Hay un desafío impostergable, para la subsistencia primero, y para el crecimiento después, de la industria editorial argentina. La caída del 45% de la producción, con relación al 2016 (Cámara Argentina del Libro, informe de coyuntura, 5 de noviembre 2019) no pone en crisis al libro, lo deja en terapia intensiva.

Si hay un futuro, imprescindible después de años tan difíciles, hay que buscarlo en la exportación, tanto por sus efectos directos, como por los secundarios. La exportación es el camino más rápido para recuperarse y crecer. No es sostenible una industria editorial que trabaje solo para el mercado local, que es un mercado limitado, golpeado por décadas de crisis, y que hoy tiene urgencias mucho más perentorias que los libros.

La situación de Argentina es como la del continente. Los exportadores de libros, en todo el mundo, son la Unión Europea, que representa el 54,8%, Asia el 20,1%, y Estados Unidos el 18,3%. Toda América Latina, representa solo el 2,9%. (Grupo Iberoamericano de Editores, Sao Pablo, 2018).

¿Cómo se explica que un continente tan grande, y creativamente tan rico, con una industria editorial que supo ser de vanguardia, no haya logrado un lugar más significativo en el comercio mundial? ¿Trabas del mundo desarrollado para que nadie le compita? Los acuerdos de “libre comercio”, que se firman con tanta reunión internacional ¿son solo para venderle más a América latina, y comprarle menos? ¿A esto se le llama “libre circulación del libro”?

Para las editoriales españolas, la exportación a América Latina, o los beneficios que obtienen por su actividad allí, es determinante. Como ejemplo, en 2014 el 82% de los ingresos de Santillana provenían de Latinoamérica (El País, 27 de mayo 2016). “De los 600 millones [de euros] que Santillana facturó el año pasado [2018], 485 millones se generan a nivel internacional (Argentina, 8%; México, 14%; Brasil, 29%; otros, 31%) y 115 millones proceden de España, el 18%”. (El Confidencial, Madrid, 10 de julio 2019).

Sostenibilidad de la actividad editorial

Suele mencionarse, con falso orgullo, el número de títulos publicados cada año para mostrar la salud de la industria editorial: es falso. En los momentos de mayor crisis del sector, en una actitud de huida hacia adelante, para sostener la facturación, las editoriales publican más títulos, porque las ventas de cada uno son menores. Lo que realmente mide el estado de una industria editorial es el aumento del tiraje de los libros. Es cierto que, con las nuevas tecnologías, que permiten ediciones de bajos tirajes, este argumento pueda quedar debilitado, pero coincide con otra señal: “Una simple medida para calcular la sostenibilidad económica de un mercado determinado es la participación de las reediciones en comparación con las novedades. La primera edición de un título lleva consigo la carga de un riesgo económico mucho más alto, mientras que las reediciones y los longsellers son una buena forma de evitar ese riesgo. El caso de Argentina, con el 4% de reediciones en los últimos años, es un ejemplo de la alta volatilidad del mercado. Las editoriales en Colombia (con una participación de las reediciones del 9%, y de México con el 10%, se encuentran en una mejor posición”. (Agencias Nacionales del ISBN 2000-2017, Cálculos de Cerlalc). Para que no haya lugar a confusión: de cada 100 títulos que se publican en Argentina, solo 4 llegan a una reedición.

Las editoriales, para ser fuertes, necesitan más lectores, que compren más libros, lo que no se logra a corto plazo, ni depende de ellas, por eso hay que aprovechar las posibilidades para vender que pueda haber en otros países. Es la ventaja de contar con 500 millones de castellano hablantes en el mundo. Aunque una buena parte de este total tengan un nivel educativo bajo, o una situación económica mala, se trata de una inmensa cantidad de no lectores, susceptibles de captar. Dicho en otras palabras: un enorme mercado potencial. No parece que estemos aprovechándolo.

Solo las políticas de estado generan lectores. Las “campañas de lectura” que hacen las editoriales, son mensajes para quienes ya leen. Un Plan de Lectura a nivel nacional, que incida en los colegios, es muy bienvenido. (Confiamos que pague sus derechos intelectuales a los autores, igual que lo hacen con el papel, o la impresión).

Es para que haya más lectores que los gobiernos compran grandes cantidades de libros, que van a las escuelas y a las bibliotecas públicas. Reanudar estas compras es esencial para que el país (no solo la industria editorial) tenga un futuro mejor. Las bibliotecas públicas son tan importantes como los centros de salud: hay que mantenerlas actualizadas, sus edificios no pueden tener goteras, y tienen que contar con profesionales bien preparados. La función social y cultural del bibliotecario, como la del librero, es tan esencial como la de los maestros de escuela.

