Suele ocurrir. En las páginas del libro los acontecimientos se dan de manera diferente a como ocurren en la película. Pero si bien las circunstancias del encuentro están presentadas de otra forma, las consecuencias son esencialmente las mismas. La novela de Paulette Jiles News of the World, publicada originalmente en idioma inglés en 2016, encuentra al Capitán Kidd, un ex soldado de 71 años, veterano de la Guerra de 1812 y del conflicto con México de 1846 que se gana la vida visitando pueblos y leyendo las últimas noticias, cuando es abordado por un viejo conocido. La inesperada propuesta es simple en los papeles, pero de difícil ejecución: trasladar a una niña raptada cuatro años atrás por una tribu de kiowas, recientemente rescatada por los “blancos”, y entregarla a sus familiares más cercanos, unos tíos que viven en San Antonio. La recompensa es de cincuenta dólares. “Parecía tener unos diez años y vestía a la manera de los indios, con una camisa de piel de ciervo y cuatro hileras de dientes de alce cosidos en la parte delantera. Una manta gruesa se había colocado sobre sus hombros. Sus cabellos eran del color del azúcar de arce y en ellos llevaba dos ramilletes de plumas. Se sentó, perfectamente serena, vistiendo las plumas y un collar de cuentas de vidrio como si se tratara de adornos costosos. Sus ojos eran azules y su tez de ese color extraño que se da cuando una piel clara ha sido quemada y curtida por el sol. No tenía mayor expresión en el rostro que un huevo”. En la pantalla, Kidd, un capitán retirado del Ejército de los Estados Confederados, se topa con un carruaje destrozado y un hombre negro colgado de una soga. Debajo de la extraña fruta, un cartel reza “Texas es para los blancos”. Corre el año 1870 y el Oeste sigue siendo salvaje, violento y racista. Cerca de allí, escondida entre los matorrales, lo observa una niña rubia como la miel, aunque su atuendo no se corresponde con el deseable en una joven de su edad y color de piel. Nadie le ofrece al hombre pago en metálico alguno, pero de todas formas decide ayudarla. Por altruismo, sentido del deber o las razones que fuere. A partir de ese momento, más allá de las diferencias entre texto y film, los caminos se entrelazan: habrá que atravesar cuatrocientas millas de territorios peligrosos, sin techo ni ley, y entregar a la joven, que no habla ni una palabra de inglés y no sabe ni le interesa usar una cuchara, a su familia más directa, un clan extendido de inmigrantes alemanes instalados en las praderas transoceánicas.

Dirigida por el británico Paul Greengrass y disponible en Netflix a partir del próximo 10 de febrero, la adaptación de la novela de Jiles recupera los placeres de un género cinematográfico fenecido que, cada tanto, sale a respirar un par de bocanadas de aire fresco, al tiempo que permite disfrutar de una nueva encarnación actoral de esa institución de la pantalla estadounidense de las últimas cuatro décadas, Tom Hanks, quien por primera vez en su carrera se pone al frente de un western. Paulette Jiles, nacida en Salem, Missouri, en 1943, afirma en el prólogo de su libro que el personaje de Kidd tiene un origen real: el tatarabuelo de un amigo de su marido, un hombre que se ganaba la vida recorriendo Texas y estados vecinos leyendo noticias de los periódicos para un público muchas veces analfabeto. La entrada a las “lecturas” costaba apenas un dime, una moneda de diez centavos de dólar y, en cierta medida, esos relatos orales eran recibidos por la audiencia como si se tratara de verdaderas fábulas de un mundo inabarcable y lejano, tan diferente al de las pequeñas comunidades que habitaban. “Cuando era chico, crecí viendo películas del Oeste”, declaró Greengrass al ser entrevistado por la revista Variety hace poco más de un mes, en ocasión del estreno de la película en algunas pocas salas de los Estados Unidos. “Es un género del cual se ve poco y nada en estos días. Pero, a fin de cuentas, cada generación explora el western. Es un universo que habla sobre la identidad, sobre quiénes somos y quiénes queremos ser. Eso es algo que me gusta mucho. Aunque su historia transcurra en 1870, me interesaba que este film se sintiera un poco como el mundo de hoy”. Por supuesto que el título refiere a los textos periodísticos que Kidd lee en público y que bien pueden versar sobre un desastre minero en Alaska o consignar las últimas novedades de la gran política de los vencedores en la reciente Guerra de Secesión, los yanquis. Anteojos en mano, Kidd/Hanks lee con fruición, poniendo énfasis en ciertas palabras, haciendo pausas para generar suspenso, destacando con gestos de las manos alguna conclusión. Pero más allá de ese oficio hoy inimaginable, de las paradas en pueblos y pequeñas ciudades en gestación, la película se abre rápidamente a las grandes planicies y a los espacios desérticos, al enemigo escondido detrás de una formación rocosa, al choque de culturas entre el blanco y el aborigen. Noticias del gran mundo es, a fin de cuentas, “una del oeste”.

