Shiva Baby                7 Puntos

Estados Unidos, 2020. 

Dirección y guion: Emma Seligman.

Duración: 77 minutos.

Intérpretes: Rachel Sennott, Molly Gordon, Polly Draper, Danny Deferrari, Fred Melamed y Dianna Agron. 

Estreno: en Mubi.

La farsa es un tipo de representación caracterizada por su brevedad y la interpretación satírica y burlesca de circunstancias comunes para un determinado grupo social o familiar. Con sus orígenes en la antigua Grecia, no es tanto un género como una manera de pensar un contexto capaz de devolver situaciones tanto o más absurdas que las que puede imaginar un guionista o dramaturgo. Vista en la Competencia Internacional de Mar del Plata del año pasado, Shiva Baby adscribe a lo farsesco de refilón, apelando a la brevedad (justísimos 77 minutos) y la sátira, pero sin caer en los griteríos ni en una dirección actoral que apueste por los movimientos ampulosos y deliberadamente exagerados de los intérpretes. Lo que hay es una comedia incómoda que dialoga con una agenda temática y de inquietudes contemporáneas, operando como un baño de actualización de varios tópicos caros al cine de enredos de, por ejemplo, Woody Allen.

Es inevitable no pensar en la jovencísima canadiense Emma Seligman como una hija cinematográfica de dos padres. Uno es el otrora reputado director de anteojos gruesos, en tanto su espíritu (tan judío como el de ella) sobrevuela la frenética seguidilla de malos entendidos, confusiones, mentiras, revelaciones y sinceramientos que le toca en suerte a Danielle (Rachel Sennott) durante una reunión post-funeral en una casa de los suburbios neoyorquinos. El segundo es Danny de Vito, de quien hereda una negrura de crecimiento exponencial. Pero como marca el manual de las comedias contemporáneas, sobre todo si de jóvenes se trata, Shiva Baby suma componentes autobiográficos (ver entrevista aparte) a sus aspiraciones universales, y presenta un entrenado dramático que va del costumbrismo cool neoyorquino a la angustia de una protagonista incomprendida que funge como depositaria de varias inquietudes de la directora.

Y hablando de cine, judaísmo y Nueva York. ¿Cuantas películas, series y, en los últimos años, shows unipersonales orbitan alrededor de ellos? ¿Decenas? ¿Más de una centena? Si casi todas ellas hablan desde la sabiduría canchera, Shiva Baby asume sus inseguridades hablando desde las dudas y dificultades de una joven ante un mundo adulto mucho más rugoso e inestable que lo que le dijeron que era. Todo arranca con Danielle ateniendo una llamada luego de tener sexo con un hombre unos años mayor, en lo que presumiblemente es la casa de él. El mismo que le da unos billetes en concepto de “apoyo” de cara a un horizonte sin trabajo fijo y una carrera vinculada con los estudios de Género que, repiten los adultos, podrá dar muchas satisfacciones y prestigio, pero no plata. Plata, un novio y una buena carrera: es muy fácil imaginar qué quieren para la nena mamá, papá, los tíos, las tías y las bobes.

Quien llama es mamá (Polly Draper) para recordarle que en un rato tienen que encontrarse en la casa de una familia cercana para iniciar el periodo de duelo (la Shiva del título) por la muerte de alguien que nadie sabe muy bien quién es ni qué vínculo tenía con ellos. Tampoco parece importar demasiado, pero hay que ir para cumplir con los mandatos y, de paso, pegar almuerzo gratis. Danielle hace con el muchacho lo mismo que con casi todos: mentirle. Lo que no podía saber es que también conocía al fallecido y, por lo tanto, caerá en la casa junto a su esposa… y el pequeño hijo de ambos.

Por ahí también anda Maya, una vecina con la que Danielle tuvo una relación “experimental”, como cuentan resignados esos padres no muy dispuestos a hablar de bisexualidad. Y a Maya le va bien, con un buen trabajo y una vida que los mayores catalogan como encaminada, completando un triángulo de malestares de Danielle cuyos vértices son esa chica, el amante y mil parientes que aconsejan sin que nadie les pida. Un triángulo que se cierra sobre ella, generando una sensación de asfixia que justifican los planos cerrados y una banda sonora dominada por tonos estridentes.