Tal como ocurrió sobre finales de 2018 y comienzos del año pasado en Miramar, Salta y Villa Elisa, en esta época se reiteraron episodios de violaciones en manada, es decir: grupos de varones que atacan a una mujer sola e indefensa. Vayan como ejemplo los recientes y horribles episodios de Villa Carlos Paz y San Martín. Ahora bien, si de erradicar esta barbarie se trata, vale elucidar los meollos de la sexualidad masculina que propician atrocidades como las que hoy lamentamos. Por lo pronto, cuando varios tipos acometen contra una mujer, sea para abusar de ella, esclavizarla, violarla o matarla, lo que cuenta no es tanto la dama en cuestión, sino la relación de coalescencia --de unión o fusión, ergo: erotismo-- entre los propios varones. Es que, sea mostrando el dinero de su billetera, conduciendo un auto lujoso, tratando de “ esta chica” a una ministra ( como hace pocas horas hizo el diputado cambiemita Wolf) o vociferando una guarangada, el macho va con el grupo de pares en su cabeza: la banda es la esencia de su sexualidad. No en vano, para Lacan, hombre es aquel que, por amor a una mujer, renuncia a su impostura masculina. Esto es: estar en condiciones de registrar la mujer que está a su lado más que el fetiche que habita en su cabeza. Ocurre que algunos enfoques teóricos, por desconocer este tan particular rasgo de la sexualidad masculina, terminan por hacer entrar por la ventana lo que pretenden expulsar por la puerta. Exponemos aquí entonces un par de reflexiones sobre el riesgo que supone de-sexualizar el poder y sus consecuencias en lo que hace a los recursos que cuenta una persona para proteger su dignidad y honor.

La libido es erotismo

En un texto publicado hace un tiempo en el suplemento Las/12 de Página 12, la antropóloga Rita Segato señala: “No hay sujetos locos por una libido descontrolada que se desata al ver un cuerpo de mujer. No es eso lo que sucede en esa escena. Existe sí la codicia enloquecida por poder y prestigio de sujetos que están dispuestos a matar, a masacrar, a profanar, para vencer”. Muy bien hasta aquí, sólo que luego la autora nos sorprende cuando afirma: “Se trata de un zarpazo al cuerpo por control y por poder, no de un gozo erótico”. Error: la insensata ambición de poder que distingue al campo masculino reboza de contenido erótico, es más: constituye la mejor demostración del sometimiento que el varón, en su fantasía, padece respecto a lo propiamente femenino. Para decirlo de una vez: su flagrante impotencia. Demás está puntuar la homosexualidad reprimida (erotismo si los hay) que evidencia esta escena. De hecho, Segato se acerca al punto cuando señala: “Las agresiones por medios sexuales no las origina el deseo del macho alfa hacia las mujeres (…) Las origina un tipo de aspiración del macho alfa por pertenecer a la corporación masculina! Es a la atracción que experimenta el agresor por el prestigio de la afiliación a ese grupo, el grupo de los hombres, que su acto se dirige e intenta satisfacer. Si hay libido, es allí que está puesta, concentrada”. Exacto, la libido está concentrada allí. Pero la libido, ¡es erotismo! ( sobre todo en un caso donde prima el deseo de pertenecer a las sociedad de los varones, tal como más arriba explicitamos). La cuestión entonces no se reduce a un mero problema de términos académicos. La misma reviste importancia dado que si esta escisión entre erotismo y poder deja abierta la posibilidad para atribuir amor al primero y mero narcisismo al segundo, una nefasta idealización de la pasión amorosa nos espera a la vuelta de la esquina. Es decir, lo que el sentido común e incluso la justicia disculpan con condenas leves o faltas de mérito por atribuir a un arrebato amoroso --eso que la nefasta carátula denominaba “crímenes pasionales”--, ahora vuelve en una idealización del amor y el erotismo que suma confusión y enrarece la capacidad de juicio para que una persona advierta una inminente situación de violencia. Toda mujer debe estar advertida de que, por más amorosa y erótica seducción transmita un caballero, de ninguna manera eso amerita disculpar o relativizar cualquier agresión, acoso físico o verbal, sobre todo si existe una disimetría de poder en el ámbito familiar, laboral o académico. Ni hablar si hay menores involucrados. Hay amores posesivos y egoístas capaces de llevar las cosas al peor de los desenlaces.

Sergio Zabalza es psicoanalista.