Casi de manera inevitable, si la película comparte temas y detalles con una de las obras maestras indiscutidas del género debía cumplir con las reglas de la etiqueta y hacer el correspondiente homenaje. El director de Vuelo 93, La ciudad de las tormentas y las tres últimas entregas de la saga Bourne decide hacerlo cerca del final del tortuoso camino, cuando la joven Johanna (o Cicada, su nombre kiowa, como insiste en ser llamada) descubre las chozas de madera vacías, tal y como quedaron luego de la masacre de su familia putativa. El plano desde dentro de su antigua morada, con el marco de la puerta reencuadrando el espacio exterior, permite descubrir el espejo infinito del desierto. Recortado bajo el implacable sol, su protector, el viejo capitán que a esa altura parece vencido por un cansancio que no es sólo físico. El guiño a Más corazón que odio, de John Ford, no es casual: la historia de ese clásico de los años 50 narraba la obsesiva lucha de su protagonista –otro veterano de la guerra civil, interpretado por John Wayne– por encontrar a su sobrina, secuestrada por los comanches durante un malón particularmente violento. Para el realizador, a pesar de que Hanks nunca había participado de un western, “su figura encaja perfectamente en ese paisaje, con su rostro curtido y lleno de líneas. Irradia un sentido de haber vivido mucho, de haber visto cosas”. Greengrass también recuerda que se sorprendió al saber que Hanks sabía andar a caballo y manipular armas de fuego, lo cual puede haber ayudado durante el rodaje, que terminó algunos meses antes del comienzo de la actual pandemia. En cuanto al rol de Johanna, el director afirma que, “lo que pensé que iba a ser un largo proceso de ver a mucha gente se transformó en la audición de una única persona. Y ofrecerle de inmediato la parte”. Fue idea de uno de los productores, una persona que a comienzos de 2019 había viajado al Festival de Berlín y vio System Crasher, la película de Nora Fingscheidt protagonizada por una joven llamada Helena Zengel, rol por el cual ganó el premio a la mejor actuación femenina unos meses más tarde en los Deutscher Filmpreis, los más importantes de su país. Más allá de la lógica papel/actriz en cuanto al origen germano, lo cierto es que Zengel entrega una actuación notable en un rol nada sencillo. Imposibilitada de comunicarse a partir de un idioma en común, es su cuerpo y rostro los que deben transmitir la gama de emociones que va invadiéndola a medida que el camino y el futuro se abren antes sus ojos.

Paul Greengrass y Tom Hanks en el rodaje

Mientras los compases compuestos por James Newton Howard –grabados con instrumentos hoy en desuso, como la viola da gamba y el violín con cuerdas de tripa– acompañan el traqueteo de la vieja carreta, Kidd y Johanna comienzan el largo y extenuante viaje. Todavía hay recelo por parte de la niña, que está redescubriendo un mundo que se había extinguido por completo a los seis años. Pero eso comienza a cambiar rápidamente cuando un trío de hombres con malas intenciones intentan “comprar” a la muchacha con intenciones de revenderla en el mercado prostibulario. Más allá de la tónica melancólica de gran parte del relato, de ese pasado de Kidd que se va revelando de a poco, de las constantes emocionales ligadas a un país en construcción, Greengrass dispone entonces la primera escena de acción física, un enfrentamiento a los tiros que remite a cientos de películas del oeste al tiempo que se siente novedosa. ¿Cómo enfrentar a tres hombres fuertemente armados con un simple revolver y un rifle con munición para matar pajaritos? La respuesta será dada por la joven gracias una enseñanza kiowa, aprendida al fragor de la lucha contra los colonos. El cineasta señala esa secuencia como una de las más demandante en términos físicos: “Trepamos hasta la cima amarrados a cuerdas y fue muy duro subir todo el equipo hasta allí arriba. Cuando llegamos, había varias familias de serpientes de cascabel. Estábamos en el desierto, así que toda la película fue exigente. Pero si había polvo, viento, calor, frío o serpientes, curiosamente eso generaba un sentido de la aventura y creo que es algo que se nota en la película terminada”. El comentario remite a un elemento esencial al género, el paisaje como personaje de suma importancia, lejos de los efectos digitales y las pantallas de chroma con fondos artificiales. En la ficción, algún tiempo después, el dúo será detenido en el camino por otro grupo de hombres con armas, adláteres del patrón de un precario poblado dedicado a la producción de pieles de búfalo. La forzada lectura de periódicos de esa noche decanta en una escena que, tal vez, parezca un tanto reñida con el sentido de supervivencia de Kidd –y por eso mismo se siente algo implausible– pero que ilumina el sentido último del film de manera gráfica: el poder transformador de las historias, ya sean reales o creadas por la imaginación de un autor. Si el western como factor de irradiación de relatos que atraviesa todo el siglo XX pasó por un período de gestación y evolución temprana, una época clásica, una era revisionista, otra crepuscular e incluso parió a un expresivo pariente europeo (el espagueti western), Noticias del gran mundo vuelve a una suerte de clasicismo que pretende reinventar formas y temas para el espectador del siglo XXI. En última instancia, como ocurría con otro western fordiano por excelencia, La diligencia, el film de Greengrass no deja de ser también una road movie. Una película en la cual el tránsito geográfico, siempre lleno de sorpresas, muchas veces peligrosas, refleja fielmente los cambios interiores que atraviesan los personajes. Cuando Kidd finalmente entregue a la niña y regrese por primera vez a ese pueblo que abandonó hace muchos años ya no será el mismo. Ese pasado lleno de ausencias, que lo transformó en un hombre reservado –a pesar de lo expansivo de su lecturas públicas– ya no puede continuar de la misma manera en el presente. La geografía del país y del mundo está cambiando y el corazón de Kidd también.