Gloria sabe muy bien lo que dice cuando les explica a las clientas de su vivero que “lo más importante de las plantas que eligieron comprar no está a la vista, son sus raíces. La raíz es el principio, la esencia, es lo que hace que un ser sea lo que es. En nosotres viajan ocultas, tan enterradas como en los vegetales, aprenderemos a mirar un árbol en su totalidad cuando podamos imaginar sus raíces, así como comprenderemos a un semejante el día que interpretemos sus silencios”, le escuché decir alguna vez, como al pasar, mientras envolvía una azalea con el cuidado con el que se arropa a un niño. 

El mismo día en que la botánica vino al mundo, su abuelo malacitano plantó una araucaria en el final del terreno de su casa natal. Ya había sembrado un fresno sobre la vereda de la vivienda para celebrar el nacimiento de su hermano mayor, su yayo decía que el hombre era callejero por naturaleza, en cambio la mujer se debía a la casa. La mayoría de los recuerdos de infancia que guarda la memoria de la homenajeada son protagonizados por aquel anciano de la que fue malcriada. "La Negrita estuvo mucho tiempo encerrada, me la llevo a que vea un poco de verde”, prólogo esperado para los paseos por la costa del rio y plazas del barrio. Placer total, sentarse bajo la sombra abarcadora de un viejo gomero, chupar un helado de agua y escuchar una tras otra las historias inventadas por el gallego con personajes elegidos por la paseandera. Sólo detenía sus relatos el ruido de algún avión, en ese caso se ponía de pie en forma brusca, buscaba con la vista el objeto suspendido en el aire, armaba un cigarrillo y lo consumía en segundos, sin dejar de mirar hacia el cielo. 

Con los años, la nieta se enteró que había nacido en este lugar por culpa de los bombardeos nazis, en los simulacros nocturnos, sonaban sirenas en la oscuridad total, estaba prohibido hasta la luz de los pitillos. A sus parientes lejanos no los conoció por fotos, sino por distintos tipos de vegetales crecidos en almácigos desde semillas enviadas en encomiendas con remitente en Málaga, su abuelo no sólo las cuidaba con esmero, también hablaba con ellas como si estuviera dialogando con fantasmas. Algunas noches sus sueños de niña eran asaltados por una pesadilla recurrente, mientras bailaba español sobre el escenario del club italiano notaba como sus manos, portadoras de castañuelas, se iban transformando poco a poco en ramas cilíndricas similares a su conífera gemela que danzaba en soledad el baile del viento en los confines del patio. 

Dicen que las últimas palabras del viejo, fueron: "Cuidénme a la nena, miren que no le tiene miedo a nada". Lejos de quedarse en casa, Gloria ganó la calle, cambió las hojas con clorofila por las entintadas de libros que abrieron las cabezas de toda una generación convencida en poder cambiar al mundo. Formó a sus hijos con el mismo amor y entrega que abrazó a sus ideales. Soñó, luchó, cayó y se levantó como pudo, siempre. En un momento dado, sintió el agobio de la nada y por primera vez en su vida sintió miedo. Su pánico a la soledad crecía a la hora de volver a una casa vacía de oídos interesados en escuchar su quimera, colmada del hastío propio de las paralelas, intentó prorrogar lo inevitable mediante diferentes disciplinas que la mantuvieran ocupada, cursos de baile, canto, pintura. 

Asistió religiosamente a los bares de moda para reírse de la risa, compartir tazas vacías soportando discursos contaminados de pretendientes potables. Agobiada de mentirse, un día decidió volver. Un barrio desconocido, pintado de asfalto, la recibió indiferente. Pisó la calle de sus primeros pasos temiendo lo peor. Frente a una remozada vivienda que otrora fuera su cuna, manos anónimas habían desenterrado el fraternal árbol de la angosta vereda cual una representación fiel del destierro de su hermano, flamante ciudadano europeo habitante de Tenerife, un neonazi cerrando el círculo de la contradicción humana. 

Le volvió el alma al cuerpo cuando pudo divisar, detrás de un tanque de agua colgado en las alturas, las nuevas ramas de su vieja araucaria. Tocó timbre y esperó. Una ama de casa gentilmente nerviosa la dejó pasar después de escuchar su historia. Todo le pareció diminuto, todo, menos su viejo árbol, había crecido como ella, soportando tempestades en silencio. Se abrazó al tronco del pino como corporizando el pasado. Después de un largo rato inmóvil en dicha posición, sucedió lo inesperado. Una voz vegetal, áspera y lejana, le susurró un mensaje añejado en savia, "mañana es mejor".

Abandonó aquél lugar, ajeno y familiar, con su energía transformada, sintió en su alma un profundo proceso de fotosíntesis. Después de mucho tiempo estaba segura de lo que quería hacer. Así como defendía su negación a los shoppings argumentando que todos los objetos que vendían en su interior no les interesaban exhibidos en forma separada, menos aún la podían seducir estando todos juntos, sintió que todo el verde disperso por el mundo debía reunirlo en un ámbito intimista, menos frenético, que la ayudara en encontrar otro modo de existir. Volvió a sentirse útil, formando parte de los cambios recientes, abrió nuevos frentes en la misma lucha. Sus clientas cautivas son en su mayoría mujeres con hijos adolescentes y un vacío existencial con el mismo grado de aumento que los cristales de los lentes que se colocan disimuladamente para poder leer los nombres científicos del lazo de amor, que había en la casa de sus abuelas, la alegría del hogar que poblaban los patios de antiguas suegras o del jazmín paraguayo de viejas relaciones truncas, pero no olvidadas.

Empujado por mis perennes ganas de aprender, me anoté como oyente en uno de los talleres dictados en su local, "Las locas de las plantas IV". A continuación, transcribo algunos de los apuntes tomados en dicho curso. "El lugar lo eligen ellas, nosotres sólo acompañamos." "La interacción con nuestres mascotas es otra cosa, hablo de ser receptoras del pensamiento verde." "Hablar con las plantas habla cualquiera, el asunto es poder escucharlas y que alguien nos escuche" . "Ni mucha, ni poca cantidad de agua, sólo la necesaria, cada cual necesita un trato diferente, pero en el fondo todes deseamos lo mismo, un lugar en el mundo, la vida y la libertad".

 

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