“Inútil decir más.

Nombrar alcanza”

Idea Vilariño

 

Podría haber sido millonaria. Le hubiera bastado con autorizar a Editorial Planeta la publicación del epistolario amoroso y difícil con Juan Carlos Onetti. “Nosotros éramos dos monstruos…” le dijo una vez a María Ester Gilio. Se hubiera vendido más que El amor en los tiempos del cólera. La última carta (15 carillas dicen), Onetti la escribió diez días antes de morir, a los 86 años. Fue un amor que atravesó media centuria, tres matrimonios de él y el feminismo de ella, sus convicciones de mujer empoderada en 1950. Una vez dejaron de verse durante diez años... ¿Y qué? Las cartas están celosamente guardadas por un amigo de ella, quizá algún día se publiquen, como sus diarios, que van por el segundo tomo. Ojalá que no, las cartas de amor deben quemarse, como nos enseñó Puig.

Idea (nombrar alcanza), podría haber sido famosa, pero jamás quiso entrevistas, ni prensa, publicidad o agentes. ¿Carrera literaria? Como Saer, siempre creyó que la única carrera literaria era escribir. La periodista yanqui Judy Berri-Bravo tuvo que venir siete veces de USA para hacerle una nota completa. Recién en 1997 (a los 77 años) aceptó que le hicieran una entrevista filmada de la que quedó el video “Idea” (Peyrou-Rocca). La Suplicante (primer libro, 1947), siempre militó en poesía: la voz del viento, el secreto, la letra pequeña y su obra completa cabe en un tomo. En 2004 era difícil de conseguir, en una edición por demás discreta y simple (Ed. Cal y Canto, 1996). Fue traductora, profesora, crítica, fundó las revistas Clinamen y Número, con Mario Benedetti, le puso letra al nuevo himno nacional uruguayo y a muchas de las canciones de Viglietti, Zitarrosa y Los Olimareños, y publicó en las emblemáticas revistas Marcha y Brecha.

Yo no sé si los uruguayos lo saben (entiendo que sí), pero ella es su último numen. ¿Se animarán (nosotros aún no pudimos), a ponerla en los billetes, como a los artistas varones, Figari, Torres García? No fue Batlle, claro, y menos será “la calle Pou”, quien ponga a esa niña anarco y feminista en la moneda, pero desde su lecho de siempre enferma (huesos, asma, la pena) es la llama votiva del Uruguay.

Aquel día, 31 de enero de 2004, la encontré postrada en la cama de la calle Anzani, desde el barrio Buceo, iluminando el bello paisito, que para unos es la Suiza sudaca, y para nosotros, rosarinos, una Viena o Montparnasse del fin del mundo. Hasta ese lugar fui previa cita telefónica donde me advirtió que sería breve y de parado; que le dolía mucho la espalda, que no podría levantarse. Recuerdo que llovía en Montevideo del modo que lo describe Onetti en los últimos renglones de su última novela (Cuando ya no importe): "...hay en esta ciudad un cementerio marino más hermoso que el poema... la losa no protege totalmente de la lluvia y además, como ya fue escrito, lloverá siempre".
El camino era más directo por Avenida Italia en vez de La Rambla. Al 3600, se doblaba a la derecha y listo. Un barrio de clase media baja, una casa común; me recordó mi calle Ayolas, solo que en vez de los silos del puerto, rejas, galpones o clubes privados, ellos tienen una rambla pública, popular y tan ancha como ese río con olas o mar tranquilo. Nada de rejas, ni puertos de palos ni clubes de yates, ni tantos bares concesionados. La costa montevideana es de la gente, un espacio libre, popular, gratuito.
Ella reconoció con alegría a Rosario, a Página/12, pero ni loco un reportaje, me dijo. Tenía la voz dulce, profunda y soñadora que podía hacer pensar que fuera a cumplir cuarenta y tres el mes próximo. Sonreía con la boca y sufría en los ojos, pero ningún dolor parecía haberle borrado las señas de madona renacentista. ¿Reportaje? No. ¿Para qué? No estaba de ánimo, quizá otra vuelta, se disculpó con la mirada. Yo pensé: menos mal que no hablé de cámara de fotos. Luego sentí que no íbamos a vernos, pero cuando dije que era escritor, que tenía tres libros, y uno nuevo, cambió el ánimo. Con esa voz avariciosa que sólo tienen los enamorados, dijo:

- ¿Y tiene algún libro para mí?

Pero fue como una súplica, como si de verdad, para ella, a los 83 años, y después de haber leído todo, un libro nuevo, otro libro de alguien (ignorado, por supuesto), fuese de verdad importante.

- Entonces sí...-dijo-, llámeme el sábado y pasa.
Le gustó el título Compostura de Muñecas. Recordó que era uno de los pasatiempos favoritos de Roberto Arlt, y yo recordé que cuando Onetti le llevó Tierra de nadie a Arlt, el alemán le preguntó a su secretario en Crítica: - ¿Decime che... Kostia, yo publiqué algún libro este año?
- No señor, este año no.
- Entonces, éste, es el mejor libro del año.
Me acordé de la escena, pero no la dije. Ni loco iba a recordarle a ella a Onetti. Ni palabra sobre eso, está todo en Construcción de la noche (Gilio-Domínguez, Ed. Planeta, 1993). Yo no iba por chismes, quería ver la lámpara suplicante, una de las últimas con vida (junto a Marosa, Ida Vitale y Circe) de aquella corte de los milagros de la palabra: Orozco, Silvina, Alejandra, Thénon...
Una habitación como la nuestra, revuelta, libros y revistas por todas partes, tazas, medicamentos, un aspirador manual para el asma, vi la marca "Oxibrón" y recordé otras noches, mías. Temblé pensando en los manuscritos que podía haber dando vueltas por allí. Una hermana silenciosa la asistía. La mujer se llamaba Poema. Poema. Alguno pensará que macaneo. Poema me tendió la mano como un saludo antiguo. A Idea, la foto de mi libro le pareció de su álbum familiar. Justamente, mi tía Adela, tendría su misma edad. Y todo fue muy breve, casi un saludo, me puse torpe, me quedaba grande la escena o la mujer. Era tan dulce, pausada, segura. Me escribió una dedicatoria en su último libro de 40 poemas (No, 1989). Luego esperaba la mía en el mío. No recuerdo qué lisonja le puse. Alguna obviedad, por supuesto.
Y enseguida se volvió a ir lejos. Le prometí volver si un día estaba mejor y podíamos hablar un rato. Si yo estoy mejor, pensé, o quise decir. En la despedida, me jugué, y agachándome nos rozamos las mejillas. ¿Sabría yo lo que estaba besando? Entiendo que sí, pero no pude hablar por un rato. El último poema del último libro son apenas dos versos: "Inútil decir más. Nombrar alcanza".
Todo el camino a Rosario, el mapa fue una sucesión de mujeres: Santa Lucía, Colonia, Dolores, Mercedes, Santa María de Onetti, Victoria y Rosario. Todas las ciudades son mujeres y una mujer es una ciudad. ¿Qué esperan los uruguayos, acaso no se dan cuenta? Ya no es Montevideo. Ya no. Algún día deberán nombrarla Montevidea.

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