1 - “Los reyes magos no existen”. “Somos nosotros”. Nos dijeron papá y mamá en reunión secreta, ceremonial y muy seria. “A tu hermana no le digan porque todavía es muy chiquita”. Nos dijeron, también muy serios. Yo tenía 8 años. Mi hermana 6. Mi hermano 10.

Yo nunca fui muy devota de las fábulas, a pesar de que soy cuentera vieja, nunca me tragué la historia del niño Jesús y todas esas yerbas, yerbas que distribuía la iglesia católica y los que dicen que practican esa religión, que, convengamos, es la más difundida por estos lares (todavía).

Pero la historia de los reyes tenía el peso de la leyenda. Era toda una ceremonia preparar las cartas (llevaba su tiempo pensar el encargue y redactarlas), poner los zapatitos e irse a dormir, con un ojo sí, y con el otro no, a ver si veíamos a algún mago rey dejando algún regalito en nuestros calzados…

Nunca creí ni en poner el pasto (había jardín de sobra en casa) ni en dejar el agua para los camellos (los perros y gatos siempre tuvieron un tacho con agua afuera y otro adentro para que bebieran según necesidad). Eso ya no entraba en el ritual pero escribir las cartas y poner los zapatos el 5 de enero a la noche sí lo era.

Y admito que no sé si sabía o no que eran los padres (el papá Noel no estaba de moda en esa época, tengo mis canas muy bien puestas, pero sí sabíamos que los regalos de Navidad los traían papi y mami, a veces las abuelas, con cartas o sin ellas, todo venía en el combo, armado con el arbolito), pero queríamos creer que los reyes existían o que había alguna chance de que existieran. Tenían eso de exótico y lejano que nos atraía, incluido las capas y tocados extraños con que aparecían en las ilustraciones, además de los camellos, que, al día de hoy, jamás pude ver uno en vivo y en directo.

2 --Aparecieron –dijo mami con una cara de velorio espantoso. --¿Quiénes? - preguntamos nosotros. "Dos cadáveres ametrallados, atados con alambre de púas, desnudos. Un chico y una chica; jóvenes eran. Les cortaron las falanges de los dedos, para no poder identificarlos. ¡Qué hijos de puta! En este país pasan estas cosas”, remarcó. Yo tenía 10 años, mi hermana 8 mi hermano 13. Juliana Cagrandi tendría 15 o 16 porque era un poco más grande que Celia, que era de la edad de mi hermano, iban juntos a la escuela. Mamá era secretaria en el Juzgado Penal de Melincué. Corría setiembre de 1976. La conmoción en el pueblo fue grande. Nadie entendía nada. Aparecieron en un campo cerca de Carreras, fueron la noticia de la escuela. Era la crueldad al extremo exhibida sin pudor sobre la mesa. En casa se sabía que desaparecían gente todo el tiempo, que no pasaban información (me acuerdo de papi prendido a Radio Colonia, del Uruguay, donde sí pasaban noticias argentinas), que secuestraban y torturaban. En el pueblo no. Nadie entendía cómo se podía matar así, y dejar cadáveres así, de esa forma. Ningún melincuense (lomos salados) entendía esa falta de respeto para con los muertos. Sean tuyos o de alguien más, los muertos se honran y se respetan. Cualquiera de ellos pudo ser nosotros. A ningún animal se lo tortura ni se lo tira de esa forma. Mucho menos a una persona. Los muertos en casa nunca fueron novedad. Mi tío era defensor general (de los pobres, los menores, los incapaces y los ausentes). Arrancó en Melincué después se fue a Rosario. Todavía me acuerdo de los expedientes con las fotos de los cadáveres que siempre había en casa de mi abuela. Eran moneda de todos los días. Un día presentó un hábeas corpus pedido por los familiares de un desaparecido. Esa madrugada el “desaparecido” apareció ametrallado en el laguito del Parque Independencia. A la mañana siguiente lo echaron de Tribunales. Todavía me acuerdo el día que detuvieron a la Chola Guasi (abogada de Venado) que vino a pedir ropa y a avisarle a papá que se la llevaban presa. Era más de la medianoche. Estuvo casi un año detenida en Jefatura de Melincué. No la chuparon del todo porque presentaron escritos todos los abogados de la zona. La pasó muy mal pero peor la pasaron los que estuvieron en los sótanos de la ex jefatura de Rosario.

3 - Con la democracia se come, se educa, se cura”, rezaba Raúl Ricardo Alfonsín desde la frenética campaña presidencial de 1983. Tanto padecimos todo el proceso militar que todos le creímos. Muchos años nos llevó entender que con la democracia sola no alcanza. Que los vendepatrias son muchos, que hay gente saltimbanqueando de partido en partido, inauguran frentes diversos con gente dispersa con tal de seguir con algún carguito (Carrió es la adalid en eso) y que la ética y la solidaridad brillan por su ausencia, sobre todo entre los políticos. Alfonsín fue Alfonsín (padre digo), Perón fue Perón y Evita fue Evita. Y están todos muertos. El Che no nos salva (murió muy joven, igual que Eva) y Gardel, a pesar de que canta cada día mejor, al igual que Horacio Quiroga y Julio Cortázar, nunca fue un argentino. Y hay que seguir viviendo, arreglándonos como podemos. Con una deuda ilícita e infame, una tasa de desocupación alarmante, un industricidio muy grave (igual o peor al que dejó el innombrable de Anillaco), un gobierno paralelo (narcos) que crea un estado dentro del estado, un fondo monetario que ordena, un Alberto que viene muy bien pero hay que ver qué le dejan hacer, una generación de gente joven (la mayoría varones) que pierde su vida sino por sobredosis por “ajuste de cuentas” entre bandas narcos (lo cual nos remite a que ser joven en este país siempre fue muy peligroso, sea por la razón que sea).

La democracia tiene fallas, eso aprendimos, muchos políticos no nos representan, la famosa grieta nunca existió, siempre fue morenistas contra saavedristas y los saavedristas son los unitarios de Buenos Aires. Este es un hermoso país en donde la violencia fue ley desde que conquistaron un desierto muy habitado y pusieron la cabeza del Chacho en una pica en la plaza de Olta para que todos sepan cómo mueren los caudillos. Fusilaron a Camila O’Gorman y al padre Ladislao Gutiérrez porque ese amor prohibido tuvo su fruto (el embarazo de Camila era la prueba del delito) y se rasgan las vestiduras por un protocolo de aborto legal que reglamenta una práctica reconocida en el Código Penal desde hace más de cien años.

Pero somos todos argentinos. O “en este país pasan estas cosas”, como dijo mi mamá cuando aparecieron los cadáveres de Yves Domergue (francés, 22 años, militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores) y Cristina Calcieta (20 años, mejicana), enterrados como NN en el cementerio de Melincué e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense después de 30 años gracias a un trabajo de investigación de los alumnos de 5° Año de la Escuela Secundaria Pablo A. Pizzurno.

Crecer duele y cuesta. Tiene su precio. Los ídolos ya no son tales (se caen), los grandes amores se van resquebrajando y la vida de los adultos tiene eso de “adaptación” al medio ambiente que gracias a Dios, todavía no la tienen ni los niños ni los locos ni los músicos ni los poetas….

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