Hay un paraíso llamado Elca, donde crecen los naranjos, pero también la certeza de la fugacidad de la vida y el efímero transcurrir de los sueños. Elca (la casa de la infancia) está en la Oliva natal del poeta valenciano Francisco Brines, el autor de El otoño de las rosas, que a los 88 años se ha convertido en el ganador 46° Premio Cervantes, el galardón más prestigioso de la lengua castellana, dotado de 125 mil euros. “Vives ya en la estación del tiempo rezagado:/ lo has llamado el otoño de las rosas./ Aspíralas y enciéndete. Y escucha,/ cuando el cielo se apague, el silencio del mundo”, escribió el poeta premiado, considerado el último representante de “la generación de los '50”, también llamada “generación de los niños de la guerra”, integrada por los poetas Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente y Carlos Barral y novelistas como Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio, entre otros.

El jurado le otorgó el premio a Brines por “su obra poética, que va de lo carnal y lo puramente humano a lo metafísico, lo espiritual, hacia una aspiración de belleza e inmortalidad. Es el poeta intimista de la generación del 50 que más ha ahondado en la experiencia del ser humano individual frente a la memoria, el paso del tiempo y la exaltación vital. Brines es uno de los maestros de la poesía española actual y su magisterio es reconocido por todas las generaciones que le suceden”, argumentó el jurado que en esta edición estuvo integrado por dos de los poetas ganadores en las ediciones previas: el español Joan Margarit (Premio Cervantes 2019) y la uruguaya Ida Vitale (Premio Cervantes 2018).

Brines (Oliva, Valencia, 22 de enero de 1932), miembro de la RAE (Real Academia Española), no esperaba ganar el Cervantes. Desde su casa de Elca, donde vive con una biblioteca con más de 30.000 volúmenes, recibió el llamado del ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribes, para anunciarle que había ganado el premio. “He pensado que mi madre estaría muy contenta, le habría dado mucha alegría, porque alguna vez pensó que yo iba por donde quería; creí que no iba por el mejor camino y al final ha resultado que ha sido el mejor”, confesó el poeta a El País de España. Licenciado en Derecho, Filosofía y Letras Románicas e Historia, fue lector de literatura española en la Universidad de Cambridge y profesor de español en la Universidad de Oxford.

La educación sentimental de Brines viene de Juan Ramón Jiménez. Su sentido ético de Luis Cernuda, donde dice que está todo. Kavafis es otro de sus “padres secretos”. Pero uno de sus pilares fundamentales fue su padre, “un hombre de acción, exportador de naranjas, comerciante”, que siempre apoyó con cariño la pasión del hijo por la poesía, aunque no la entendía y apenas le interesaba. El primer libro que publicó, Las brasas, apareció en 1959 y con él ganó el premio Adonais. De su obra se destacan Palabras en la oscuridad (1966), con el que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica; Aún no (1971), El otoño de las rosas (1986), por el que ganó el Premio Nacional de Literatura; La última costa (1995), Yo descanso en la luz (2010) y la antología poética Jardín nublado (2026), entre otros títulos. “El lector de poesía no se busca a sí mismo sino que busca la verdad del otro”, planteó el poeta. “Esa es la verdadera tolerancia: que un creyente lea un poema agnóstico y se emocione de la misma manera que un agnóstico lee a San Juan de la Cruz crea o no en la mística. Gracias a la poesía, a su lectura intensa y verdadera, vivimos y sentimos vidas que de otra manera no podríamos vivir. Gracias a la poesía, siendo adolescentes podemos entender la vejez e incluso podemos volver a sentir el amor cuando ya no estamos enamorados. Es su milagro”.

Desde su primer libro Las brasas, Brines no ha dejado de escribir sobre lo mismo, porque el hombre, para él, es tiempo. En el poema “Días de invierno en la casa de verano” dice: “Vivo en la intimidad de la casa vacía,/ y en las habitaciones despobladas/ puedo escuchar el sonido apagado de la vida”. ¿No es acaso ese “sonido apagado” el tiempo que vuelve una y otra vez? “Siempre escribo sobre las mismas cosas pero no es lo mismo la nostalgia de un niño que la de un viejo. Desafortunadamente ya tengo poco del niño que fui, pero lo importante es la vida y sólo somos conscientes de ese don cuando nos lo quitan. Por eso la muerte siempre ha estado en mi obra, por mi amor a la vida”, explicó Brines la temprana presencia de la muerte en sus libros de juventud.

El ganador del Premio Cervantes se desplaza en silla de ruedas después de dos infartos y un accidente cerebrovascular. La poesía es una manera de entender el mundo. “No tuve amor a las palabras;/ si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,/ fue por necesidad de no perder la vida”. Lo misterioso de la poesía, ha dicho, es que la escribe pero no la elige. “Se apodera de ti. No sabes lo que vas a decir, sin embargo, sin saber lo que vas a decir pones o tachas. Es algo muy extraño, pero ocurre así”, advirtió Brines. “La poesía nos alimenta por dentro, en silencio, porque los que leen poesía la necesitan como unos drogadictos. Y por eso son lectores tan agradecidos, tan reales. Y eso es algo que nos une a todos los que la leemos”.