de forma burda desde el escenario. “Los 107 Faunos, entre otras cosas, están escribiendo la mejor poesía argentina”, postuló a su vez.

Un cancionero de factura artesanal y contagiosa que podía interpelar a una suerte de Generación X tardía (“Soy un Bart Simpson mal dibujado” cantaban por ejemplo en “Modelo de prueba”), pero también alentar una fuerte vitalidad interior (“Derrito las tundras de la mente/ dejo salir lo que hay en mí/ catapulto todo lo que amarra” en “Noche spooky tropical”) o directamente abrir puntos de fuga, recortes sensoriales (“pinos bioluminiscentes”, “monoblocks teñidos de naranja”, “árboles torcidos que flamean”) en el a veces opresivo cuadriculado platense. “Cuando sos joven La Plata es una ciudad difícil por el desempleo y la falta de oportunidades”, señala Félix Sisti Ripoll, bajista de los Faunos y hermano menor de Javier. “Recrearla apelando a lo sensible y sin caer en lo retro fue una forma de conectar desde otro lado”. 

TOMANDO RIESGOS SIN DARSE CUENTA

Al principio la formación en vivo era maleable: recitales donde llegaron a haber hasta dos o tres baterías, además de dos teclados y varios amigos cantando. Pero ya en el periodo que va del primero al segundo disco (2008-20010) se consolidó un sexteto que tenía a los citados Gato y Miguens en guitarras y voces, Félix en bajo y Gastón en batería más Morita Sánchez Viamonte (ex Dios Salve) en teclados y voz, y Juan Pablo “Jota” Bava (ex Japón, otra banda pionera del indie platense) en panderetas, cencerro, coros y voz solista. “Yo estoy muy agradecido a los chicos porque casi que me agarraron de la calle”, dice Jota. “Estaba sin banda, sin hacer música, y me fueron a buscar para que sume mi caos”, subraya el autor de la favorita “El tigre de las facultades”, además de integrante decisivo por su carisma y ubicación en escena: adelante y en el medio de todo cuando lo habitual para los percusionistas de rock es ser relegados a una esquina. “Con su baile entre tímido y lunático, Jota reforzó esa democracia y tumulto emocional que ya caracterizaba el vivo de los Faunos”, afirma Trerotola. “Le terminó de dar ese toque especial”.

Por supuesto, no todas fueron rosas: cierta desprolijidad general y “desafinaciones” no reprimidas en estudio –tampoco en vivo– irritaron a parte de la prensa y la escena under, a la vez que reforzaron el aprecio de la contraparte, que empezó a considerar aquellas inflexiones parte de su encanto e incluso de su expresividad esencial. Algo no muy alejado, por otro lado, a cómo en general la tradición alternativa (¿“Cosas viejas” de Bochatón? ¿“Here” de Pavement?) encaró muchas veces su interpretación. Así, no se trataría tanto de un “recurso” estético (como algunas veces desde la crítica bienintencionada pero corta de miras se buscó justificar) sino de una respuesta más bien natural, casi un acto reflejo, de la propia educación sentimental: esos discos y esas canciones tan escuchadas que impulsan a cantar sin mayores tecnicismos; haciéndose amigo de la propia voz sin impostación. “Por ahí no somos una banda digerible a la primera escucha y en algunos casos se nos castigó por eso”, reconoce Gato. “Aunque por otro lado eso nos dio un sello distintivo. Una personalidad”.

Y también un público fiel, que los defiende.

–Sí. Y creo que lo merecemos. Es gente que considera el tomar riesgos como algo positivo. Y nosotros tomamos riesgos sin darnos cuenta, más allá de que un poco somos conscientes. Pero sin especulación. Y eso te da la libertad de no decepcionarte, de poder improvisar en el camino. Aunque tampoco tanto: siempre tuvimos muy en claro lo que éramos y lo que no queríamos hacer. Y lo seguiamos teniendo en claro hoy.

¿Qué no querían ser?

–Una banda lavada, sin identidad. Una banda que escuchás y no tiene ni un elemento disruptivo. Que por ahí te gusta una canción pero que cuando terminás de escucharla, ya te la olvidaste. ¿Por qué? Porque es lavada. No aporta nada desde lo lírico, lo tímbrico, lo que quiso mostrar. Está lleno de bandas así y está claro que nunca quisimos eso para nosotros.