Facilitar el desarrollo del libro argentino “más allá del gobierno de turno” (Alberto Fernández), es permitirle crecer, y hacerlo rápido, para lo cual el único camino con resultados a corto plazo, es exportar. Al vender libros al exterior, suben los ingresos de las editoriales, de las grandes, las medianas y las chicas. Al subir el tiraje de los libros, baja el precio de venta local. Exportar favorece al lector, al editor, al librero, al autor, al traductor y al ilustrador argentino. Además de aportar divisas al Banco Central.

“Lo que los escritores argentinos necesitamos --escribía Ricardo Piglia en sus Diarios hace cuarenta años-, son editoriales fuertes, para que nos paguen mejor, y podamos escribir”.

Al bajar el precio de los libros, se venderán más, al venderse más dejarán de cerrar librerías, que podrán recuperar a los clientes perdidos por la falta de recursos para comprar. No se puede bajar los precios por decreto, ni obtener subsidios especiales, cuando el precio puede bajar sin ello, al aumentar la producción.

En lugar de pedir sacrificios, todos ganarán más. Es una estrategia de efecto rápido, favorable desde todo punto de vista. Para que sea posible, se requiere del estado una única intervención esencial: romper con la cartelización de los fabricantes nacionales de papel, que tienen un precio de venta muy superior al internacional. Ejemplo sencillo: una resma de papel de 80 gramos para impresora, cuesta hoy 400 pesos en una papelería de Buenos Aires, y 278 pesos (4,20 euros) en una de Barcelona.

¿Qué necesitan las editoriales argentinas para exportar?

Primero, una decisión solidaria de las grandes editoriales multinacionales: establecer que sea la filial argentina la que provea a otros países del área. No propongo pedir a una multinacional que sacrifique ganancias, sino que sean capaces de hacer un movimiento estratégico, de baja inversión. Los grandes grupos de la edición quieren y necesitan recuperar el mercado argentino, un país de lectores, que ha sido históricamente un gran comprador. Para ello, ahora les toca colaborar para su recuperación. No me parece un argumento difícil de explicar, y estoy convencido de que serán sensibles a un planteamiento de este tipo, que revertirá en mayores ganancias a corto plazo.

De todos los países de lengua castellana, Argentina ocupa el primer lugar en número de lectores: el 72% de la población lee, seguido por el 57% en Uruguay, el 56% en México, y el 55% en España. Sin embargo, el negocio del libro en España, que tiene una población similar a la Argentina, es de 3.000 millones de dólares anuales, y el de Argentina 512, calculado en 2015, cuando el dólar estaba a menos de 10 pesos. (FMI, organizaciones nacionales del gremio, Washington, 2015).

Argentina tenía, hace unos años, 1.719 librerías para 44 millones de habitantes, mientras Brasil 1.363 para 200 millones de habitantes, y México 1.452 para 130 millones de habitantes. Siempre ha sido un mercado atractivo. (Alianza Internacional de editores independientes, https://www.alliance-editeurs.org/?lang=es ).

En Argentina hay 18 filiales de empresas editoras españolas (El espacio iberoamericano del libro 2018, Cerlalc, Bogotá). Es el segundo país latinoamericano más importante para España, después de México, con 30 filiales. Necesitan que el mercado argentino se recupere.

Lo que hay que reequilibrar

En 2016, España vendió libros a Argentina por 25 millones de dólares, y le compró 700.000 (Comercio del libro, Federación Española de Cámaras del Libro). Digamos, por lo menos, que sorprende lo exagerado de la desigualdad. La balanza comercial del libro en el conjunto de América Latina, en 2017, tuvo un saldo negativo de -629 millones de dólares. ¿Para esto sirven los Acuerdos Internacionales? No hay ninguna organización de editoriales latinoamericanas, que ayude a negociar esta situación.

Exportar libros argentinos no quiere decir libros de autor argentino. La primera es una tarea de promoción económica e industrial, la segunda del área cultural. Cada vez que se confundió una cosa con otra, o se intentó juntarlas, no se obtuvieron resultados: son planteamientos diferentes, interlocutores y lenguajes distintos, y se negocian en mercados y eventos internacionales diferentes. Cuando se vendan más libros argentinos, crecerá también la venta de libros de autoras y autores argentinos. Los escritores también se beneficiarán de una industria editorial fuerte, estable y exportadora.

Exportar no es pensar en containers, es también vender intangibles, como derechos de autor para traducciones, para series de televisión y para cine, lo que algunas ya hacen a través de las agencias literarias internacionales, o vender servicios: traducción, diseño gráfico, ilustración. En el área de libros infantiles, el único sector editorial que crece de manera sostenida en todo el mundo, la traducción y la ilustración “Made in Argentina” siempre han sido apreciadas.

