El organismo humano no es independiente de su ambiente. Los límites del cuerpo del niño se configuran desde su nacimiento a través de los cuidados y descuidos de los que sostienen su indefensión. Del ambiente se vivencian experiencias satisfactorias, límites y frustraciones. Los humanos somos existencia en relación.

El registro de dichas acciones va generando representaciones. De la percepción de tales prácticas se conforman ideas del mundo y de nosotros mismos. La consciencia y la coherencia que podamos darles a las mismas, configuran discursos de saber. Las palabras y las cosas así, van entretejiendo sentencias que delimitan las identidades de nuestros cuerpos y nuestros territorios.

Del análisis de los discursos y las lógicas que lo componen, podemos extraer piezas arqueológicas para el estudio de las huellas del pasado y del deseo actual que cabalgan entre esas estructuras. Discursos válidos sobre el cuerpo, el territorio, el gobierno de nosotros mismos (moral), prácticas de gobierno de los otros, relaciones de mercado, etc. Por fuera de esos discursos establecidos, queda lo ilegal, loco, extraño, extravagante. Una relación signada como negativa.

Discursos actuales

Entre los discursos actuales sedimentados por la historia social y sus prácticas, hay uno que cabe resaltar por sus temibles consecuencias y la fuerza de centralidad que va tomando: el discurso de la guerra. Discurso encrucijado, en el de la política, en los negocios, en los juegos, en la ciencia, en el arte; en definitiva, en la vida misma.

Veamos el ejemplo de una idea muy difundida en la sociedad durante los primeros meses de la pandemia: el covid es un enemigo invisible. Necesitamos la ayuda de todos los vecinos para vencerlo…

Se une el significante “enemigo” (discurso de guerra), con la frase “necesitamos la ayuda de todos para vencerlo” que alude a solidaridad. Amor y muerte entrelazados.

De la crónica de los hechos sucedidos en esos meses, en La Falda, San Antonio, municipio de Fray Mamerto Esquiú, surgió un desenlace de Insultos, pedradas e intentos de incendio a la casa de un ciudadano que contrajo covid. La pregunta es: ¿Los vecinos actuaban como locos, desequilibrados, raros, o había una lógica que sustentaba las acciones?

Con seguridad, los deseos que motivaron la idea propagada fueron los de ayudar al vecindario a resistir el covid. De eso, no me caben dudas. Sin embargo, el desenlace no es ajeno a la coherencia del discurso. Sin aseverar, por supuesto, que lo propagado desde el discurso lo haya causado. Pero sí, prevenimos sobre la revisión del contenido de los mensajes e intervenciones futuras.

Los juegos de guerra en la economía

En tiempo de paz, los ejércitos y los pueblos conquistadores mantienen el espíritu agonista mediante los juegos vivos y la competencia. Los bríos que despierta la misma, nos permite encarar el mundo y ejercitar la fuerza necesaria para conquistar nuestras necesidades. Es valiosa por sus efectos positivos. Pero ¿cuándo comienza la paz y termina la guerra?

El libre mercado, posible en tiempos de paz, propone sus juegos de guerra. Predica ayudar al hombre a vivir mejor, buscando en lo ideal, la menor intervención posible del Estado. Su hipótesis es que el capitalista genera trabajo y que, a mayor ganancia mayor derrame. La historia ha demostrado que, por lo general, “el pez más grande se come al más chico”. Sin regulaciones, es muy probable llegar a la ley de la selva. La idea de solidaridad, es contraria a sus ambiciones en la práctica. El capitalismo es acumulativo. En estas lógicas, Eros pierde la batalla. La estrategia y la táctica de la guerra le vienen como anillo al dedo al capitalismo de mercado. Sin embargo, otro tipo de lógicas de mercado existen en estas latitudes. Catamarca vivencia trueques, grupos cooperativos, economías sociales. Pero son demasiados pequeños o incipientes para desnivelar la balanza. Quedan relegados a experiencias minúsculas y grandes esfuerzos personales.

Finalmente, bajo este mínimo cuadro de prácticas que hoy vivimos y los discursos que las validan, entra en escena la Libertad como valor supremo. Valor clave sin duda; sin libertad lo demás importa poco. Pero, al ser la libertad una cualidad colectiva en tanto los ciudadanos coexistimos en la polis, la de uno termina donde empieza la del otro. No hay libertad sin límites. La fantasías de ser independientes en un mercado global, libre de regulaciones, sólo ha traído, hasta el momento, autoexplotados al borde del colapso y de la ilusión de libertad. Cuerpos al límite que no toleran el fracaso, según la tesis de Byung-Chul Han en “La sociedad del cansancio”.

Catamarca al igual que nuestro cuerpo, es permeable al mundo. Un mundo en relación; ya lo demostró el covid. El manto de la virgen quizás pueda protegernos pero: ¿en qué sociedad queremos vivir? ¿Qué deseos y prácticas expresamos en nuestros discursos? Tal vez hacernos cargo de que somos agentes y transmisores de prácticas desde nuestros discursos y acciones, puede darnos la oportunidad de construir un lugar mejor donde Eros no muera abrazado por Tanatos. Si deseamos que sea así, el jaque mate al otro no puede ser la lógica que guíe nuestras acciones ¿Podemos elegir cambiar de juego?

*Psicólogo