Que una enfermedad sea experimentada como un despiadado asesino no basta para que se asocie a éste con áquella.
Susan Sontag
Es llamativa la promoción de la “Ley de Talles”, un ajuste de medidas para la fabricación de ropa, como un logro para la obesidad. Sin negar su pertinencia, es como si creyéramos que la obesidad es sólo tener kilos de más y desde este prejuicio elemental hacerle las cosas más fáciles a la gente que está, simplemente, engordando.
Este pensamiento desvalorizante y reduccionista acerca de un grave problema en salud genera un desplazamiento del acento para ponerlo donde nada se modificará de fondo, distrayéndonos de lugares decisivos sobre los que habría que intervenir fuertemente, como si “La Ley de Talles“ fuera la gran gestión sobre la epidemia de obesidad.
Notemos que esta “Ley de Talles” opera estrictamente sobre una de las variables de la economía: el consumo. Y, como la obesidad también podría definirse en alguna variante como una patología del consumo, la lógica parece redoblar con el riesgo de reforzar una de las dimensiones que conducen a la obesidad misma: la dupla mortífera consumo y control; cuando en verdad es notable la falta de eficacia de políticas actuales en salud para revertir su atroz incremento, al menos en tres niveles fundamentales: 1) Incidir en los intereses de empresas de alimentos; 2) Modificar la comida de niños a base de azúcares, grasa y harinas en comedores escolares; 3) Ampliar cobertura de medicamentos y tratamientos para la obesidad y enfermedades asociadas.
Por supuesto, la ropa no es sólo un bien de consumo, ni superflua vanidad; también puede darnos el cuerpo que nos falta sentir como propio. Apuntamos al déficit conceptual para diseñar e implementar medidas que apunten a un freno eficaz, pero sobre el consumo del cuerpo obeso que ha venido a encarnar como síntoma social la destrucción latente, en toda variable económica de consumo, al tomar a la comida como su objeto ¡Justamente aquello que necesitamos para nutrirnos y poder vivir!
Las políticas anti-tabaco resultaron exitosas, aunque tocaron no sólo intereses de empresas tabacaleras sino también hábitos arraigados en la población. Lo antes impensable se hizo posible: la gente salió a fumar afuera de restaurants y la dueña de casa pudo empezar a decir: “Fumadores al patio”.
Sin restarle validez a la necesidad de vestir y a la “La ley de Talles” es obvio que, si más del 60% de la población tiene un grado de obesidad o sobre-peso y entre los niños es el 50%, con el veloz aumento de estas estadísticas, la población sufre y sufrirá cada vez más severos problemas con su cuerpo. El punto clave es que la ropa funciona como una segunda piel. Por lo tanto, la incomodidad con la vestimenta es la revelación de uno de los síntomas más acuciantes de nuestra época: el desajuste con portar el propio cuerpo. Sentir “ésta o éste no soy yo”, “éste no es mi cuerpo”. Manifestación que no es exclusiva de la obesidad sino también de la anorexia, de la delgadez extrema y de la insatisfacción generalizada con diversas zonas corporales. Lo notable es que el fenómeno de la obesidad, no sólo condensa cada uno de estos trastornos sino que, da el golpe final instalando la desconexión de la persona con su cuerpo. Y esta desconexión tan particular se transmite como una peste. Una transmisión que no transmite nada, al menos ni virus ni bacterias. Pero mata más que la tuberculosis en su época y que el cáncer hoy. Es tan sorprendente como frecuente que personas con obesidad hayan tenido en su infancia un período de anorexia o extrema delgadez, oculta e ignorada en los años de incremento de peso y modificación sin registro de la forma de su cuerpo, anorexia luego reconocida en el relato de su historia casi como una pieza arqueológica de otra época olvidada y sepultada.
Abramos entonces una pregunta alarmante: ¿Qué impide tomar conciencia de que el empuje mortífero antes presente en la vertiente del consumo de tabaco ha pasado ahora al consumo de comida? Y, nada menos que sobre ese bien indispensable para sostener la vida…
Dejamos resonando la trágica paradoja para que pueda escucharse la gravedad que no alcanza a dimensionarse.
Seguimos pensando en combatir una enfermedad multifactorial desde las consecuencias y no desde algún nivel de sus causas, como si fuera posible evitar que un avión se caiga porque vuele más despacio.