Chopin está presente en mi vida musical desde que tengo uso de razón. Yo era muy pequeño cuando lo escuchaba a través de mi tía abuela Marta Freigido, que luego sería mi primera maestra. Ella lo interpretaba con auténtica devoción. Sus ejecuciones de los nocturnos vales y mazurkas están entre los recuerdos imborrables de mi infancia. Por eso, desde muy temprano Chopin es inseparable en mi identificación con el piano. 

El poder de la música de Chopin está basado en su propia genialidad, por supuesto. Pero también en su inquebrantable voluntad de volcar todo su esfuerzo en el rescate y la exaltación de la música popular de su país, en momentos en los que Polonia estaba invadida por Prusia y el Imperio ruso. Ese afán político de luchar por la independencia y la soberanía de su pueblo lo llevó a comprometerse con la música más profunda de su tierra. Él a través de su piano le dio voz a los que no la tenían y su música resultó ser para sus contemporáneos como para nosotros de una frescura y originalidad sin parangón. Fue un precursor en buscar su inspiración en las raíces más profundas de un pueblo.