ALGO QUE MADURA

Viernes al mediodía, Boedo. Primer día de gran calor en lo que va del año. El sol obliga a resguardarse bajo el techito de la terraza de Resto del Mundo, la sala de ensayo de varios grupos de Laptra (¿la “casa nueva” de la que habla Gato?), mientras los Faunos se sacan unas fotos en la pileta y juegan un rato con el agua. “Somos muy pileteros, preferimos el verano al invierno. Podríamos ser una banda tropical”, sonríe el mayor de los Sisti Ripoll mientras los demás recuerdan las temporadas en una quinta familiar de City Bell; las guitarreadas con fernet sobre el pasto y a la luz del sol. “Ahí grabamos parte de Creo que te amo y también la película”, cuenta Jota sobre el film del mismo nombre realizado por Germán Greco y estrenada en 2011 que retrató a la banda y sus amigos en situaciones de ficción a lo Martín Rejtman: Morita como repositora sagaz de un súper chino; Gato como un joven algo pendenciero; Jota como un “perdido divagante” y así. Sin dudas una buena época en el horizonte de la banda que al poco tiempo, sin embargo, empezó a llenarse de nubarrones. 

“La mala empezó en la previa de Últimos días del tren fantasma, el disco en el que quisimos ponernos las pilas, grabar de manera más profesional”, explica Gato. “Hicimos un demo completo antes de grabar, que es casi como grabar un disco dos veces, lo cual no tiene sentido. Y si bien las canciones eran buenas, nos gustaban mucho, como álbum no nos terminaba de convencer, lo sentimos frío. Comprobamos que no importa tener un gran micrófono; importa tener una buena toma. No sirve de nada grabar en Panda si te vas a sentir incómodo”, asegura ya con Madura el dulce fruto, la respuesta a esa insatisfacción, circulando ya hace un tiempo con muy buena recepción en redes y pronto a presentarse de manera oficial en el Teatro Xirgu. Sin duda, un disco de audio más orgánico y cohesionado en el que se los escucha recuperar la alegría colectiva que los caracterizaba, pero también explorar nuevas formas. Aproximaciones por un lado más minimalistas, con mayor espacio entre los instrumentos, sin tanta guitarra. Y por el otro más deconstruidas, en el sentido de “detallecitos” de producción (baterías saturadas, voces que se intercalan, percusiones sincopadas, efectos raros de teclado) que parecen abrir los temas sin desarmarlos. “Cambiamos la forma de componer y de grabar. Ahora todo volvió a ser mucho más grupal”, confirma Morita.

Un presente venturoso que se sostiene también en la tarea del multi-instrumentista Pipe Quintans (ex Go-Neko!, actual Super 1 Mundial) que ingresó por Gastón en batería y terminó aportando de manera decisiva. “Conozco a los Faunos desde hace más de diez años, cuando compartíamos giras con los Neko! y los admirábamos mucho. De aquella época recuerdo pensar cómo era que podían mantenerse unidos cuando se peleaban tanto. Me daba intriga. Luego, estando adentro, me di cuenta de que sí, de que se pelean mucho, pero que también se quieren un montón. Y que pueden decirse las peores cosas sin que se rompa el vínculo porque justamente se quieren como hermanos”. 

Para Madura el dulce fruto Pipe aplicó todo el bagaje creativo que traía de Go-Neko! (que hace poco tuvo su regreso por única vez a sala llena) y básicamente se dejó llevar: “Cuando entré y empecé a participar en el armado de los temas me sorprendió algo que no me había pasado antes. Y es que realmente podía hacer lo que quisiera, ésa era la sensación. Podía elegir con libertad porque al final siempre iba a estar bien. El marco es muy permisivo. Y eso no es algo que suela funcionar en otras bandas. Pero en los Faunos sí. De alguna manera logramos que quede bien”, subraya Pipe. Gato completa: “Para mí está claro: mientras más sinergia haya en un grupo, mejor es”. 

Las ondas del verano hace rato que se dejan ver. Y los Faunos están ahí, renacidos. En su casa nueva. La pileta al pie. Los ladrillos encajando mejor que antes. Y un nuevo disco que desmiente a los agoreros y vuelve a ubicarlos entre los que mueven el piso y generan algo con lo que se lleva adentro. Félix lo resume de esta manera: “Hace poco leí un tweet de los Atrás Hay Truenos que decía: ‘Qué lindo es hacer música. Hacerla’. Y me gustó. Para nosotros también es simplemente eso. Y por suerte no se acaba”. A veces no hace falta mucho más.

107 Faunos presenta Madura el dulce fruto el sábado 23 de febrero en el Teatro Xirgu, Chacabuco 875. A las 21.