Pienso alejarme algunos meses de la escritura de contratapas. De un tiempo a esta parte me está resultando cada vez más difícil encontrar qué contar y me parece que no tiene demasiado sentido trazar de forzarlo. Creo que estoy un poco cansado de mí y no tengo mucho que decir: ni tengo una opinión inteligente —o sensible, irónica o polémica— sobre cualquier cosa que ocurra, como para poder alimentarme todo el tiempo de lo que pasa en el mundo, ni una vida lo suficientemente interesante. Mis días en general se circunscriben a las horas de oficina, algunas lecturas, muy poco descanso, y una vida privada que no siempre puede —o quiere— ser materia narrativa.

Hay quienes dicen que todo puede ser contado. Todo es material de escritura. Puede ser. Creo que, en efecto, hay gente que tiene la capacidad de ver más allá de la superficie de las cosas y sabe leer historias o temas posibles donde los demás vemos puro caos. Supongo que el mundo funciona con una especie de lenguaje secreto que siempre está susurrando algo; quizá todo consiste en aprender a interpretarlo y descubrir cuál de esas cosas te interpela en forma particular. Cuál de esas cosas que el mundo tiene para decir puede ser abordada por vos para tratar de contarla a tu modo. Porque escribir sobre algo a lo mejor no es más que otra manera de aproximación: no partimos del entendimiento sino que escribimos para acercarnos a él. No para entender mejor al mundo, sino a nosotros mismos.

Pero últimamente me siento perdido. Es paradójico: un día encontré por azar, en la escritura de un mapa imaginario, en una especie de cartografía narrada de mi memoria de la ciudad, un camino por el que avanzar a lo largo de más de un año en una considerable cantidad de textos. Cuando escribí el primero de esos textos no tenía ninguna intención previa de continuidad. Y sin embargo, en esa forma y en esa idea —que de la confluencia entre la ciudad recordada y la ciudad que se transita cada día nace una ciudad ajena pero a la vez reconocible que se puede contar en fragmentos—, intuí una puerta. Una puerta secreta que tenía que atravesar.

Me aventuré por ese camino con ganas y con muchas ilusiones. Lo disfruté un montón y también lo sufrí. A veces los textos se alimentaban de otros textos. A veces establecían vínculos con los lectores que, a su vez, retroalimentaban el mapa que iba escribiendo sin proponérmelo. Todo se transformó por un tiempo en material de esos textos: yo era una pequeña procesadora que trituraba todo y lo mezclaba para escupirlo después en formato de mapa. Me adentré en barrios olvidados, volví a casas que ya no existen, fatigué calles que ya no son, inventé espacios que nunca fueron.

Y un día levanté la cabeza y ya no supe dónde estaba. Me había metido tan adentro del mapa que no sabía cómo regresar.

Pero necesito volver a la ficción. Hoy trato de refugiarme en la escritura de una novelita de esas que dan vueltas entre los proyectos que siempre esperan. Quiero aprovechar el verano para agarrar envión, porque es la época en que dejo los talleres y en vez de trabajar como sesenta horas por semana trabajo (solamente) cuarenta y cinco. De modo que en estos días me levanto a eso de las 6, escribo un rato antes de salir para el trabajo y antes de las 9 salgo de casa para subirme a la rueda del hámster que nunca para. Sé que no es mucho, pero es lo que puedo. A veces no hago más que pensar, leer, tomar notas al margen. De algún modo es como si me hubiera puesto en “modo novela”. A diferencia del Pedro Camacho de La tía Julia y el escribidor, que se cambiaba los sombreros según el radioteatro al que se abocaba, yo funciono en modo novelista o contratapista en forma alternada y me cuesta mucho, muchísimo, el pasaje de uno a otro.

Esa historia que avanza de a poco, ese horario de escritura que va tomando forma es un terreno conquistado que me gustaría sostener por algún tiempo. Quiero estar a salvo de los plazos de entrega que me obligan a salir de ahí. Quiero, por un tiempo, no tener que forzarme a volver del territorio de la novela para meterme en otros terrenos en busca de qué contar. Porque incluso cuando fracaso en la búsqueda, cuando no encuentro sobre qué escribir una contratapa, me paso la semana de este lado de la línea. Y hoy siento que necesito instalarme un tiempo por allá, en territorio de novela.

Aunque se trate de un viaje que uno emprende sabiendo que, a veces, no lleva a ningún lado. Porque de vez en cuando sale alguna página y eso me da una especie de sosiego, algo así como un pedacito de paz. Y eso es siempre un buen motivo para defender un lugar.