Dice Pelé que no quería jugar el mundial de México de 1970, que el asunto lo angustiaba muchísimo. También dice que cuando Brasil ganó el torneo lo que predominó en él fue el alivio. Pelé, el documental dirigido por los ingleses David Tryhorn y Ben Nicholson que puede verse desde hace unos días en Netflix, tracciona y pone el foco en ese campeonato, suceso culminante en la trayectoria deportiva de O Rei, figura descomunal, ídolo, estrella, atleta ejemplar, uno de los mejores futbolistas de la historia, para muchos el mejor. El de México fue, tras Suecia 1958 y Chile 1962, el tercer mundial que ganaba Brasil, y Pelé es el único jugador que ganó tres mundiales. Algo antes de esa tercera consagración, noviembre de 1969, con la casaca del Santos y con la atención de la prensa de todo el mundo, convertía en el Maracaná su gol 1.000, una cifra que al final de su carrera elevaría hasta 1.284, aunque la cuenta incluye los que hizo en partidos oficiales y también amistosos, o los que hizo para el equipo del Ejército mientras estuvo en la colimba. Tres días después del milésimo gol Pelé se fue hasta Brasilia y anduvo a los abrazos con el general Emílio Garrastazu Médici, el dictador más proclive a la represión y la tortura a lo largo de los 21 años de gobiernos militares. “Me informaron que el presidente quería hablar conmigo, me quería felicitar, y yo fui –dice Pelé en el documental-. Nunca me forzaron a hacer nada, nunca”. Luego, durante los festejos por el tricampeonato, la escena de los abrazos se renovó. Pero en 1971, con 30 años, se despidió de la selección brasileña, y a pesar de las presiones ya no volvió.

Una entrevista reciente, crepuscular, conforma una de las vertientes principales del documental: de arranque Pelé aparece caminando lento, valiéndose de un andador, y se sienta en una silla solitaria situada en un ambiente despojado. Innumerables veces ha contado de su infancia humilde, de la carrera frustrada de su padre como futbolista, del golpazo que representó la derrota contra Uruguay en la final de 1950, de la promesa que en ese momento le hizo al padre que no se preocupe, que él ganaría uno, y de esa aparición fulgurante en Suecia: tenía 17 años y empezó como suplente, pero cuando entró la descosió, hizo seis goles –algunos fabulosos- y ya fue proclamado O Rei. Innumerables veces lo ha contado pero igual se emociona y llora: aquí se disculpa ante la cámara, pero en alguna ocasión se ha reído de esa tendencia suya. Las imágenes futboleras de archivo son una preciosura, otro de los caudales fundamentales de este trabajo. Jovencito, creativo, ganador, Pelé enseguida fue un símbolo de Brasil que sacó del primer plano al maracanazo. Con el Santos fue campeón y goleador una y otra vez, y las giras por el mundo reafirmaban la supremacía ante los mejores equipos de Europa. Una fama inconmensurable. “¿Se le acercaban mucho las mujeres, le era difícil ser fiel?”, le preguntan: “Honestamente, sí”. El relato roza lo sentimental-familiar con una corrección casi institucional, aunque enfoca nomás en el casamiento con su primera mujer, Rose, y apenas desliza: “Tuve algunas relaciones, y de algunas de ellas salieron hijos. Pero yo me enteré después. Mi primera esposa sabía todo, yo no le mentí a nadie”. Muchas historias por fuera, algunas dramáticas, lo desmienten.

Se lesionó en el segundo partido de Chile ’62, pero igual fueron campeones: ni se lo menciona a Garrincha en el documental y eso es bastante imperdonable. En Inglaterra ’66, contra toda expectativa, Brasil quedó afuera en primera vuelta. Pelé anunció entonces que se retiraba de la selección y dejó a todos estupefactos. Desde marzo de 1964 había ya un gobierno militar. “Para mí no cambió nada, el fútbol siguió igual, no hubo ninguna diferencia”, dice Pelé, y aquí se ven intercalados algunos de sus goles con imágenes de la represión del milicaje. Una serie de entrevistados notables conforman una tercera vertiente del documental, jugadores como Coutinho y Zagallo, periodistas e historiadores, una hermana, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso (Pelé sería su ministro de Deportes), el hermoso Gilberto Gil. La tendencia en los testimonios explica, justifica o gambetea el pegoteo de Pelé con el régimen, pero unos cuantos elementos trabajan contra el relato institucional en esta faceta, acaso la más estimulante para quienes ya trajinaron la historia del astro. Se lo ve incómodo, por ejemplo, cuando le preguntan qué sabía de las torturas: “Si yo dijese que no sabía, que nunca me enteré, sería mentira –responde-. Nos enteramos, pero de muchas cosas no teníamos certeza, si eran verdad, si eran mentira”. Una declaración que sintoniza con tiempos de Jair Bolsonaro, que reivindica esa época: en noviembre pasado le envió autografiada una camiseta del Santos. En 2013, cuando Dilma Roussef era presidenta, Pelé publicó una autobiografía en la que apuntaba que mientras entrenaban para México ’70 a ella la torturaban en una cárcel. “Algunos jugadores y miembros del cuerpo técnico de Brasil no tardaron en oír testimonios de primera mano de aquellos horrores –suscribía en aquel libro-. Aunque todavía no sabíamos la magnitud de lo que estaba ocurriendo, ya no podíamos dudar de su existencia. Los miembros de la selección sostuvimos largas discusiones sobre lo que estaba pasando. ¿Deberíamos decir algo? ¿Deberíamos protestar de alguna manera? Finalmente decidimos que no éramos políticos sino jugadores de fútbol. No creíamos que nos correspondiera hablar sobre lo que estaba sucediendo”.

Por una serie de contrastes, de época, de tono, de conveniencias y correcciones, es interesante leer Porque el fútbol importa en tándem con este documental: Pelé cuenta allí de su gran amigo Henry Kissinger, que algo tuvo que ver con las dictaduras en el continente. Caju, uno de los jugadores de aquel equipo de México ’70, le critica en el documental que tuviera la actitud de un negro sumiso que aceptaba todo, que no criticara ni contestara, porque una opinión suya en aquel momento hubiera impactado mucho. El periodista Juca Kfouri aplaude la rebeldía contemporánea de Muhamad Ali pero introduce un matiz: Pelé no tenía garantías de que no lo torturaran. Tras la angustia inicial, O Rei dice que ese fue el mejor momento de su vida. “Pero fue más importante para el país –dice-. Porque si Brasil hubiese perdido todo habría empeorado. Al ser campeón, el país tuvo un respiro. El Mundial del ’70 fue más por el país que por el fútbol”.