Días pasados, un artículo publicado en esta sección ensaya una relación entre psicoanálisis y feminismos que, por confundir el falo con el pene, reducir la castración a su dimensión imaginaria e igualar sexo con posiciones sexuadas, concluye que el psicoanálisis aborda la feminidad desde una perspectiva masculina y en consecuencia propone desarrollar un “psicoanálisis mejor”. Nuestra perspectiva difiere por completo: si nos guiamos por la obra de Freud y la enseñanza de Lacan, la posición del analista se asimila a una posición eminentemente femenina. Entonces, no se trata de un psicoanálisis mejor sino de desarrollar la práctica que propone Lacan cuando, al elaborar las fórmulas de la sexuación, asume el campo femenino como la diferencia que rompe toda binariedad biológica. Se trata de que las significaciones comunes que dan forma a una comunidad hablante en toda época y lugar constituyen una “realidad” que, por enfatizar la dimensión esencialista del Ser, termina por hacernos creer que un hombre es Todo Hombre y una Mujer Toda mujer. Sin embargo, la bisexualidad que Freud descubre en el siglo XIX rompe con esta estereotipia muy afín al individualismo por el cual el neurótico dice “Yo soy Yo”, convencido de que su cuerpo termina en el contorno de su piel. Lo cierto es que el inconsciente emerge para dar por tierra con esta ilusión yoica muy propia del campo masculino, tal como Lacan bien describe en el lado Todo de las fórmulas más arriba mentadas. De allí que la experiencia analítica brinda al sujeto --cualquiera sea su sexo anatómico-- la posibilidad de aventurarse en el campo propiamente femenino, ese lado No Todo que por soltar la ilusión yoica permite convivir con la inconsistencia donde habita nuestra singularidad.

La actual subjetividad se distingue por una posición afín al “individualismo de masas”1 que postula Dominique Walton y que mentan filósofos de la talla de Peter Sloterdijk y psicoanalistas como Eric Laurent. Por su parte, Rita Segato en su libro La guerra contra las mujeres, afirmó que la articulación entre el patriarcado y el neoliberalismo agudizó la violencia contra las mujeres. Bienvenido entonces el diálogo entre los distintos feminismos y el psicoanálisis en pos de entrever horizontes éticos que hagan lugar a la dignidad subjetiva.

Judith Butler en su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, critica la noción de sexo como sustancia natural e inmutable inscripta desde el origen. Esa concepción, afirma la autora, hace un uso político de la categoría “naturaleza” que obedece a los propósitos de la sexualidad reproductiva. Para Butler, el sexo no es natural, anterior a la cultura, prediscursivo, ni constituye una superficie políticamente neutral. Butler define no sólo al género como discursivo/cultural, sino también considera que el sexo es una construcción de prácticas discursivas y políticas, una significación que puede dar lugar al género. La pensadora feminista se propone deshacer la “estabilidad del sexo binario”, sostiene que la diferencia sexual no está determinada de manera unívoca anatómica ni hormonalmente. Son las prácticas las que construyen discursiva o culturalmente lo masculino y femenino como entidades diferenciales; el sexo “se hace” y puede deshacerse en el plano de la significación, que siempre está en proceso.

Para el psicoanálisis la sexualidad no es reducible a una construcción discursiva ni es modificable por decisión voluntaria y racional, porque hay fijaciones compulsivas solidificadas y determinismo inconsciente. Freud fue uno de los primeros en devolverle dignidad a las mujeres que afirmaban haber sido abusadas en la infancia, dijo “Les creo”, las escuchó sin prejuicios ni valoración moral. En su texto “Análisis Terminable e Interminable” llegó a formular que el complejo de castración incluye a todos y todas y en ambos casos se trata de un rechazo de lo femenino. Este es el puntapié que le permite a Lacan formular que lo femenino es un goce que constituye la diferencia absoluta en cada mujer y en cada hombre. En su seminario 20: “Aún”, precisó las coordenadas que distingue al goce femenino de la lógica fálica: el primero escapa a la escritura, la representación, la cifra y la contabilidad: una magnitud sin medida que no se deja apresar ni por el significante, ni por las identificaciones de géneros. Butler se opone a un binarismo masculino y femenino como una relación complementaria, recíproca, por la cual el significado de uno depende del significado del otro. Muy lejos de remitirlo al pene, Lacan advierte que el falo no funciona como algo que diferencia dos sexos, ni se pueden definir identidades sexuales a partir de ese operador. Si el falo no puede dar cuenta de la diferencia sexual, deja de funcionar el concepto de heterosexualidad. En realidad, el falo constituye una estrategia para no saber nada de la imposibilidad de la relación sexual.

Disentimos entonces con la crítica planteada por las feministas a la bipolaridad y al falo: el goce femenino no se define en relación a lo masculino, está concernido por la significación fálica pero no cernido por ella. En pocas palabras, desde el psicoanálisis no hay ningún binarismo de los sexos porque la relación sexual no se puede escribir. La sexualidad no se define por el discurso sino por su fracaso. Para concluir decimos que, a pesar de las diferencias, ambas teorías comparten una postura a favor de la despatologización y el derecho a las formas singulares de la sexualidad. El feminismo se presenta como un nuevo agente político, se opone a toda forma del poder sobre el cuerpo de las mujeres. Un psicoanalista, afirmó Lacan, debe estar a la altura de la subjetividad de su época. Bienvenidos los cambios en la subjetividad y en los lazos sociales que trajo el feminismo sabiendo que un psicoanalista escucha la singularidad del sujeto dividido, efecto del inconsciente y en ese acto suspende la subjetividad.

* Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y psicoanálisis, Colonización de la subjetividad y Obediencia Inconsciente en la subjetividad neoliberal.

** Psicoanalista. Psicoanalista Magister en Clínica psicoanalítica y actual doctorando en la Universidad de Buenos Aires. Autor de Neoparentalidades. El Porvenir de la Diferencia y El Cuerpo impactado.

1. Dominique Walton, “Pensar la comunicación” , Prometeo Libros Editorial, 2007, página 104.