El presidente de la Cámara Federal de Casación Penal, Gustavo Hornos, atraviesa un momento de fama, nada envidiable. Varios de sus colegas le piden la renuncia, cara a cara en reuniones tensas o por cartas públicas. El magistrado visitaba demasiado al ex presidente Mauricio Macri. En la Casa Rosada, en vísperas de resoluciones judiciales importantes. Too much, aún para el desprestigiado fuero federal.

Hornos resiste con argumentos inverosímiles: eran encuentros sociales. Solo le falta aducir que lo vio seis veces para hablar sobre fútbol.

Cuesta abajo en la rodada, redacta acta de los encuentros con sus pares: omite partes esenciales de la discusión.

Los memoriosos evocan otra metida de pata de Su Señoría, que tiene algún parentesco con la actual. Sucedió en 2013 cuando la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner envió el proyecto de Reforma judicial al Congreso.

La corporación judicial se oponía con el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, a la cabeza. Se avecinaba un Encuentro nacional de jueces. Lorenzetti los usaba para pavonearse, hacer relaciones públicas, anunciar beneficios surtidos para los magistrados. En esa coyuntura quiso usar el cónclave para motorizar oposición a la iniciativa de CFK.

Le propuso a Hornos, ya presidente de su Cámara, una trapisonda. El Supremo redactó una carta incendiaria contra el proyecto de ley. Le pidió a Hornos que la circulara entre magistrados y consiguiera avales masivos. Hornos cumplió la comanda, se permitió una franquicia y cometió un desliz.

La franquicia: envió la misiva a los colegas presentándola como propia. Dejó a Lorenzetti como ghost writer. Como en la doctrina Irurzun, años después.

El desliz: pidió a les destinataries que formularan aportes, críticas etcétera para enriquecer la redacción original. Corría contra reloj. Faltaba poco tiempo para el Encuentro.

Juezas y jueces se entusiasmaron, contestaron proponiendo cambios o mejoras. No había modo de mantener el diálogo. Hornos se franqueó: había incurrido en “exceso de delicadeza” al obviar que la carta era de Lorenzetti. Lo mejor, añadió, era dejarla intacta.

Varios camaristas se enfadaron, otros consintieron. Lorenzetti reformuló la epístola y la hizo pública.

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Primera matriz común entre ese ayer y la actualidad: Hornos suele hacer de Chirolita, ora de Lorenzetti, ora de Macri. La segunda, no menos evidente: lo hace al servicio de los mismos intereses.

Manipular textos suma un hábito enojoso. Si alguna figura impresentable (supongamos el presidente de la AFA, Chiqui Tapia) cometiera desaguisados parecidos se hablaría de truchadas o de maniobras berretas. Cuesta aplicar esos vocablos a un magistrado envarado, bien vestido, como tantos.

Sin entrar en esos detalles impresiona como un rey (un presidente de Cámara, bah) tan desnudo se empecina en quedarse en su cargo. Descalificado por sus iguales, desacreditado por sus propios actos. Manipulaciones al margen, anécdotas al fin, Hornos es un digno exponente de la decadencia del Poder Judicial que se analiza en nota aparte.