Dice Horacio Quiroga que Misiones, como toda tierra de fronteras, es rica en tipos pintorescos. Yo quiero hablarles de uno. Lo llamaban Campanita. Era un chico muy flaco y alto que se vestía de mujer, usaba faldas muy cortitas y tops o calzas de colores llamativos como el fucsia. Se pintaba exageradamente y llevaba una cola en el escaso pelo que tenía. Solía estar un poco sucio. Se reía muchísimo y siempre estaba seduciendo. Tenía otra particularidad, era sordomudo y hacía ruiditos raros. Era un personaje altamente ochentero. Esa fue su década brillante. Yo era un pibito por ese entonces, me acuerdo que le tenía terror. Él siempre saludaba a los chiquitos. Hoy creo que le dábamos ternura. Estaba siempre por la avenida Uruguay, trabajaba de noche ahí.

En los 90 yo fui entrando en la adolescencia y ya no le tenía tanto miedo. Nos reíamos mucho de él cada vez que lo veíamos. Digo él, porque no voy a ser careta ahora y decirle ella, cuando la verdad jamás que yo sepa alcanzó ese privilegio. Travesti, menos. Nadie sabía qué era eso. Campanita era otra cosa: el loquito, el mudito, el putito o simplemente Campanita. Como decía, el miedo pasó a ser burla, que siempre es una buena manera de combatirlo. Por esa época ya hablábamos con mis amigos de cosas de sexo. A veces caían historias de él, nos divertían mucho.

La historia más conocida involucra a otro famoso personaje de la ciudad: el Ajero. Un tipo que justamente vendía ajos y gritaba: “¡Vendo ajo, la puta que lo parió, vendo ajo!”, con una voz que hacía temblar la tierra. Era un hombre gigante, pero su fama venía por otro lado. Se decía que el tipo tenía la verga más grande que se conozca en toda la región. Y realmente disfrutaba mucho mostrándola. Se ponía a vender ajos en la esquina del colegio católico Santa María, seguramente habrá sido el primer avistaje viril de muchas de esas niñas.

La historia cuenta que el Ajero dejó en dos oportunidades internado en el hospital a Campanita por haberle causado heridas descomunales después de tener sexo con él, y que la segunda estuvo al borde de la muerte. Eso hacía mucha gracia a todo el mundo, yo incluido, por supuesto. Decían que esa última noche que estuvo con el Ajero, él no sólo llegó a escuchar, sino que hablaba hasta en inglés.

Creo que la última vez que lo vi sería a finales de los 90. Una noche cuando volvía solo a mi casa, él estaba peleándose con dos policías. Hacía ruidos rarísimos. Entonces se sacó un zapato y se lo tiró a uno de ellos pegándole en la cabeza. Después simplemente desapareció, no se lo vio más y con el tiempo ya no se lo nombró. Creo que hoy son pocos los que lo recuerdan. Con el Ajero pasó algo totalmente diferente, se sabe todo de él. Primero salió en el diario una falsa muerte en el Hospital Madariaga, el mismo al que supuestamente mandó a Campanita. Luego se desmintió debido a nuevos actos de exhibición en el centro de Posadas. Algunos años después el diario Primera Edición publicaba que el Ajero había muerto en la cárcel de Loreto. Este semidiós de la verga había corrido mejor suerte con su leyenda, le hicieron canciones y probablemente sea el más famoso de todos los personajes de la calle.

Pero yo pienso hoy en Campanita, en su risa y en su desparpajo. Sin duda la primera travesti que cualquier posadeño haya visto, antes incluso que Vivi Andersen o Chris Miró. Pienso si hacía algo de plata en la avenida Uruguay, si dormía bajo techo, cuándo se puso su primer vestidito, si conocía a Almodóvar, cuántos años tenía, cuántas veces habrá estado con médicos y cómo lo tratarían, cuántas veces habría vuelto al Hospital Madariaga. Debe ser extraño ver a un personaje como él caminar por los pasillos blancos llenos de cloro y no por una vereda repleta de neón. Siempre se dijo que Campanita tendría todas las pestes del mundo, se ve que al Ajero lo inmunizaba con su verga descomunal. A veces me pregunto si seguirá vivo. ¿Seguirá vivo?

Hoy pensando en él me acordé del Principito, no tengo claro por qué.

Pero suplico como el aviador: si alguna vez alguien va a Posadas y camina por la avenida Uruguay de noche en la zona del puente Vicario, y de pronto aparece un flaco alto sonriendo, haciendo ruiditos raros y vestido de mujer ochentera, pintarrajeado y medio sucio, por favor avísenme, me gustaría aunque sea devolverle una mirada a los ojos, y tal vez, una sonrisa.

Extraído del libro "No era yo". Rosario, Editorial El Salmón, 2019.