>Tony Ganem

La maldad a color

Este porteño nacido en 1981 comenzó a bocetar sus primeros dibujos como estudiante de Feliciano García Zecchin y Pier Brito. Posee la capacidad de plantar en página estructuras sólidas con la sabiduría de alguien que cursó y entendió la carrera de diseñador gráfico de la UBA, y con la intuición del que leyó y releyó muchas historietas. Sus años como laburante en estudios publicitarios no fueron en vano porque lo llevaron a destacarse, desde el 2006, en el terreno de la ilustración y los videojuegos. Ya cuando ganó en 2008 el primer premio en su categoría del concurso “Hora Fierro: Oesterheld Redibujado” de la segunda temporada de la revista Fierro, este integrante de la Liga derrochaba imaginación, conocimiento de la materia del color y una rara capacidad para llevar al clímax gráfico cualquier tipo de historia. Dentro de la Liga del Mal, la obra de Ganem está ligada al pequeño pollito aventurero sin nombre que, junto a su fiel compañero Cebo, inaugura el primer tomo con mucho humor y desparpajo, con una historia “E.P.I.C”, donde su semilla de maldad --con ayuda en guión de Manu Perotti-- está puesta en la sátira de los relatos de aventura heroica y de brujería. Esa grieta se profundiza en las dos restantes historietas: “La Taberna de los mil guerreros” y “La leyenda de taku”. En 2018 obtuvo una beca en la Maison des Auteurs de Angoulême, Francia, para desarrollar una novela gráfica que hoy está por finalizar.

>Patricio Plaza

El grotesco endiablado

Su mayor daño es empujar al curioso fuera de la página. Con bofetadas a color y deformidad, su dibujo grotesco no da lugar para lectores tibios. Plaza, nacido en 1983 y muy ligado al mundo de la animación independiente (recibió literalmente cientos de premios internacionales por sus cortometrajes, en festivales como Annecy, Hiroshima y Anima Mundi y SICAF, entre otros), se dedicó a profundizar en sus tres historias (“Orgón”, “Homúnculo” y “La logia Blanca”), sobre la maldad agazapa en el laberinto de la mente y a sacar a los seres que emergen del submundo infernal. “Cada una de las historietas que hice tuvo un elemento biográfico, algunas con más humor, otras de manera más sórdida, pero todas desde un lugar de honestidad autoral”, dice su autor. “En esas páginas se ve algo de los procesos y mutaciones que atravesé por aquellos años, que se fueron volcando en las páginas de manera más o menos consciente y que solo pudieron ser posibles gracias a la insistencia y la tenacidad del grupo. Hoy, a la distancia, lo veo como un vómito deforme de amor grupal, una colectivización de ciertas precariedades que a mí me abrieron puertas un poco impensadas”. Plaza se encuentra haciendo una película de animación inspirada en una de las historietas que hizo para la Liga.

>Pablo Tambuscio

Las voces de lo prohibido

Su habilidad es la palabra, y narrar su mejor golpe. Nacido en Buenos Aires en 1981, Tambuscio escribió y dibujó tres historias malditas, una para cada uno de los tomos. La primera, “Taipei”, es ajustado relato sobre la antropofagia. La segunda, “Post Mortem”, recorre los tópicos acerca de casas embrujadas y almas en pena, redondeando una historia más larga, de una veintena de páginas. Por último, “Marina”, es sin dudas la cumbre de su colaboración con la Liga, una historia de amor en estado de delirio, que nada casualmente cierra el tercer tomo del colectivo. Es un trabajo que delata a un dibujante capaz de hacer coincidir sus líneas en un punto: en el alma humana anida el horror. “Para mí La Liga del Mal fue un recreo bárbaro en el que me animé, y me animaron, a hacer historieta”, cuenta. “Elegí plantear situaciones extraordinarias en escenarios cotidianos. Pienso que lo surreal puede darse tanto en lugares lejanos como a la vuelta de casa, incluso puertas adentro”. Además de trabajar como ilustrador en el campo de la literatura infantil y juvenil, Tambuscio es el dibujante de la saga Max Hell, con guiones de Guillermo Höhn, una obra ganadora de varios premios.