Ilustradoras e ilustradores argentinos han ganado en estos años renombre, premios prestigiosos, y encargos de trabajo. Narradores y narradoras argentinas, están recibiendo muy buena crítica en otras lenguas, y recibiendo premios destacados. Todo eso lo hacen con un gran esfuerzo individual, pagándose viajes, luchando con trámites bancarios absurdos, cuando al fin les llega un pago del exterior. Una acción estratégica, coordinada, simple y rápida, multiplicaría los beneficios.

No hablo de enviar más escritores a las ferias profesionales internacionales (eventos sin público, solo de profesionales), es muy simpático, pero sin efectos concretos. Pienso en acciones estratégicas, dirigidas al destinatario adecuado, sin mezclar promoción comercial con difusión cultural, y, sobre todo, sin perder tiempo en generar originalidades, se trata de aprovechar los canales y los usos y costumbres universalmente establecidos. Hay mucho para hacer, y se puede hacer muy rápido.

Los libros de autores argentinos

Desde el punto de vista de la difusión de las escritoras y escritores argentinos en otros idiomas, tarea que, en su casi totalidad, ya hacen las agencias literarias, solo el mantenimiento del Programa Sur, de apoyo económico a la traducción de autores argentinos, es un enorme apoyo. Es un programa que ha sobrevivido a varios gobiernos, y que facilitó, desde su creación en 2009 hasta hoy, la traducción y edición de más de 1.500 títulos, a 45 idiomas, la mayoría libros que nunca se hubieran traducido y publicado de otro modo. Es un programa perfecto, porque los resultados son rápidamente visibles, y la inversión es insignificante para los presupuestos del estado. Necesita que su presupuesto se actualice al valor del dólar, ya que sus apoyos van a editoriales del exterior. En la medida que su disponibilidad de divisas disminuye con cada devaluación, menos traducciones puede apoyar. Sería una negligencia imperdonable no fortalecerlo de inmediato, o perder tiempo en intentar mejorarlo.

El aumento de la producción de libros permitiría, también, una actualización de la planta gráfica, para ser más eficiente, y bajar los costos de impresión y encuadernación, lo que repercutirá en la industria, en los lectores y en los escritores.

Para que todo esto sea posible, las editoriales, del tamaño que sea, por el solo hecho de estar instaladas en el país, con independencia de la nacionalidad o residencia de sus accionistas, deben tener acceso fácil a la compra de divisas, tienen que poder acudir a los mercados internacionales de los derechos de autor para comprar, a los mercados audiovisuales para vender, y poder competir de igual a igual con compradores y vendedores de otros países del área lingüística, en especial con España. Las editoriales tienen que poder adquirir y vender derechos, tanto de obras de alto valor cultural o científico, como de gran potencial comercial, las dos son necesarias para el futuro de la edición. No podemos olvidar que la materia prima del libro no es el papel, sino el contenido. Todos los libros en el mundo tienen el mismo soporte (papel, digital o audiovisual), lo que lo diferencia es lo que contienen.

Sin contenidos vendibles, transformados en libros o en productos audiovisuales, no hay qué vender, no hay exportación posible. Las grandes productoras audiovisuales dicen que, lo realmente estratégico de su negocio hoy, “es la IP” (Intelectual Property: el trabajo de la autora o el autor. No dejan de hablar y buscar IP.

No tiene sentido para el estado apoyar la asistencia a una feria profesional del libro, o a un mercado audiovisual internacional, sin dotar a los asistentes de la posibilidad para competir: decidir, adquirir, y pagar fácil y rápidamente, como hace la competencia.

Las editoriales tienen que ser rentables, también para afrontar las innovaciones de la era digital, entre otras cosas para generar la exportación no analógica, y antes de que la exportación de containers los deje a ellos.

Si las editoriales argentinas se fortalecen, también podrán enfrentar las transformaciones que exigen los nuevos hábitos de consumo cultural, y podrán asegurarse un futuro sostenible. Descubrirán que lo que les permite competir en el mundo internacional del libro, es la IP, o como decía Piglia, conseguir a los mejores escritores, pagándoles mejor.

La magnitud de las inversiones que harían posible este crecimiento, es insignificante dentro de cualquier presupuesto de estado. Las dificultades de restricción económica, u otras prioridades urgentes, de cuya necesidad no tengo duda, no son, en el pequeño caso de la industria editorial, una razón para dilatarlo.

Finalmente, hay un proyecto de ley para la creación de un Instituto Nacional del Libro, que sería el organismo llamado a coordinar y fomentar estas medidas y muchas otras en el sector. Si es deseado por un grupo mayoritario de la industria editorial, es algo que tampoco se debería demorar.