El número 40 tiene connotaciones bíblicas. Cuarenta días duró el diluvio universal y solo Noé, su familia y varios miles de animales se salvaron en el arca. Cuarenta son los días de cuaresma. El Génesis no es el único que menciona la cifra. En el islam cobra relevancia porque el profeta Mahoma tuvo su revelación a los 40 años. El mismo tiempo tardó Moisés --según la tradición judía-- cuando peregrinó por el desierto junto al pueblo de Israel en busca de la tierra prometida. Las tres grandes religiones monoteístas están cruzadas de modo transversal por la influencia de esta cifra.

En la dimensión semántica del número se superponen varios significados. Los hay más mundanos. Uno guarda relación con el tute cabrero, un juego de naipes. Se cantan las 40 cuando alguien consigue tener en sus manos un caballo y un rey del palo que es considerado triunfo. O sea, cuando se reparten todas las cartas si la última es de basto, basto es triunfo y así ocurrirá otro tanto con oro, copa y espada. Si un jugador canta las 40 gana la partida. La expresión devino con el tiempo en una forma de reprobación, de reproche. Cuando esto se produce, el apercibido asume que cometió un error inapelable. Decir “me cantó las 40” es aceptar esa falta.

La banda irlandesa de rock U2 compuso una canción que se llama 40 y es la última de su tercer disco War editado en 1983. La letra del tema encierra una connotación religiosa porque alude al salmo 40 de la Biblia y cuando llega al estribillo, Bono, el líder del grupo, se pregunta con su particular voz: “¿Cuánto tiempo cantaré esta canción?”. Desde 1635 la Academia de la Lengua de Francia está integrada por cuarenta miembros, de ahí que se los conozca como los 40. Racine, Chautebriand y de Tocqueville formaron parte de ella, pero han sido más las celebridades literarias que no fueron aceptadas ni se incorporaron al grupo de 40 notables: Moliere, Rousseau, Balzac, Flaubert, Baudelaire, Zola y Camus, entre otros.

De cuarenta proviene el vocablo cuarentena que en la antigüedad significaba aislar a determinada población por una enfermedad contagiosa como la lepra o la peste. También se mantenía en cuarentena a los animales ante una epidemia.

En la Argentina actual --y como consecuencia de lo que dejó la presidencia de Mauricio Macri-- el 40 % (más ocho decimales más) es un significante muy fuerte, elocuente de toda elocuencia que permite cuantificar la pobreza. El ex presidente prometió que bajaría a “cero” la tasa que llegaba al 28,5 hasta diciembre de 2015 cuando abandonó el gobierno Cristina Fernández de Kirchner. Pero en lugar de que el porcentaje descendiera de manera paulatina, subió 12,5 puntos porcentuales. Casi todo el país pasó a estar en cuarentena producto de una política de exclusión y hambre, donde los más desposeídos subieron de 11 millones a 16.

El electorado le cantó a Macri las 40 en una partida de tute memorable que se jugó en dos etapas. Durante las PASO y en los comicios definitorios del 27 de octubre. En esas instancias todavía no se conocían los datos duros de la pobreza que sabemos hoy del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.

Ese 40,8 por ciento que Cambiemos dejó como marca de fábrica ni siquiera alcanza a representar a millones de chicos con nombres y apellido, que no son números ni algoritmos y que fueron arrojados a la banquina más despareja de la vida. No tienen acceso a los servicios básicos, alimentación, educación, salud, y menos aún a la posibilidad de crearse un futuro de esperanza. Ellos rompieron ese techo del número 40 que ascendió al 59,5 por ciento entre los recién nacidos y quienes hoy tienen 17 años.

El macrismo intentó adulterar el significado del 40,8 por ciento al acomodar rápidamente ese porcentaje y convertirlo en el significante de otra cosa. Otro 40%, aun con decimales de diferencia, contribuyó. La ahora oposición en estratégico repliegue quiso despegar ese porcentual de la pobreza de su verdadero significado y llevarlo al terreno de un escrutinio electoral. Porque Macri sacó el 40,28 de los votos en los comicios de octubre y piensa que a partir de ese porcentaje puede montar una nueva mística, la del regreso, como si los resultados de su política no hubieran devastado a la porción más grande de la sociedad que ocupa aquel 40,8 por ciento.

Los significantes suelen ser volátiles, van cambiando según evoluciona la dialéctica. Pero las cifras de pobreza están ahí y noquean. Tienen un componente estructural, es cierto, pero la desigualdad con que el macrismo sembró al país de miseria subió aquel rubro en varios puntos porcentuales. Hubo más. La Coordinadora Contra la Represión Institucional y Policial (Correpi) denunció que solo en 2018 fueron asesinadas en todo el país 333 personas. Cuando se puso en práctica la doctrina Chocobar el gobierno de Macri legitimó que disparar por la espalda era un derecho de las fuerzas de seguridad. El 40,28 de la población apoyó esa política. Un significante se percibe por medio de los sentidos y las balas de aquel policía surcaron el aire enviando un mensaje. McLuhan diría: el medio es el mensaje.

El 40 es un número que representa la idea de un cambio, el final de un ciclo y el comienzo de otro. En el lenguaje de los Sueños es el cura y en la Biblia aparece mencionado más de cien veces. El macrismo le agregó un nuevo significado, el de la pobreza que dejó a su paso como demostración de que todos nosotros fuimos un número en su ingeniería electoral. Quienes quedaron atrapados en el temido 40,8 por ciento viven una larga cuarentena social.

 

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