>Diego Simone

La monstruosidad del dibujo

Embrujar es un talento y Diego Simone lo hace en cada página que dibuja. Su ceremonia siempre termina por apropiarse del ojo del lector. Es de los integrantes de la Liga que posee el espíritu más clásico y, por esa razón, pudo --en sus tres historias-- desnudar mejor la esencia del horror: entró por H. P. Lovecraft con "El horror sin Nombre", una historieta que llevaba un epígrafe de Nine Inch Nails. Se paseó por Edgar Allan Poe en las veinte páginas de “La criatura que debía morir”, inaugurada con versos de New Order. Y finalmente salió victorioso hacia la modernidad con el relato “Las Perras Diamante", donde --inaugurándolo todo con una frase de Aleister Crowley-- asume el desafío de escarbar dentro de ese subgénero llamado body horror, o el espanto de la destrucción del cuerpo. “Creo que la última historia fue la más formada narrativamente, y que también define alguna de las temáticas que me interesan; alienación, miedo, identidad, sexualidad, y un poco de ocultismo, y de donde se ramifican las obras personales en las que estoy trabajando en este momento”. Proveniente del universo de la animación, luego de pasar por publicaciones como Fierro, las editoriales norteamericanas Dark Horse e Image, y la española Diábolo, hoy acaba de editar en “Satanela" en España, una nueva novela gráfica con guión de Alfonso Bueno, y además se encuentra ilustrando "The Purple Oblivion" de E&E Plissken, que publicarán simultáneamente sellos de Estados Unidos e Italia.

>Industrias Lamonicana

Todo veneno lleva tiempo

Para que el veneno de la parodia haga su efecto, la dosis de maldad debe ser la justa. Sin precisión, lo único que se logra es la copia. El marplatense Lamonicana, clase 1981, segundo premio en el Concurso Nacional de Historieta Roberto Fontanarrosa (2008), sabe de porcentajes y balanzas, pero sobre todo sabe que el veneno corre más si se recurre a los géneros. Es lo que hizo en la primera de sus historias, “2Deaths”, parodiando al policial de los 40/50 y al Spirit de Will Eisner, con colaboración en el guión de Diego Tripodi. Lo volvió a repetir con “Dios devorador”, jodiendo con los relatos de hallazgos, exploradores y las innumerables formas que adquieren de los Godzillas. Pero sin dudas logró su mejor momento en la breve pero contundente “Video-home, pesadilla analógica”, donde el terror del cine ochentoso se respira cuadro a cuadro, en un relato donde tienen un lugar destacado los videoclubes y --especialmente-- las cintas de los videocassettes. “Me propuse experimentar con los géneros clásicos de la historieta, el ritmo y la narración”, cuenta Lamonicana, escudado detrás de su seudónimo industrial. Y agrega: “Estar dentro de la Liga del Mal me significó sin dudas dar un salto de calidad respecto a mis trabajos anteriores”.

>Gerardo Baró

La claridad es un arma peligrosa

“Fue la primera vez que me animé a trabajar como autor integral, ya que siempre había trabajado con guionistas”, confiesa Baró, dueño de un trazo inconfundible y distinguido. “Mi intención entonces fue jugar con diferentes géneros que me obsesionan de alguna manera. El tokusatsu japonés en el primer libro, un western mexicano en el segundo y, por último, la distopía apocalíptica de ruta, esta vez planteada en un contexto rioplatense”. Con esta luminosidad conceptual, el dibujante resume su experiencia en la Liga. Conocido dentro del ámbito infantil y juvenil por Las Aventuras de Fede y Tomate, saga protagonizada por un niño y su gato, esa claridad analítica de Baró se observa también en sus tres trabajos: el primero es “Rey del Terror”, una de parajes (islas) siniestras con seres atroces. Luego es el turno del western “Macabro”, mezclando máscaras, santos y mucho olor a tequila. Finalmente le toca a “El rey de la ruta”, retrato de un mundo post apocalíptico con mucho de guiño de dibujitos animados. Su habilidad: disimular la frialdad para mostrar cómo el mundo arde de aventuras entre las peores bajezas humanas. Un detalle: Baró enseña que, a la hora de escribir y dibujar sobre el mal, nunca debe perderse el plan que, con inteligencia, se trazó previamente.